La estampa chapaca de Víctor Huarachi
Con óleos coloridos, el pintor refresca los íconos del imaginario chapaco con su visión particular, resguardando para el futuro las estampas de la vida sencilla y apasionada de esta tierra.



Víctor nació en Santa Ana, un pueblo de la provincia de Sud Chichas, al lado de Tupiza. Con la relocalización, la familia Huarachi tenía la opción de irse a La Paz, Cochabamba, Uyuni o Atocha. El padre eligió bien y trajo a su familia a Tarija. Víctor tenía 20 años entonces y, ni bien se acomodaron, se fue a Europa con tres amigos y sus dos hermanos. Los 6 aventureros hicieron un grupo de música folclórica llamado “Punchay”, y también se dedicó a pintar. Le fue tan bien que estuvo 21 años viviendo entre Hungría y Rumania, mientras viajaba por Asia y Europa, dándose el tiempo para visitar Tarija en vacaciones.
El padre eligió bien y trajo a su familia a Tarija. Víctor tenía 20 años entonces y, ni bien se acomodaron, se fue a Europa con tres amigos y sus dos hermanos.
Ahora tiene 60 años, y el 13 de febrero inauguró su primera exposición individual en Bolivia. Antes, Víctor había expuesto de manera colectiva, pero dice que “no es conveniente porque un pintor trae acuarela, otro óleo, otro pastel o lápiz, son muchos estilos y la gente se confunde. En cambio, un solo estilo es más armónico”. Después de meses de tocar la puerta, finalmente encontró espacio en la Galería de la Casa Dorada gracias a que un grupo de artesanos falló a la cita que tenían para exponer durante el Carnaval.

“Por suerte me acerqué. ‘¿Será que está libre?’ ‘Está libre, ahora puede exponer’. Me dieron dos semanas, y ahora una más porque la próxima no hay nadie. Bien, porque ha llovido muchos días y no hay gente cuando llueve”, relata el pintor que estará mostrando y vendiendo su apasionada obra hasta el 4 de marzo.
Quien lo visite, podrá encontrar una colección de casi 40 óleos en los que Huarachi ha retratado las estampas más queridas de la identidad chapaca, recuperadas en los 40 años que lleva echando raíz en esta tierra; cosa que lo hace un pintor de costumbres con una visión particular, afinada desde el colegio, cuando empezó a pintar, y también en sus viajes, pues el encuentro con lo diferente ayuda a percibir mejor todas las cosas.

Víctor está en la Galería todos los días, sentado a una mesa donde despliega fotos de todos los cuadros expuestos. Cada foto vale 10 bolivianos, un precio muy accesible si se compara con el de los originales; nada caros, por cierto, como se ve en la cuarta parte de la exposición marcada con el punto rojo de “vendido”.
Para un artista como Víctor, la posibilidad de exponer en uno de los pocos espacios de arte de la ciudad significa vender y hacer contactos. Hay visitantes que preguntan si les puede hacer un retrato, un paisaje, incluso varias obras. “Depende del tamaño, y si quiere varios cuadros, se le hace precio”, dice Víctor a una familia que se llevó su dirección y teléfono (67699211).

De la exposición, diremos que su temática está fijada en la identidad tarijeña, que incluye lo chapaco, lo chaqueño, lo andino; que Víctor rescata en ella la belleza de las costumbres y de la figura femenina; que es naturalista y levemente simbólica; que la naturaleza y los ritos religiosos conviven en igualdad; que a ratos tiene pinceladas sueltas, seguras, gallardas, y a ratos flaquea en perspectiva o proporción, todo lo que se une a la hora de documentar costumbres e imaginarios a través del arte. Aparte, diremos que la Galería necesita una buena mano para que el sistema de iluminación haga justicia a las obras expuestas. Y ahora no diremos más porque hablará el artista.
Pura Cepa (PC). Además de las costumbres tarijeñas, ¿qué otro tema le interesa retratar?
Víctor Huarachi (VH). La función de los artistas es inmortalizar el momento. Yo estoy en vida, veo todavía chapaquitas, veo los tamales. Quien sabe, de aquí a 15, 20, 40 años ya no va a existir, pero van a quedar nuestras obras como testimonio de este tiempo. No hay necesidad de ir a otro departamento, otro país, porque tenemos tanta riqueza cultural, tanto color, tanto motivo, tanta forma. Esto es poco, en mi mente hay miles de ideas que quiero hacer. En Tarija hay mucho motivo para pintar.
“Esto es poco, en mi mente hay miles de ideas que quiero hacer. En Tarija hay mucho motivo para pintar”
PC. ¿Cuánto tiempo le toma hacer un cuadro?
VH. Depende, una semana o un año. El óleo se puede modificar. Pintas algo, no te gusta, encima lo pintas y lo arreglas. “Los gallos”, por ejemplo, pinté rápido, dos días, tres días nomás. Clarito se ve que tiene brocha grande. No tienen mucho detalle, como la cara, las manos, sale nomás ese rato. En cambio, los otros no. Hay que cuidar la luz, la sombra, los tonos. Si no sabes, sale mal.

PC. ¿Dónde estudió pintura?
VH. En la Escuela de Bellas Artes de Potosí. Estuve cinco años, después trabajé en las iglesias con la Unesco, que trajo plata para restaurar obras de arte. Luego me fui a Europa por 21 años. Por allá hice pintura y música. Tocábamos folclore y música latinoamericana con mis hermanos y varios amigos. Así recorriendo toda Europa. Alemania, Italia, Grecia, Polonia, Checoslovaquia, Francia, Yugoslavia, Rumania, Albania, pucha, a China llegamos, todo con la música. Volvía cada dos años de vacaciones aquí a Tarija. A veces cada año. Ganábamos bien. Estaba tres meses y después me iba otra vez a trabajar allá.
PC. ¿Cómo fue su experiencia migrante?
VH. Me fue súper bien. No había racismo, discriminación. Al contrario, éramos personas con pelo negro, morenos, todo lo contrario de ellos, ojos verdes, azules, rubios. Contraste tremendo. Se admiraban en muchos países, nunca han visto gente así. Entonces, buena recepción. Aquí uno ya nace escuchando la música, y no valoramos mucho, ¡pero en el exterior, uh! Muy bien recibida. Los instrumentos típicos son exóticos allá, la música les llega al sentimiento, al corazón. Tocábamos quena y la gente, los gringos, así (hace un gesto de oración), arrodillados escuchando nuestra música. Es increíble.

PC. ¿Cuál fue el impulso para salir de Bolivia?
VH. Se me dio la oportunidad. Bolivia estaba mal en ese tiempo. Todo mundo emigraba a la Argentina, Brasil, Chile, Europa. Había inflación, dictaduras, gobiernos de facto. Era terrible. En mi adolescencia, así crecimos, con muertes. Al lado de Tupiza yo nací, eran pequeños centros mineros de la Comibol. Como los mineros siempre son revolucionarios, ahí entró el ejército con metralla y con avión. Vimos muertos, heridos, y todo eso. Siempre de niño queda el recuerdo, y ese también fue el motivo para salir. Haciendo cálculos, el salario de un trabajador era bajo. Convenía ir afuera. El contrato era tres veces más al año.
PC. ¿Ahora tiene mejores condiciones de trabajo? ¿Está registrado como artista, por ejemplo?
VH. No, todavía. Aquí en Bolivia, yo debería trabajar en el magisterio. Soy profesor de artes plásticas.
“Las autoridades, si hicieran políticas verdaderas de turismo, esto estaría lleno gente visitando las diferentes actividades del arte, teatro, danza, poesía, música”
PC. ¿Puede vivir de la pintura?
VH. Hago trabajos que quieren encargar, a veces cuadros, murales, decorados. Exponer es difícil. No hay espacios, o no tienen espacio. Esta galería es lo único que hay en una calle principal, donde más o menos entra la gente. Bien. La gente que entra, sale feliz. Luego hay el Patio del Cabildo, el salón de la Alcaldía, pero es muy oculto, la gente no entra. Hay otro en el Banco Sol, tampoco entra, no hay movimiento. Otro en el Mega Center. Yo tengo mi local en la Mejillones del Barrio Avaroa. Una galería privada. Como tengo mi hermano que también es pintor, Benito Huarachi, entonces vamos a hacer pública esa galería para que pueda visitar la gente.

PC. Como espectador y consumidor del arte local, ¿cuál es su percepción de la situación?
VH. No se siente. Los medios de comunicación, que tienen el trabajo de socializar las actividades, les interesan los problemas, escándalos y corrupción política. Eso lo amplifican, pero cultura y educación no hay. Las autoridades, si hicieran políticas verdaderas de turismo, esto estaría lleno gente visitando las diferentes actividades del arte, teatro, danza, poesía, música. No hay ese apoyo que debería haber. Hay que estar rogando, mendigando. Si hiciéramos un equipo de autoridades y artistas, se vería mayor flujo de visitantes trayendo regalías, llegando a hoteles, llevando regalos, artesanías, ropa tradicional. Yo he visto el mercado en Otavalo, Ecuador. Ahí caminan indígenas, todos con sus ponchitos, sus sombreros, normal, las chiquitas van a la escuela así. Y los turistas, alemanes, chinos, franceses, caribeños, todos los días. Hay mucho dinero, y artesanía llevan por toneladas. He conocido indígenas millonarios. Si aquí todos nos vistiéramos cada día de chapacos, chapaquitas, eso se viralizaría en todo el mundo, no sé, sería una potencia cultural con los vinos, la vestimenta, las tradiciones. Eso falta lanzar, una verdadera revolución cultural sobre el turismo.
