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Del Libro ¨Estampas de Tarija¨ 1574 – 1974

LA PISTA DE ATERRIZAJE. EL PRIMER AEROPLANO.

Cántaro
  • Agustín Morales Durán
  • 20/02/2022 00:00
Del Libro ¨Estampas de Tarija¨ 1574 – 1974
Plaza principal Tarija Foto: Agustín Morales Durán
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LA PISTA DE ATERRIZAJE.

EL PRIMER AEROPLANO.

También por aquella época, o quizás uno o dos años después, (1925-26) se produjo otro acontecimiento que alborotó a toda Tarija y al que fui llevado por mis padres. Todavía era yo muy chico, porque me acuerdo que fuimos por los “callejones” que quedaban al final de la calle 15 de Abril, pasamos por “El Tejar”, famoso establecimiento agrícola del que me ocuparé más después, cruzamos la quebrada del “ojo de agua” y subimos hasta la extensa planicie de San Gerónimo cubierta por tupidos “churquiales”; bueno, ya por allí me cansé y tuve que ser alzado por una de mis hermanas; llegamos hasta unos “churquis” donde la gente se guarecía del ardiente sol; ya antes había andado por aquellos lugares cuando íbamos en día de campo con toda la familia. Cerca del mediodía y bajo un sol también esperamos con la vista hacia el cielo, la gente miraba al espacio, mostraban puntos en la lejanía, pero yo no veía nada, hasta que al fin después de tanto mirar hacia arriba pudimos divisar un puntito que iba creciendo y se acercaba con extraño ruido; seguramente el aparato se asentaría muy a la distancia, yo lo único que recuerdo es que vi un enorme remolino de viento y atemorizado por el contagio emocionante de la multitud, me agarré de mi madre; luego hubieron correteos, sustos, alarmas y bochinches. Una vez tranquilizado el ambiente la marejada humana se dirigió al centro de la pista a ver el famoso aeroplano; a un comienzo con la apretura yo no veía nada, hasta que por fin mi mamá se metió por un resquicio y levantándome en alto me mostró el extraño aparato; allí estaba, con sus dos alas superpuestas y sujetas al plateado cuerpo que brillaba más y le daba verdadero aire fantástico. Fue algo hermoso; después alzaron en hombros al piloto que me pareció un extraño personaje, con su gorro de cuero que le cubría cabeza y costados de la cara, llevaba enormes gafas o chofas y venía bien abrigado; luego se lo llevaron donde las autoridades y ya con menos apretura pudimos ir a ver y tocar al aeroplano, así se llamaba y no avión como después se acostumbró; era una máquina muy linda, con su cabina corrediza y abierta, el motor en la nariz rematado de reluciente hélice, la bandera boliviana pintada en círculos en las alas y el cuerpo. No nos cansábamos de admirar tan bella máquina voladora, “pajaru” i’lata” como le llamaban y temían los chapacos. Tal fue la impresión, que desde entonces nuestro principal juego fue construir aeroplanos de cañahueca, con todos sus detalles, hasta los hacíamos casi idénticos al original, claro que en pequeño.

AMAGO DE GUERRA EN EL CHACO: AÑO 1928.

ALARMA Y MOVILIZACIÓN.

Tenía yo apenas 7 años, recién había ingresado a la Escuela “Aniceto Arce” y comenzaron mis estudios primarios así como una nueva forma de convivencia con los compañeros de curso, algunos conocidos, otros extraños, pero al poco tiempo todos amigos; la profesora fue una normalista recién recibida en Sucre, la señorita Isabel Pérez. Nos encontrábamos en plena época de estudios, pictóricos de aventuras y recuerdos, cuando tanto en la Escuela cuanto en toda la población comenzaron a correr rumores, comentarios y una atmósfera de inquietud llenó todos los ambientes; noticias alarmantes y confusas indicaban que un Fortín del Chaco había sido invadido por tropas paraguayas; primera vez que oíamos nombrar a este país, sonaba a algo raro, no sabíamos ni adonde quedaba, pues vivíamos en un aislamiento casi completo. A los pocos días, se decía que habría guerra y que se movilizarían a los reservistas; cundió la inquietud, casi todos los días se reunía el pueblo en la Plaza principal para conocer noticias. En ese entonces existía en la Policía un cañoncito como de juguete con el que se disparaban cargas de papel atacado con pólvora, dando un fuerte estampido para alertar a la población cada vez que se deseaba hacer conocer las últimas noticias que seguramente llegaban del Norte o del Chaco, por aquellos tiempos no se conocía todavía radio, seguramente llegaban por telégrafo.

La niñez inquieta, curiosa, pero siempre a la pesca de noticias, se arremolinaba junto al pueblo que se reunía frente a la Prefectura o la Policía, para saber lo que allí se comunicaba mediante una pizarra, que era leída por los que sabían o a viva voz por alguna autoridad; nosotros escuchábamos y luego difundíamos las novedades en nuestras casas y en la Escuela, en la recova y en fin adonde íbamos. Se decía que fuerzas paraguayas habían atacado inesperadamente un Fortín, no sé si se llamaba “Vanguardia” o “Sorpresa”, que allí habían caído muertos varios soldados y que entre los heridos hubo un valiente tarijeño que logró escapar hasta otro Fortín para alertar y pedir refuerzos ante un posible nuevo ataque paraguayo. A éstos los pintaban como a salvajes sanguinarios que no hablaban castellano sino guaraní. La fama de aquel soldado fue tan grande hasta que al fin se supo su nombre: fue el soldado Froilán Tejerina, un valiente chapaco que estaba herido, gracias a su arrojo se habían evitado mayores males.

Seguramente para levantar la moral del pueblo e informarlo sobre la situación en el Chaco, a los pocos días las autoridades hicieron pintar en una de las paredes de la casa de la familia Avila, en la acera norte de la Plaza principal, un gran mapa del Chaco, señalándose los fortines bolivianos y paraguayos y para que todos conociéramos el desde entonces mentado Chaco Boreal. Al poco tiempo llegó un Regimiento, el Campero 5 de Infantería, que fue recibido por toda la población en las alturas de la Loma de San Juan; ingresó con su marcial Banda de música, a la que seguíamos entusiasmados todos los chiquillos; fue alojado en el antiguo cuartel de la Plaza y después de algunos días de descanso, ingresó al Chaco, siempre a pie como había venido desde el norte y porque aún no se había construido el camino carretero a Villa Montes. También en la ciudad movilizaron a muchos hombres conocidos y fueron mandados luego a la guerra.

En las postrimerías del mismo año 1.928, se dijo que había terminado la guerra gracias a un arreglo entre los gobiernos y que luego serían licenciados los reservistas, a los mismos que poco tiempo después los vimos llegar en grupos de dos o tres, venían barbudos, flacos, con el uniforme hecho girones, amarillos; toda esa gente conocida fue esperada con curiosidad en las afueras de la ciudad, adonde también íbamos; recuerdo haber visto a varios conocidos, entre ellos a los señores Zenón Colodro, Clemente Vásquez, Félix Antezana, Adolfo Schnor, un tal Nogales y a muchos otros que ya deben ser viejos o finados.

LLEGADA DEL HÉROE FROILÁN TEJERINA.

El día de mayor agitación para toda la ciudad y en especial los “mocosos” —entre los que yo me contaba— fue cuando llegó el héroe Froilán Tejerina, todo el mundo fue a esperarlo hasta el “ojo de agua”, otros fueron hasta más allá, pero yo apenas llegué a la “pampa vieja”; allí lo esperaron las autoridades, y cuando hubo llegado fue recibido al son de banda, vivas, gritos y bullicio; pudimos ver a un soldado vestido de kaki. Recuerdo la emoción que se apoderó de toda la multitud, todos querían acercarse al héroe, tocarlo, abrazarlo y alzarlo, como que así fue para luego ser llevado en hombros por toda la ciudad e ingresar por la calle Bolívar, que entonces era una linda avenida bordeada de sauces en su comienzo sur. Así en hombros fue llevado por las principales calles, ya había sido ascendido a Sargento, llevándolo hasta la Plaza principal donde se congregó toda la población; fue introducido al Club Social saliendo luego a uno de los balcones acompañado por las principales autoridades y vecinos notables. Allí fueron los discursos, las alabanzas y ensalzamientos al héroe humilde pero valiente, hijo de la tierra tarijeña, siendo condecorado con una medalla de oro por el Presidente del Club Social don Juan de Dios Trigo; también las autoridades lo premiaron y todo el pueblo lo aplaudía y vitoreaba hasta hacerlo llorar de emoción, apenas pudo agradecer; fue aquel un memorable día de fiesta.

Jugando a la Guerra

LOS REGIMIENTOS DE MUCHACHOS

Posiblemente contagiados por la movilización de tropas, a la muchachada tarijeña, después del amago de guerra del año 1.928, se le ocurrió comenzar juegos infantiles con escaramuzas de guerrillas, o peleas entre bandos pequeños primero, para luego poco a poco ir tomando cuerpo con la espontánea organización de “Regimientos” de muchachos de todas las edades en los diferentes barrios de la ciudad. A mí me tocó formar en el “Regimiento” de la Plaza principal o zona central. Nos reuníamos en el atrio de la iglesia Matriz que en aquellas épocas tenía un enorme patio delante del templo, con muros, rejas y dos anchas puertas que daban una en la parte central frente a la calle La Madrid y la otra formando esquina con la calle Campero frente a la casa de las monjas de Santa Rosa.

Ese lugar había sido, desde que yo aprendí a salir a la calle, adonde nos reuníamos los muchachos después de asistir con nuestras mamás al rosario, mes de María o novenas, unas veces a contar cuentos (“masmaris”) y otras a jugar el “libremen” (piedra libre). Estos mismos muchachos, entre los que recuerdo a Alberto López, Catari, Alberto Delgadillo, “Peta” Zenteno, Antonio Galarza, Celso Hoyos, Luis Avila, Walter Echazú, Nildo y René Moreno, Antonio Vaca y tantos otros, formamos el indicado “Regimiento” que después fue integrado por otros muchachos de la misma plaza, un poco más grandes, como los hermanos Avila, Fernando y Hernán Morales (“zorros”), Carlos Tejada, Jorge Martínez, Jaime Arce, Arturo Ruiz, los hermanos Estenssoro, Humberto Dorakis, los Pizarro, los hermanos Humberto y Miguelito López, Oscarito y Rubén Suárez y, en fin, toda esa muchachada que estaba entre los 9 a 13 años y que se alborotó con la novedad de formar “Regimientos”. Después ocupamos otro lugar de reunión en el atrio de la iglesia San Francisco que también era amplio, enrejado y con dos puertas; allí aparecieron Walter Maddalleno, Lisímaco y Arnildo López, Mario y Franz Werner, Luis Thenier y otros muchachos mayores como Balmoré Donoso, René Martínez, “Amancho” Agreda, Carlos Lino Morales, Silvio Sheifer y muchos otros. La organización fue prolija desde un comienzo, pues se fijaron horas de asistencia, a los atrios se los denominó “cuarteles”, se organizaron escuadras o grupos a cargo de los muchachos más grandes con el grado de “Sargentos”; hacíamos ejercicios y hasta había un “cabo loco” para castigar a los desobedientes; también comenzamos a armarnos con palos o cañas huecas que hacían las veces de fusiles o lanzas y se formaron “arsenales”’ con bombas de tierra, ceniza, semillas de ají y m... consistentes en pequeñas bolsitas llenas de lo anterior que se guardaban en las casas de Alberto Delgadillo, uno de los más entusiastas, en la de Luis Avila (“wispilo”) y en la de los hermanos Suárez; fue toda una labor aquella de entrar a sus corrales porque entonces esas casas eran grandes, con varios patios, huertillo y un gran corral en el fondo donde junto a los animales nos dedicábamos a llenar las bolsas (bombas) las más “mortíferas” y “ofensivas” resultaban las de ceniza, semillas de ají y m...; allí se acumulaban hasta cuando se presenten las luchas o combates con supuestos “enemigos” que con el tiempo resultaron reales y no fueron otros sino muchachos de los barrios del “Molino”, “las Panosas”, “La Pampa”, el centro y “San Roque”; éstos resultaron los más aguerridos y temibles, llegaron a organizarse en tal forma y cantidad, que una noche bajaron formados, con “abanderado”, “armas” y en gran número; recuerdo muy bien que los encabezaban los muchachos más grandes y peleadores de los “sanroqueños”, como “chirisco” Romero, que creo era el Comandante, los hermanos “Tolón”, “Miquichos” López, Gabino, “nigua”, “sarna”, Ciro Noguera y muchísimos más; ingresaron en correcta formación hasta la Plaza principal, vivando al temible “Regimiento Tigre”, entonces todos los muchachos del centro tuvimos que escondernos en nuestras casas, porque aquellos tenían fama de provocadores, pendencieros y hasta matones. Sin embargo, parece que por descuido hubo un encuentro o escaramuza con una fracción del “Regimiento de los Ckalas” como nos llamaban a los del centro; el zafarrancho se produjo en la esquina formada por las calles Sucre y Camacho, la pelea fue brava, corrieron puñetes, patadas, garrotazos, piedras, etc., hasta hubieron varios heridos. No sé si se dispersaron por la intervención de un piquete de “rondas”, ya que hasta éstos temían a los famosos “Regimientos”.

Recuerdo a algunos “comandantes” que nos llevaban en marchas forzadas a la banda del río haciéndonos escalar al cerro “Pucarita”. En mi Regimiento eran los muchachos mayores como “Miquicho” Azurduy, Fernando Campero, Hugo y Jaime León, “Churuta“ Avila y sus hermanos Numa y Eithel, René Martínez, Carlos Lino Morales, Balmoré Donoso, Franz y Mario Werner y otros.

Los del “Regimiento” del Molino fueron capitaneados por los “chankas” Castellanos, Amado y Humberto, “picantero” López, el negro Germán, los hermanos Calabi, los Sánchez “amichus”, Pió Arellano, “cholo” Rossel, los hermanos Pérez, “poroto” Vacaflor, Mamerto, etc.

En “la pampa” y “las Panosas” llegaron a una “alianza” y los comandaba un tal “Añazgo”, los hermanos Tejerina “pullo” y “tórtola”, el fiero Wagner y otros muchachos.

La actividad de estos “Regimientos” duró algún tiempo, creo que hasta el comienzo de la verdadera guerra del Chaco en el año 1.932, a tal extremo que la gente comentaba que nosotros la habíamos anunciado, porque inesperadamente estalló como relataré en otra Estampa.

EL CENTENARIO DE TARIJA COMO DEPARTAMENTO DE BOLIVIA.

El año 1.931 se decía que Tarija cumplía el primer centenario de su creación como Departamento, pero parece que las opiniones estaban divididas para recordarlo con festejos, seguramente como protesta por el abandono y atraso en que lo mantenían los diferentes malos gobiernos, tal es así que los periódicos y comentarios de la gente fueron contrarios a tales recordaciones; se debe tener en cuenta que por entonces había mucho atraso, pobreza y descuido; si Tarija apenas parecía un pueblo, le faltaba servicios elementales, vivía aislada, olvidada y sin ninguna actividad que le diera vida para que sus hijos trabajen y progresen; pero como yo era pequeño, todo me parecía lindo y no sabía distinguir entre progreso y atraso. Acostumbrado a la sencilla vida de mi tierra, a la pobreza de mi casa .y al abandono, sólo me importaba salir a la calle, ir a la Escuela y buscar a mis compinches para bajar al río, entrar a las huertas que quedaban a menos de cuadra y media de la Plaza para robar fruta (“hacer rompe”) y a jugar, pero siempre estaba atento a las novedades o algazaras que se producían.

Así me acuerdo que cuando se aproximaba la fecha para celebrarse el tal centenario, que creo fue en el mes de septiembre, los estudiantes del Colegio Nacional San Luis, encabezados por los que se llamaban dirigentes, entre los que descollaban Armando Raña, Fernando Campero, Jorge Vaca Guzmán, los hermanos Campero y otros, declararon huelga y salieron en manifestación por las calles recorriendo las escuelas que eran pocas, para sacar a los alumnos y aumentar la protesta; hubo una gran reunión en la Plaza, donde discursearon los cabecillas, mientras la multitud daba vivas a Tarija, mueras a no se quién, diciendo —lo recuerdo bien— “viva Tarija sin su centenario” y otros estribillos.

Al final parece que habían dos bandos, unos que querían que se festeje el Centenario, que posiblemente fueron las autoridades y otros que se oponían, que fueron los estudiantes y el pueblo. De todos modos hubieron festejos, iluminaciones, desfiles, una nueva Exposición y otros números propios de tales acontecimientos, pero se notaba que en el pueblo había un amargo sentimiento de resistencia hacia el gobierno central; con razón, porque, reitero, se mantenía a Tarija en completo olvido, al extremo de llamarla “la cenicienta de Bolivia”.

El sentir popular, que siempre busca formas para exteriorizar su protesta contra las causas injustas, en esa oportunidad se concretó en una triste tonada que hasta ahora se la canta de cuando en cuando, adaptando la música de un triste yaraví norteño y que muchos deben conocer:

“Centenario de Tarija,

no lo quiero recordar...

cien años de vida triste,

nunca los podré olvidar...

 

Viva Bolivia!

patria querida,

viva Tarija!

tierra olvidada...

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