Bolsonaro y los agujeros del sistema

La ultraderecha ha ganado las elecciones en Brasil. Jair Bolsonaro y su fanfarria militar controlarán el poder en el país más grande y poderoso de Sudamérica al menos durante los próximos cuatro años. El fenómeno no es local, ni siquiera continental y por ello, más allá de las...

La ultraderecha ha ganado las elecciones en Brasil. Jair Bolsonaro y su fanfarria militar controlarán el poder en el país más grande y poderoso de Sudamérica al menos durante los próximos cuatro años. El fenómeno no es local, ni siquiera continental y por ello, más allá de las preocupaciones propias del corto plazo, conviene poner las luces largas sobre lo que parece estar anunciando un agotamiento del sistema y que tiene un claro mecanismo para su imposición: la ausencia absoluta de la educación crítica.

El sistema se agota, pero no está claro que quienes lo controlan estén dispuestos a mejorarlo. Más bien todo lo contrario. No debe haber tolerancia con el fascismo y por eso hay que seguir de cerca lo que haga Bolsonaro en Brasil. Casi se puede asegurar hoy que el sistema no cambiará nada; que en Brasil, más allá de algunas medidas puntuales y efectistas, como el control de la seguridad ciudadana a través de patrullajes militares, etc., no pasará mucho más. Es probable que Bolsonaro si maquille algunos de los planes sociales del PT, como no ha hecho por ejemplo Mauricio Macri en Argentina con las políticas sociales de los Kirchner y es posible también que busque acciones agresivas con su vecino Venezuela, pero poco más.

La actual ola ultraderechista y racial que ha azotado Brasil se viene extendiendo por años en diferentes partes del mundo. Actores políticos con mensajes derrotistas muy claros que se presentan como Mesías de salvación ante la inminente catástrofe nacional y el desgaste del propio sistema: Le Pen en Francia, Vox en España, Salvini en Italia, Duterte en Filipinas, el UKIP en el Reino Unido y los más recientes, Bolsonaro en Brasil y Trump en Estados Unidos. En un escalón más abajo por su nivel de combatividad al sistema – inexistente en este caso – se encuentra por ejemplo Piñera en Chile o Mauricio Macri en Argentina, que básicamente ha restaurado el sistema en oposición a la política bolivariana kirchnerista, que en su discurso original también se encuentran elementos constructivos basados en la deconstrucción del sistema. Por el otro espectro ideológico pero de similar puesta en escena estaría López Obrador, ungido sobre la putrefacción del sistema mexicano de Peña Nieto, Calderón y el resto de antecesores.

Porque sí, el auge de la ultraderecha y los discursos más liberales y xenófobos han surgido también a partir de los fracasos de otros relatos progresistas. Barack Obama también prometió cambiar el mundo porque “Yes, we can”, pero lo cierto es que no lo cambió y el sistema siguió funcionando más o menos igual. La cultura instalada del éxito instantáneo también ha hecho perder el empuje a movimientos como Podemos en España o el Movimiento 5 Estrellas en Italia.

Esa mezcla entre promesas incumplidas y desilusión precoz, además de los propios errores de gestión, es la que ha castigado en Sudamérica a los movimientos de inspiración izquierdista y bolivariana que alumbraron Chavez en Venezuela, Correa en Ecuador, los Kirchner en Argentina, Lula y Dilma en Brasil y también, Evo Morales en Bolivia.
Estas primeras décadas del siglo XXI se parecen demasiado a las del XX en cuanto a la generación de líderes; que Bolsonaro gane en un país eminentemente mestizo propugnando la supremacía blanca no es tan distinto a que Hitler – moreno de metro sesenta - lo hiciera en Alemania.

El sistema, dicen, sabe que las guerras no benefician a nadie, pero el temor es un negocio bien lucrativo para todos los que lo controlan. En estos tiempos de marketing político, fake news, de sociedades conectadas encerradas en sus casas, de millenials abominando de la política y de escuelas creando sujetos especializados y consumidores generosos, es tiempo de reivindicar una educación mejor, integral, crítica y sólida en los planteamientos nacionales y vitales, para que no venga ningún asustador profesional convertido a político; o algún funambulista de los buenos deseos, a vender sus cuentos para que, al fin y al cabo, la rueda siga girando.

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