Las dos caras del orgullo

Es importante definir en primer lugar qué entendemos por orgullo. Aunque no lo creas, gestionado y utilizado de forma saludable y positiva, puede ser muy enriquecedor para nuestro crecimiento personal. Porque nos permite valorarnos a nosotros mismos como personas capaces de hacer cosas, de...

Es importante definir en primer lugar qué entendemos por orgullo. Aunque no lo creas, gestionado y utilizado de forma saludable y positiva, puede ser muy enriquecedor para nuestro crecimiento personal.

Porque nos permite valorarnos a nosotros mismos como personas capaces de hacer cosas, de construir cosas. De alcanzar nuestros propósitos.
No hay nada malo en aceptar y en sentirnos bien con nosotros mismos cuando conseguimos algo. Conseguir un buen trabajo de acuerdo a tu formación y esfuerzos, es algo que debe enorgullecerte. Formar una familia plena, feliz y llena de armonía, debe también llenarte de un saludable orgullo.

Pero hay un lado negativo. Las personas marcadas por la soberbia son incapaces de establecer un vínculo adecuado basado en el respeto y la comprensión. Nadie podrá nunca crear una relación duradera si se excede en ese amor propio donde uno mismo se ensalza como el más fuerte, como alguien que lejos de tener vacíos o flaquezas, es autosuficiente.
Ahora bien ¿qué hay en ocasiones bajo este tipo de personalidades regidas y alimentadas por el orgullo más extremo?

Aunque nos sorprenda, bajo estas personas de apariencia fuerte y grandilocuente, se esconde una baja autoestima. En su esencia más íntima son inseguras, desconfiadas y marcadas por muchos vacíos. Todo ello se reviste de un gran orgullo como mecanismo de defensa simplemente, “para aparentar”.

Es habitual que las personas muy orgullosas oscilen entre la soberbia y el victimismo: “yo soy esa persona que ha levantado esta familia, me lo debéis todo a mí, y sin embargo nunca me lo agradecéis y me dejáis solo/a”.

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