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Del libro ¨Estampas de Tarija¨ 1574 - 1974

Aunque, como ya relaté

Cántaro
  • Agustín Morales Durán
  • 27/08/2023 00:00
Chaguaya

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LA AUTORIDAD MILITAR.

Aunque, como ya relaté, existía en plena Plaza principal un gran edificio para Cuartel, por los años de mi niñez siempre permanecía desocupado, porque muy de cuando en cuando llegaban regimientos y eso lo hacían de paso a los fortines del Chaco; prácticamente no existía guarnición militar permanente.

La única autoridad militar conocida fue el “Mayor de plaza”, el que mientras existió el antiguo cuartel, tenía allí su oficina y cuando aquel fue demolido ocupaba otra junto a la Policía. Dos viejos militares estuvieron muchos años en tal cargo e incluso llegaron a casarse con damas tarijeñas y se quedaron allí toda su vida; fueron los mayores Jordán y Molina, estuvieron hasta la guerra, cuando ya se crearon otras reparticiones militares, como los jefes de etapas, etc.

Al demolerse el antiguo cuartel, se iniciaron algunas construcciones en el fundo fiscal de San Gerónimo aledaño a la pista de aviación, donde después de muchos años y postergaciones apenas lograron levantar los militares dos o tres galpones que le dieron el nombre de “cuartel modelo”. Desde entonces llegaron 'allí pocas unidades militares, entre las que recuerdo hasta antes del año 1.932, al Regimiento “Campero” que estuvo un tiempo de guarnición con su linda Banda, y luego al Regimiento “Paucarpata” de zapadores, también tenía su Banda y dejó buenos recuerdos porque sus músicos además de tocar los instrumentos, cantaban, pero ambas unidades fueron las primeras en ingresar al Chaco.

CORREOS.

La Oficina de Correos funcionaba durante muchos años en la casa particular de la señora Carolina Pantoja, a media cuadra de la Matriz y consistía en una Sala amplia separada por mamparas con barrotes de madera, adonde habían dos o tres ventanillas para atender al público, las casillas se encontraban a un costado y el casillero de cartas frente al público, de manera que las empleadas atendían a aquel teniendo las cartas a la mano. Un detalle interesante de este servicio consistía en que para hacer saber a la población que había llegado correo, colocaban en la puerta banderas de diferentes colores, así cuando el correo llegaba del norte ponían bandera amarilla, del chaco verde, de provincias roja, de la Argentina celeste, de manera que no había más que fijarse en el color de aquellas para saber la llegada del esperado correo; en esos tiempos creo que sólo del norte y de la Argentina venía el correo en motorizados, en cambio todos los demás todavía lo hacían a la antigua: en mulitas o postillones. Recuerdo que el más antiguo administrador de correos que conocí fue un caballero distinguido, el señor Fco. Azurduy, padre de esa conocida familia de la ciudad.

También es grato recordar de una anécdota relacionada con el correo: existía una viejita, que posiblemente por tener algún familiar lejos, de quien esperaba correspondencia, frecuentaba diariamente el correo a preguntar si éste había llegado, y como los muchachos siempre estaban a la pesca de sobrenombres, le pusieron “ha llega’o el correo?”, de lo que se enojaba terriblemente.

Guando terminó la construcción del Palacio Prefectural, se trasladó allí la administración de Correos, instalándose ya en forma amplia, cómoda y con diferentes secciones para una mejor atención al público. Allí conocí a uno de los más antiguos empleados postales: don Félix Antezana, que hizo carrera hasta llegar a los más altos cargos de este importante servicio.

EL TELÉGRAFO.

Este servicio estuvo instalado en la casa particular de la familia Paz Rojas de la esquina Sucre-Ingavi. También sus instalaciones fueron similares al Correo, pero cuando se terminó el Palacio de Gobierno allí se trasladó. Hasta entonces poco conocí de este servicio, sólo sabía que para comunicarse con el norte existía una sola línea y otra para el Chaco, aparte habían contactos mediante antiguos teléfonos de manija con las capitales de provincias y algunas que otras poblaciones menores denominadas “estaciones intermedias”. Un poco antes del año 1.935, se instaló una unidad de Comunicaciones militar, posiblemente para aumentar las líneas y mejorar los enlaces principalmente con el Chaco, incluso en esa repartición que tuvo sus instalaciones en una casa y canchón grandes de la esquina Alianza-Plazuela Sucre, hicieron su servicio varios jóvenes estudiantes y conocidos de la ciudad.

La gente siempre comentaba sobre la tardanza y deficiencia de las comunicaciones, al extremo que los telegramas se entregaban a la misma persona que había anunciado su viaje y cuando ya había llegado.

Entre los más antiguos jefes de Distrito, como se llamaba a los superiores del Telégrafo, recuerdo haber conocido a los señores Asilino Reynoso, Octavio Baldiviezo y Severo Vaca; telegrafistas señores Jesús Gaite, Octavio Sosa, N. Diaz, Arístides Castellanos, Milton y Lorenzo Tejerina, N. Murillo y otros. Antiguas encargadas de la atención al público fueron las señoras Susana Agreda, Inés de Colodro y Rosa Nogales, eternos mensajeros “apiruta” Catoira y “charquina” García.

Los aparatos morse posiblemente de antigua fabricación, se escuchaban hasta la calle, de modo que un entendido fácilmente podía conocer los mensajes que se recibían, pero esta situación fue mejorada porque cuando yo llegué a trabajar allí, (1.936) esta situación fue superada instalándose aparatos más modernos y el trabajo fue intenso, había mucho movimiento de comunicaciones, tanto para transmitir cuanto recibir, tal que se atendía hasta altas horas de la noche.

LA ESTACIÓN DE RADIOCOMUNICACIONES.

No puedo precisar con exactitud cuándo se habrá instalado el servicio de radiocomunicaciones inalámbricas, parece que fue allá por el año 1.931 porque oía hablar de unos trasmisores Marconi que se montaron en la Loma de San Juan.

La oficina para la atención al público desde el año 1.934, más o menos, conocí que estaba en unas pequeñas construcciones de detrás de la Prefectura, precisamente en el enorme canchón que quedó allí al demolerse el antiguo cuartel y con frente a la calle 15 de Abril; los aparatos o sala de máquinas siempre estuvieron en la Loma de San Juan. Cuando yo ingresé a trabajar en ese servicio, teniendo menos de 14 años (1.935) el Jefe de la Estación de Radio fue el señor Raúl Márquez, parece que fue el precursor de la radio que entonces todavía dependía de la Sección IV del Estado Mayor del ejército, seguramente porque el país aún se encontraba en estado de guerra. Poco tiempo después se hizo cargo un paceño de apellido Quíntela porque el señor Márquez fue promovido a un cargo de dirección superior. Operadores de esa época fueron los señores Alejandro Trigo (h), Walter Hoyos T.. Querubín Daza y después otros llegaron del norte. Como técnico y elemento de administración se desempeñaba el señor Humberto Castellanos (“petú”), jefe de recaudaciones un señor Méndez Loredo colaborado por la señorita Elina Vásquez. Por aquel tiempo no había mucho servicio posiblemente porque las comunicaciones radiotelegráficas fueron más caras que las telegráficas o quizás porque el público todavía no estaba muy acostumbrado, pero existían contactos con toda la República e incluso algunas poblaciones fronterizas.

LA SALUD PÚBLICA Y LOS MÉDICOS.

Cuando recuerdo cómo fue la preocupación por la salud del pueblo durante los años 1.925-30 y la década del 30 al 40, considero necesario referirme a los médicos, las boticas, los antiguos Hospital y Panteón, porque ellos tienen íntima relación.

Habían pocos médicos en la ciudad, especialmente tarijeños, pues apenas fueron dos: los doctores Arturo Molina Campero y Deterlino Caso, a ambos ya los conocí casi ancianos, pero gozaban de mucha nombradía. Luego estaban los doctores Alberto Baldivíeso, oriundo de Tupiza pero “avecindado” y casado en Tarija, prestigioso galeno que curó a varias generaciones alcanzando el respeto y el aprecio de toda la población; el Dr. Alberto Ostria Gutiérrez, sucrense pero también residente y entroncado con familias del lugar; luego había un Dr. Loria que casi siempre oficiaba de médico forence. Ocasionalmente venía de Sucre un oculista, el Dr. Vaca Guzmán. Estos 5 ó 6 médicos fueron prácticamente los únicos que atendieron la salud del pueblo, sea en el Hospital, consultorios o en las propias casas de los enfermos; pero un poco antes del año 1.932 .aparecieron otros y durante la guerra la ciudad se llenó de médicos que vinieron del norte aunque con la principal finalidad de atender a los movilizados; varios instalaron consultorio y atendían al público; hubieron muy buenos, entre éstos puedo citar a los doctores Bilbao La Vieja, Debbe, Farah, Aniceto Solares y, en fin, varios otros que una vez terminada la contienda retornaron a sus ciudades, quedándose algunos. Debo mencionar la contribución de otro médico chuquisaqueño el Dr. Genaro Villa, especialista en paludismo. Luego al entonces joven y recién recibido Dr. Ortega.

Existían dos o tres dentistas, entre los que recuerdo a los doctores Rafael Suárez T., Gustavo Auza, Carlos Serrano, etc.; claro que al transcurrir los años fueron apareciendo otros jóvenes que se instalaron después de recibirse en Sucre o Buenos Aires, como los doctores Jorge Paz, Juan Colodro y Ariel Morales.

No existía un buen servicio de Sanidad Pública, durante algún tiempo se instaló una oficina en los bajos de la antigua Prefectura que fue atendida por un señor Fermín Avila, que vacunaba y realizaba curaciones ligeras. Recién desde el año 1.936 se estableció la Sanidad en una casa particular de la calle Aniceto Arce, detrás de la Matriz, donde funcionó durante muchos años, pero preocupándose más de la lucha antipalúdica.

LAS BOTICAS.

Así las menciono porque el común de las gentes así las llamaba, pero al pasar los años ya se acostumbró a decirles Farmacias. Eran tres o cuatro, siendo la principal, más grande y conocida, especialmente por la gente pobre y el campesinado, la “Cruz Roja” de don Justino López, situada a media cuadra de la Plaza principal en la calle Gral. B. Trigo; constituía toda una institución de salud porque atendía permanentemente, con inmenso surtido de drogas, remedios y artículos anexos, colaborado por su hermano don Eulogio o sus hijos y muchos empleados; don Justino fue infatigable, laborioso y esforzado boticario, que se lo encontraba día y noche y feriados, atendiendo a la extensa clientela. El establecimiento fue el más grande de la ciudad, con cuatro puertas sobre la calle, amplios mostradores, estanterías, laboratorios y sección cosméticos, revistas y varios, casi nunca faltaba el remedio para la receta que se buscaba. Aunque fueron tiempos en que toda receta se la preparaba desde sus mínimos componentes, no faltaban remedios importados. Nunca volvió a existir en Tarija una Farmacia y Droguería igual.

Las otras más pequeñas fueron: la Botica de don Moisés Navajas, que si bien surtida, se abría esporádicamente y se cerró definitivamente antes de la guerra; luego teníamos otra relativamente grande, antigua e importante, la de don Enrique Borda, ubicada a media cuadra de San Francisco en la calle La- Madrid, pero al morir el propietario, fue cerrada para siempre. Después había la “Guadalquivir” de don Deterlino Caso frente a la Recova sobre la calle Sucre, atendida por su propietario que también fue médico y sus hijas; tenía una característica interesante: exhibía llamativos frascos de colores. “La Salud” de un señor Alberto Arce que después fue vendida a don Alberto Rodo Pantoja, más poeta que boticario, sita en la esquina Sucre-Ingavi; finalmente, la Botica de don Marcio Martínez que abría sus puertas en la Plaza principal y que más servía como centro de reunión de los principales caballeros de la ciudad, atendiendo sólo recetas que las preparaba el mismo propietario, que fue uno de los pocos boticarios titulados, un caballero sucrense enraizado y casado con muchos hijos en la ciudad.

Este cuadro de la medicina y la salud puede ser completado por el concurso de algunos “curanderos”, como el renombrado “componedor” de huesos de apellido Yurquina, que vivía cerca del Panteón y algunos otros, así como por varias parteras o comadronas que acudían a las casas a atender partos exclusivamente, labor muy peligrosa en esos tiempos.

Entre las enfermedades de chicos que se repetían con mayor frecuencia como epidemias temporales, fueron la tos ferina, las paperas y el sarampión, todas las que se curaban con yerbas y remedios caseros como el “agua de borraja”, baños de malba, mates de violeta, jarabe de tolu, etc.

El “chujchu” o paludismo fue mal endémico, atacaba a casi la totalidad de la población, especialmente al campesinado, a quienes iban a los valles calientes, pero mucha gente lo sufría, hasta que un poco antes de la guerra apareció la Comisión antipalúdica que se dedicó a petrolizar charcos y a curar con quinina; un especialista en esa enfermedad fue el Dr. Genaro Villa, un chuquisaqueño que también se radicó en la ciudad. La gente mayor y menores sufrían esporádicas “pestes” de virhuela, muy temida por lo persistente, tal que muchos quedaron “tutaos” (variolados) víctimas de aquella terrible fiebre; también se las temía mucho a la pulmonía, entonces mortal y a la “tisis” (tuberculosis) incurable y que atacaba a toda clase de gente.

EL VIEJO HOSPITAL “SAN JUAN DE DIOS”.

Voy a comenzar recordando al “viejo Hospital” que estuvo situado sobre las calles Campero, Bolívar, Aniceto Arce y llegaba hasta la Potosí, ocupando dos extensos manzanos porque todavía no se había abierto la Avenida Domingo Paz. Era un local antiguo con entrada por un ancho portón sobre la calle Campero, en el zaguán se veneraban las efigies de San Dimas (el buen ladrón) y al lado derecho quedaba la bonita Capilla; tenía varios patios, largos corredores, con salas alrededor, también habían construcciones más antiguas donde se instalaba el Hospicio y huertas que llegaban hacia la parte posterior. En el primer patio de amplios jardines con naranjos, salían a descansar los enfermos convalecientes. La atención o administración corría a cargo de las hermanitas de Santa Ana y todas las salas lucían amplias, llenas de sol, aseadas, donde no faltaban imágenes de santos.

Algo que llamaba la atención, especialmente a los chiquillos, fue la sección para locos y la “misericordia” (morgue) que quedaban en habitaciones con ventanas sobre la calle Bolívar; durante muchos años habitaba allí un loco muy conocido de apellido Pantoja, al que los muchachos lo molestaban desde la calle llamándolo, pero tenía sus temporadas de “luna” cuando se ponía furioso haciendo dar miedo por sus gritos; luego resultaba impresionante ver desde afuera algún cadáver alumbrado por velas, posiblemente esperando piadosa sepultura.

Tenía fama la fiesta patronal del viejo Hospital, para San Juan de Dios, se festejaba con oficios religiosos, procesión y los infaltables bazares de caridad, cuando los muchachos iban a comprar suertes.

Recién después del año 1.930 parece que comenzó la construcción del Hospital Nuevo en la planicie del final de la calle Potosí, que nos parecía lejísimos y poco habitada por aquella época; tardó muchos años su construcción, tal que durante la guerra se lo habilitó a medio terminar y recién se apresuraron las obras a fin de recibir a los miles de heridos y enfermos que llegaban evacuados del .teatro de operaciones. Después del año 1.935 el famoso y único Alcalde Municipal, constructor y progresista que tuvo Tarija en los últimos 50 años, don Isaac Attié, el popular “turco rubio”, hizo demoler todas las construcciones del “viejo Hospital” y allí levantó modernos chalets rodeados de jardines que sirvieron con sus rentas de sólido sostén para el presupuesto edilicio; también hizo abrir la única y moderna Avenida que luego le pusieron el nombre de Domingo Paz, por ser padre del Dr. Víctor Paz Estenssoro, Diputado por la ciudad y echó las bases para habilitar la vieja casa de don Moisés Navajas, contigua al Hospital, como Asilo u Hogar de huérfanos de guerra.

También debo recordar que durante la guerra se habilitó antes aquella casa como Hospital Militar, que fue el No. 1, porque después hubieron varios. Recién al finalizar la contienda se lo transformó en Hogar de Huérfanos, primero y luego como Asilo de menores.

EL PANTEÓN.

Así lo nombro porque era la denominación que el pueblo acostumbraba, después ya modernizado se lo llamó Cementerio General. Bueno, estaba en el mismo lugar pero se trataba de construcciones antiguas, desde su viejo portón de ingreso, tenía pocos cuerpos de antiguos nichos y en su primer campo santo reinaba una desordenada profusión de “Túmulos” y sepulturas en la tierra; antes de ingresar a la segunda sección —más antigua aún— en el fondo izquierdo se levantaba una vieja y casi derruida Capilla, había en el centro una fila dé “Túmulos” más grandes donde reposaban restos de gente antigua y “pudiente”.

El primer Mausoleo que se construyó fue el de don Moisés Navajas, también plateado y dorado como su fastuosa casa; parece que esos colores le obsesionaban al ricachón; tenía un velatorio o altar y en los costados espacios cabales para dos catafalcos; era redondo con rejas, gruesas cadenas, rematando la cúpula ángeles en actitud de vuelo; resultaba interesante para ser el primer monumento mortuorio.

Después se construyó el Mausoleo de la Sociedad Antoniana y luego el de la Sociedad de Obreros que nunca llegó a concluirse.

Gracias a la dinámica acción del renombrado “turco rubio” nuestro viejo Panteón fue reconstruido modernizándolo desde la entrada, abriéndole las amplias y arboladas avenidas, levantando nuevos cuerpos de nichos y ampliándolo hasta la “quebrada del monte”. Desde entonces se prohibió el entierro en sepulturas sobre la tierra, sustituyéndose éstas de la principal sección, con jardines. Fue tan bien acogida y aplaudida esta efectiva obra, que se hizo popular el decir que cada tarijeño “tenía su lotecito de terreno en “la finca del turco rubio”; ojalá me lo reservaran uno para mí allí, a fin de que mis huesos descansen cumpliendo el presagio bíblico de que “de polvo eres y en polvo te convertirás”, para que de este modo mi polvo abone la tierra que me vio nacer y haga germinar y crecer plantas que den lindas flores.

Pido a Dios que mi polvo vuelva a la madre tierra de donde salió; y recomiendo a las presentes generaciones que en gratitud del inolvidable “turco rubio”, incansable y progresista constructor de lo entonces más moderno de la ciudad, le levanten un hermoso monumento que perpetúe su memoria.

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