“Cromatismo” y la comunión con el espíritu del artista (CON GALERÍA)
Cerca de 30 obras lucen en las paredes de la Galería de la Casa de la Cultura en la primera exposición del Grupo Praxis en Tarija, disponible hasta el 26 de agosto.
Benito Huarachi pintó “Fuerza Don Quijote”, el cuadro en la portada de este suplemento, después de recuperarse del Covid-19. “Uno dice, ‘¿me volverá a agarrar? Quizás me mata. Había trauma de esa enfermedad. Vi mis lienzos listos para pintar, me puse música y he dicho, ‘si voy a estar pensando en seguir enfermo, me voy a enfermar’”, relató el pintor, quien como resultado de ese estado emocional puso a su ídolo sobre un rinoceronte, criatura que para él simboliza la fuerza de la vida.
Huarachi pudo concebir una nueva imagen a partir de dos elementos que ya habitaban en su imaginario. Y cualquier cosa nueva toma el mismo camino para existir: dos elementos que nunca se han asociado forman un tercero que es distinto de aquellos, aunque manifieste sus rasgos. Así funcionan la vida y la creatividad. En otras palabras, nada nuevo puede existir si no hay algo que le preceda, una percepción, una memoria, una vivencia.
“Hay que tener tranquilidad, respirar, ver la obra como tal. Hay obras que no llaman la atención y uno pasa de largo. Pero en cada cuadro está el espíritu del artista”
La otra parte la completa el público de la obra que entrará en comunión con el espíritu del artista y lo que ha querido capturar en su composición. Huarachi recomienda: “Hay que tener tranquilidad, respirar, ver la obra como tal. Hay obras que no llaman la atención y uno pasa de largo. Pero en cada cuadro está el espíritu del artista”. Tanto pintar como apreciar un cuadro son tareas que toman tiempo y suponen que el artista y el espectador tengan algún código en común.
En ninguna parte de “Fuerza Don Quijote” puede percibirse que el personaje haya triunfado sobre el Covid-19, y ningún espectador podrá en una primera lectura comprender que esa es la vivencia que ha inspirado al artista, salvo el fondo que sugiere un fuego abrasador. Pero la anécdota no es necesaria para captar la fuerza, el dinamismo, y la novedad icónica de la propuesta. Y así, cada uno de los cuadros en “Cromatismo” guardan las vivencias, percepciones y formas de conocer la realidad de un colectivo de artistas provenientes de Oruro, La Paz, Potosí, Sucre, Santa Cruz y Tarija.
Rubén Gómez Aramayo, Tomás Apaza Ibarra, Raymundo Mendieta Quiroga, Walter Calsina, Benito Huarachi, Roberto Carlos Andrade Jijena, Verónica Roscío Guzmán Revollo, Ismael Lizme Castro, María Isabel Cruz Copa y Milton Pumari trajeron cerca de 30 obras en las cuales predomina la inspiración casi fotográfica para capturar escenas de la ciudad y el campo, con algunos ejemplos de pintura simbólica.
Cada artista posee una técnica particular y muy depurada, lo que hace de “Cromatismo” un escaparate de realidades bolivianas. Está “San Francisco Potosí”, un dibujo en el que sí es fácil reconocer la anécdota de la pandemia en los puntos de luz que cubren la mayoría de rostros que también conviven con las sombras siempre presentes en las obras de Gómez Aramayo.
La capacidad de la acuarela para capturar las sutilezas de otras materias, de la herrumbre, de lo crocante que puede ser una marraqueta
Hay también un realismo casi noticioso en la acuarela de Lizme Castro, quien registra un presente casi inmediato donde hasta los afiches de telefonía celular encuentran lugar, haciendo un guiño al arte pop. Otro tipo de realismo se encuentra en “Noctámbulo” de Apaza Ibarra, que retrata con gran angular mientras Cruz Copa va al detalle en “El pan de mi tierra”, dando cuenta de la capacidad de la acuarela para capturar las sutilezas de otras materias, de la herrumbre, de lo crocante que puede ser una marraqueta.
En un camino medio están las grandes acuarelas de Pumari, como “Viajando al mañana” y “Alone”. En esta última llama la atención la elección de un título en inglés cuando la obra fácilmente se asocia con un paisaje andino, altiplánico, con un zorro y un joven charanguista como únicos habitantes de una montaña rocosa; y esa elección de lo extranjero abre la puerta a una asociación de la escena con el relato de El Principito, creando así otras tantas interpretaciones.
También “Al amanecer” de Andrade Jijena lleva la percepción de un paisaje natural, verde, a un nivel fantástico. La luz, la forma, son tratadas de manera impresionista, por dar referencia, logrando que una escena del campo se vuelva una delicia en la que todo está vivo, en la que paseamos la mirada preguntándonos cómo es que lo vemos todo así, hasta que descubrimos que el soñador de la escena es un potrillo que descansa en medio de la hierba. Vemos como él mira su amanecer.
Y después están las obras más simbólicas y expresivas. “Madre sabiduría” de Andrade Jinena reporta una composición dinámica, monocromática con algunos contrapuntos, en la que nuevamente un búho simboliza la mencionada sabiduría. El mismo autor va a otro extremo con “Sacrificio de vida”, donde el fuerte contraste y la simetría rayan en un suprematismo enigmático.
Guzmán Revollo hace algo similar al presentar obras como “Magnolias”, en la que da una fácil lectura de la alegría, la inocencia, la picardía y la vitalidad, mientras que en “Abstracto II” complejiza su discurso con un trazo formal, una búsqueda material y una frialdad que hacen que la interpretación de la obra no pueda ser unívoca.
Esto es apenas una pequeña parte de “Cromatismo”. El público tarijeño necesita asistir a la Galería de la Casa de la Cultura para entrar en comunión con el espíritu de cada obra. Quizá suceda como dice Huarachi, y muchas obras nos hagan pasar de largo. Puede ser que necesitemos imágenes que apelen a otras partes de nuestra experiencia y sensibilidad. Puede ser que estos 10 artistas hayan condicionado su capacidad cromática a un puñado de experiencias ya conocidas, por lo que quizá vayan a encontrarse siempre con las mismas imágenes.
“Hemos experimentado suficiente. Tiene que haber un nuevo renacimiento. Yo sé que el arte académico está por un buen camino”
No hay duda de su adhesión académica, lo que para muchos puede ser un mal signo, mientras para otros es un síntoma de ir por el buen camino. Huarachi dice que “el arte contemporáneo ha tocado fondo, las obras de arte ya son cualquier cosa”. Pero, ¿es así en Bolivia, en Tarija? ¿Hay arte contemporáneo en Tarija? Lo que es común en el arte tarijeño es la reproducción interminable de imágenes de la tradición. Son temas recurrentes en las obras de muchos autores.
Las nuevas generaciones tienen sus propias percepciones, memorias y vivencias, y pueden fácilmente escabullirse de los mandatos de una academia que les mande a copiar o tomar ciertos temas como la única vía para convertirse en artistas. Sabrán combinar sus propios elementos para crear ideas nuevas.
Y es cierto, por lo menos para muchos artistas, que la revolución tecnológica no necesariamente destruirá el arte, y ahí lo académico se vuelve un bastión. “Tengo un amigo japonés que me cuenta que allá están comprando otra vez las obras hechas por un artista. Se ha revertido el boom. En los museos, la gente va a ver a Rembrandt, a Van Gogh. Prefieren ver a los grandes maestros que las ocurrencias de otros artistas que solo te venden conceptos. Al final de cuentas, uno expresa lo que quiere hacer, pero hay que salir de ese foso y recuperar el arte. Hemos experimentado suficiente. Tiene que haber un nuevo renacimiento. Yo sé que el arte académico está por un buen camino”, dijo el pintor de quijotes bolivianos.