Feminizar la política boliviana

La mujer boliviana ha ganado espacios a pasos agigantados en todos los ámbitos de la vida pública, especialmente en el profesional, y lo van a ganar más, pues las aulas de las facultades están abrumadoramente llenas de jóvenes mujeres con hambre de comerse el mundo, que se saben mejores y...

La mujer boliviana ha ganado espacios a pasos agigantados en todos los ámbitos de la vida pública, especialmente en el profesional, y lo van a ganar más, pues las aulas de las facultades están abrumadoramente llenas de jóvenes mujeres con hambre de comerse el mundo, que se saben mejores y que no tienen miedo a esforzarse más para demostrarlo.

Gran parte de este éxito se ha logrado porque la sociedad ha sido capaz de generar servicios que faciliten la conciliación y porque la mujer ha empezado a ser más dueña de su cuerpo, decidiendo así sobre planificación familiar y su desarrollo profesional. El gran debe viene, sin embargo, de la política.

El ámbito de la política sigue siendo eminentemente masculino. La política de cuotas y paridad ha permitido a las mujeres crecer exponencialmente en los órganos legislativos; casi todos los concejos municipales y las asambleas departamentales tienen mayoría de mujeres. Esto no se refleja, sin embargo, en las propias directivas de esos órganos, que son abrumadoramente ocupados por hombres. Tampoco se ha reflejado en un cambio de enfoque en las propuestas, ni mucho menos en una sensibilización real de aquellos que aún mandan.

Sudamérica vive una especial revolución feminista en todos los ámbitos, siendo sus colectivos pioneros en muchas de las demandas e iniciativas que han recorrido el mundo; la lucha contra la violencia feminicida o las cruzadas tanto a favor como en contra del aborto han sido genuinas y se van sumando reivindicaciones más elaboradas como la de la igualdad salarial.
El uso torticero del feminismo no solo debilita a quien lo pretende, sino que daña los principios esenciales de las luchas históricas por la igualdad.
Nada de esto parecen haber entendido ni el oficialismo ni la oposición boliviana, que siguen repitiendo lógicas y gestos del pasado, con la inclusión figurada y la participación limitada. La foto de la reunión del Conada, cívicos y binomios de candidatos, plagada de hombres en un 99% es terrorífica, pero no más que el silencio que sobreviene las filas del oficialismo femenino luego de cada broma soez del Presidente Evo Morales sobre las calzas, las perforaciones, o cualquiera similar.

Cuando cualquiera hace una observación al respecto, recibe al momento un marasmo de críticas, sentencias cargadas de machismo, simplificaciones del tipo: “y quien les prohíbe participar” y el consabido “ellos más”.

Sea por incapacidad, sea por soberbia, ni los candidatos (todos) ni sus más fervientes seguidores han sido capaces de incorporar las banderas del feminismo a sus causas y simplemente se han interesado en una incorporación cosmética y funcional que sirva como arma política de ataque y no como cambio social. El uso torticero del feminismo no solo debilita a quien lo pretende, sino que daña los principios esenciales de las luchas históricas por la igualdad.

Ni unos ni otros parecen haber entendido que no se trata de cuestiones de gustos o apetencias, de oportunidades o posibilidades; se trata de la raíz, del cambio posible, de la profundización de la revolución, de lo que sea, pero que sea auténtico. No se pueden lograr resultados diferentes haciendo las mismas cosas.

 

 

 

 

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