Probadas, probables, posibles... ¿y las estratégicas?

Se sigue hablando de la última –y polémica- certificación de reservas de hidrocarburos en Bolivia por parte de la canadiense Sproule, principalmente en términos de su veracidad y confiabilidad, su metodología, su calidad, e incluso de los conflictos de intereses dentro de la propia...

Se sigue hablando de la última –y polémica- certificación de reservas de hidrocarburos en Bolivia por parte de la canadiense Sproule, principalmente en términos de su veracidad y confiabilidad, su metodología, su calidad, e incluso de los conflictos de intereses dentro de la propia industria de las certificaciones de reservas.

Hay varias cosas que se pueden decir. Por ejemplo, entre la certificación de 2009 y la actual solo ha habido tres certificaciones, cuando debieran ser por lo menos ocho o nueve, si es que las autoridades del sector tuvieran a bien cumplir la ley.

También resulta llamativo que, aunque las reservas probadas hayan subido levemente de 9,94 TCF en 2009, a 10,45 TCF en 2013 y a 10,7 TCF en 2018, las reservas probables y posibles han caído de casi 10 TCF en 2009, a poco menos de 4 TCF en la certificación de 2018. Evidenciando un traspaso (cuando no un artificio contable) de una categoría a otra, pero sin encontrar reservorios nuevos.

Por supuesto, el estancamiento de las reservas, por no llamarle directamente vaciamiento, se debe al presupuesto destinado a las inversiones en exploración en los últimos 12 años, sumamente magro comparado con lo asignado a la extracción, transporte, comercialización y exportación, siempre como materia prima.

Así, los más de 2 mil millones de dólares para exploración, palidecen frente a los más de 6 mil millones para extracción, y otros tantos para el resto de la cadena extractiva exportadora.

El número de pozos exploratorios en estos 12 años, que suman 48, también palidecen frente a los 122 pozos de desarrollo (extracción), lo que explica el acelerado vaciamiento gasífero del país. El número de pozos exploratorios del Estado Plurinacional es incluso para sonrojarse cuando se lo compara con los 163 del neoliberal periodo 1998-2005.

Mientras esto ocurría con la exploración, la explotación y exportación de nuestro gas aumentaba a ritmo acelerado año tras año, especialmente en la presente década. Así, se celebraba la puesta en marcha de pozos de producción, como el caudaloso Margarita 6, se celebraban las adendas contractuales para aumentar los envíos a Argentina, se celebraban los contratos interrumpibles con Brasil para enviar volúmenes extra, etc.

Todo esto en medio de la borrachera de la abundancia, sostenida gracias al boom del precio petrolero mundial, al que están indexados los precios de exportación de gas a los dos vecinos. Cifras que permitían distraer de la falta de exploración y de la falta de certificación de reservas.

En esos mismos años de abundancia, habían voces que advertían de la irresponsabilidad. Entre ellos el exministro Andrés Soliz Rada, quien exigía que el volumen a exportarse sea limitado a las reservas probadas existentes, de modo que se garantice gas para los bolivianos “durante al menos 40 años”.

Hoy, las expectativas no llegan ni a 20 años. Y con la industrialización paralizada, la nacionalización magullada, la exploración en manos de transnacionales, y la plata del gas en proceso de retirada, preocupa que sigamos aferrados al exportar o morir de otras épocas. Hoy más que nunca urge actuar patriótica, responsable y estratégicamente.

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