El autosabotaje financiero de la “revolución”

La negativa del Banco de Inglaterra de devolverle a Venezuela el oro depositado en sus bóvedas, valuado en 1.200 millones de dólares, y el congelamiento de activos del Estado venezolano en la Reserva Federal y en bancos privados estadounidenses, son aberraciones tan naturalizadas que ni...

La negativa del Banco de Inglaterra de devolverle a Venezuela el oro depositado en sus bóvedas, valuado en 1.200 millones de dólares, y el congelamiento de activos del Estado venezolano en la Reserva Federal y en bancos privados estadounidenses, son aberraciones tan naturalizadas que ni siquiera los aliados de Nicolás Maduro en el continente han criticado.
La aberración no tiene nada que ver con quién gobierna Venezuela, sino con el hecho de que constituye un desprecio a la soberanía de un país e implica ya una intervención en el ámbito financiero, más sutil que una impopular intervención militar, pero casi igual de soberbia.
Aunque estas medidas adoptadas por el Banco de Inglaterra y el gobierno estadounidense son repudiables desde todo punto de vista, sirven de maravilla para graficar una de las razones por las que, desde este medio, hemos alertado incansablemente sobre la incongruencia del gobierno boliviano respecto al uso y destino de las Reservas Internacionales (RIN), de la liquidez del Tesoro General del Estado (TGE) y próximamente también del ahorro jubilatorio.
Cuando aún vivía y gobernaba, Hugo Chávez dio un primer paso en la dirección correcta al repatriar los lingotes de oro que tenía depositados en los bancos ingleses. Pero fue insuficiente porque no fue todo, y porque otros activos venezolanos se mantienen aún en jurisdicciones “imperiales”. Desde el año pasado, Nicolás Maduro intenta repatriar más oro venezolano, pero ya muy tarde.
Ese tipo de errores son los que están cobrando factura hoy a Maduro. Ya lo hizo con otros gobiernos progresistas que debían usar sus RIN para financiar el despegue del fallido Banco del Sur con los más de mil millones de millones de dólares, pero que colectivamente prefirieron mantener en Europa y EEUU.
El gobierno boliviano forma parte de ese grupo que hasta el día de hoy corre un riesgo innecesario. El oro, cuyo valor es cercano a los 1.800 millones de dólares, está depositado en bóvedas suizas e inglesas. Y las reservas monetarias, superiores a los 8 mil millones, benefician a Francia, EEUU, China, Corea del Sur, Alemania, Japón, Inglaterra, Holanda, Canadá, Australia, Suecia y Suiza.
Similares destinos tiene la liquidez del TGE, compuesto por ejemplo por saldos no ejecutados de las entidades públicas diversas, y próximamente ocurrirá lo mismo con la mitad del ahorro jubilatorio de los bolivianos.
Si la región perdió la oportunidad de crear una nueva arquitectura financiera que reoriente las reservas de divisas para concretar alianzas estratégicas en materia energética, de soberanía alimentaria, y autonomía productiva y financiera entre los países de la región, Bolivia todavía está a tiempo de hacerlo al menos de manera doméstica.
Lo que frenó a los progresismos, y lo que frena a Bolivia de dar estos pasos, no es técnico ni económico, sino político e ideológico, ya que hay una incapacidad de imaginar soluciones fuera del marco del capitalismo. Bolivia sigue subordinada, con la excusa de “hacer lo que se puede”, y sin imaginar que se puede ir más allá, contentándose con recibir palmadas en la cabeza del FMI y del Banco Mundial.

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