La ideología en las relaciones exteriores

Es cierto que en la última etapa del Gobierno de Evo Morales las relaciones exteriores ya se habían desideologizado. Que los diferentes gestores de la cartera de Asuntos Exteriores habían optado por el pragmatismo imperante en el mundo entero y que los cancilleres se habían convertido en poco...

Es cierto que en la última etapa del Gobierno de Evo Morales las relaciones exteriores ya se habían desideologizado. Que los diferentes gestores de la cartera de Asuntos Exteriores habían optado por el pragmatismo imperante en el mundo entero y que los cancilleres se habían convertido en poco más que especialistas en protocolo, siempre preocupados en no dañar a ningún otro país por remoto que fuera.

Es verdad que en los últimos capítulos de la gestión, incluso se habían generado impases con la Venezuela de Nicolás Maduro en el seno de la mismísima OEA, y que la Unasur se murió en nuestras mismísimas manos sin ningún tipo de resistencia, solo por aquello de no molestar demasiado para que llegado el momento, Morales siguiera siendo el único capaz de garantizar la estabilidad en el país más convulso de la región.

El Gobierno de Transición, sin embargo, parece haberse olvidado de las premisas de su misión, que venían a ser la convocatoria inmediata de elecciones para restablecer un orden constitucional quebrado en la última convocatoria electoral, desde la misma habilitación de candidatos.
El mundo de la diplomacia no es por tanto una cuestión de gustos o caprichos de los gobernantes, sino una necesaria expresión de la voluntad nacional, que enfrenta en ese capítulo sus propias ambiciones y limitaciones
En el afán de diferenciarse, el Gobierno de Jeanine Áñez ha encontrado en la política internacional una caja de resonancia apta para los adeptos más radicalizados sin que en lo interior genere demasiados ruidos. El Gobierno de Áñez, que tanto criticó formas y gastos, no ha dudado en mantener la infinidad de Ministerios que Evo Morales creó y los programas “de roce popular” de lo más “caritativo” con claro afán electoral, pero no ha dudado en expulsar a los médicos cubanos o revertir las decisiones soberanas en base a la reciprocidad de exigir visas y permisos a ciudadanos de determinados países que, por años, consideraron a Bolivia su Chaco para casi cualquier cosa.

El multilateralismo está cada vez más roto por la propia dinámica encorsetada y obsoleta de las Naciones Unidas y por la voluntad de Donald Trump y sus secuaces, que han decidido que el imperialismo con rostro amable neoliberal no tiene sentido frente a la estrategia china de expansión. En ese sentido y llegado el momento, lo importante hoy es saber qué posibilidades tiene cada país para enfrentar las “inclemencias” del sistema y mantener una relación de interés mutuo, particularmente con los más cercanos.

En definitiva, lo normal en esto de la política gruesa de los asuntos exteriores tiene que ver con llevarse bien, sobre todo, con los vecinos, y no pretender que nadie a millones de kilómetros venga a solucionarte nada.

El mundo de la diplomacia no es por tanto una cuestión de gustos o caprichos de los gobernantes, sino una necesaria expresión de la voluntad nacional, que enfrenta en ese capítulo sus propias ambiciones y limitaciones. En la última década, Bolivia ha dado pasos adelante y ha tropezado infinidad de veces, precisamente por la subrogación de las aspiraciones del Estado a las del Gobierno y esas mismas, al pactismo coyuntural. Con todo, era un Gobierno electo.

Hasta hoy nadie se toma demasiado en serio las decisiones adoptadas al calor de la efervescencia popular y bíblica, pero pronto, más de uno tendrá que dar explicaciones. Y urgentes.

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