Todos somos migrantes

En estos tiempos de política enrarecida, radicalizada y centrada en el show mercadotécnico, conviene repasar las historias nacionales e incluso personales de aquellos lugares donde la migración se viene convirtiendo en asunto controversial de la batalla partidaria. Hace apenas tres meses,...

En estos tiempos de política enrarecida, radicalizada y centrada en el show mercadotécnico, conviene repasar las historias nacionales e incluso personales de aquellos lugares donde la migración se viene convirtiendo en asunto controversial de la batalla partidaria.

Hace apenas tres meses, todos los actores subordinados clamaban por lo que calificaron como “éxodo venezolano” exigiendo solidaridad, pero también una solución matriz al problema de la migración, que claro, en este caso, pasaba por erradicar al Gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela.

Actualmente, los actores subordinados han puesto en agenda otra ola migratoria, la que desde hace unos días se desplaza por tierra y a pie desde Centroamérica con objetivo final Estados Unidos.

Por lo general, las motivaciones del migrante para hacer las maletas y partir hacia lo desconocido suelen ser las mismas: las motivaciones económicas. Hay también una gran cantidad de migrantes que huyen de guerras y situaciones de inseguridad física real, como señalan los datos de la Agencia para los Refugiados de las Naciones Unidas (ACNUR).

En ese contexto, las diferencias entre los migrantes venezolanos y los centroamericanos no son llamativas, como si lo es el tratamiento informativo de ambos fenómenos. Hay más diferencias: los centroamericanos llevan décadas migrando sin que a nadie le haya importado un comino el origen del problema, mientras que los venezolanos son una nacionalidad migrante reciente y los que salen siguen siendo un número insignificante respecto a la cantidad de migrantes que ingresan. En Tarija, sin ir mucho más lejos y sin contar obviamente a los argentinos residentes, que responden a otros fenómenos, hay más migrantes peruanos, mexicanos y españoles que venezolanos.

Las reacciones de los gobiernos con el fenómeno migratorio vienen a descubrir las miserias de muchos de los países implicados. Empieza a parecer normal que Estados Unidos aplique medidas del control del fenómeno saltándose las mínimas consideraciones sobre los derechos humanos incluso con un presidente como Trump, esencialmente migrante. En ese marco, resulta grotesco que un país como México empiece a copiar las recetas y utilice técnicas amenazantes como las que mil veces denuncian sus propios migrantes que padecen en sus fronteras. Lo mismo se ha visto en países como Perú o Brasil.

Bolivia también es país de migrantes, el censo de 2012 reveló datos de migración sustanciosos que prácticamente involucran a todas las familias. Desde las provincias tarijeñas se ha enviado decenas de miles de jóvenes a la Argentina pero también a Europa y Estados Unidos, migraciones organizadas o espontáneas, porque sí o porque surgió la oportunidad. Migrantes que muchas veces han triunfado y otras han fracasado, que lo han tenido fácil o no tan fácil.

Con todo, nuestras autoridades suelen recurrir al tópico de culpar al migrante de los problemas del orden público que se padezcan en el interior del país. Parece normal vincular los robos a los peruanos, la droga a los colombianos y todo lo demás a los chinos, que por los pelos se les reconoce su condición de ser humano y más bien se les trata como agentes infiltrados del otro gobierno imperial.

En estos días de migraciones, dramas y relatos, conviene hacer repaso de las propias convicciones y consideraciones. La Patria Grande no se construye desde la exclusión, sino desde la capacidad de sumar voluntades por un mundo mejor y sin complejos.

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