El desastre en el botadero de Tarija no será sorpresa

Es posible que la prensa paceña nunca hubiera informado sobre el estado de su botadero de Alpacoma antes del colapso; no es el caso del Botadero Municipal de Cercado. Los vecinos de la zona desde hace muchos años reclaman el traslado del Botadero, no por intereses particulares, sino en función...

Es posible que la prensa paceña nunca hubiera informado sobre el estado de su botadero de Alpacoma antes del colapso; no es el caso del Botadero Municipal de Cercado. Los vecinos de la zona desde hace muchos años reclaman el traslado del Botadero, no por intereses particulares, sino en función de las promesas que se les han realizado y que los medios tarijeños hemos recogido específicamente. Sin ir muy lejos, su traslado fue comprometido por todos los frentes en la última campaña electoral municipal, la de 2015, y hasta la fecha solo se detectan largas y excusas.

El crecimiento exponencial de la ciudad en los últimos quince años sin que ninguna autoridad de entonces se atreviera a poner cierto orden y lógica en el mismo ha acabado por dejar el Botadero de Pampa Galana en una zona de expansión estratégica de la ciudad, pero el cambio no es solo una cuestión de voluntad o de ordenamiento ni otro ejemplo más de la negligencia con la que se manejaron los asuntos de la ciudad en los últimos lustros.
El problema del botadero municipal es que sus celdas de compactación, que no debían superar los tres metros, están ya en el triple altura, y los taludes pueden colapsar en cualquier momento, descontando además el destino final de las aguas lixiviadas en una zona ya densamente poblada.

Si nadie tomó previsiones para depurar las aguas servidas y nadie tomó previsiones para ordenar un sistema caótico de transporte, mucho menos lo hizo para garantizar el tratamiento de los residuos sólidos, que han crecido a un ritmo todavía superior producto de la migración pero también de la vorágine consumista que trajo la mentada bonanza.
En quince años de crecimiento desmesurado y caótico, nadie ha previsto una solución para uno de los sistemas clave de gestión municipal, y no porque el asunto no haya estado en el debate público, sino por el cálculo mezquino de los que están llamados a tomar decisiones y contribuir al bienestar de la ciudad. Desde 2010, cuando se dio un plazo de dos años para consumir toda la vida útil del botadero, solo se han dado moras y largas y se han comprometido hasta media docena de estudios, de los que ninguno se ha hecho público, y que tampoco han avanzado.

Más allá de que la zona del botadero sea una de las últimas áreas despejadas para construir la necesaria segunda circunvalación que desahogue la vía actual y conecte con la Terminal, es necesario implementar un botadero de alta tecnología que de servicio mancomunado al valle central y permita reciclar y reutilizar y minimizar el impacto ambiental. Es necesario, sobre todo, para que los discursos no se queden en nada.
En Tarija hemos visto pasar decenas de millones de dólares y ninguno de los que los gestionaron es capaz de explicar con certeza donde fueron a parar. Los problemas principales, sin embargo, siguen azotando al departamento y particularmente a la ciudad, donde se ven con mayor nitidez. Hacer política es dar soluciones oportunas a la gente para el largo plazo, no hacerse fotos con caridad ni oportunismo. Nadie podrá decir que el botadero de Tarija fue una sorpresa.

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