Agenda geoestratégica
Cuando Alemania se oponía a llevar la OTAN al Este
Documentos desclasificados muestran que el gobierno alemán se había comprometido con Gorbachov a que la OTAN no se extendiera hacia el Este. En el contexto actual de guerra se convierten en munición para los países involucrados
El historiador británico James Joll señaló alguna vez que “toda historia es historia contemporánea”, es decir que los hechos del pasado adquieren sentido en el contexto presente en que esos hechos son analizados.
Hace poco el Instituto de Historia Contemporánea de Munich desclasificó documentos del Ministerio de Asuntos Exteriores alemán que contiene las conversaciones mantenidas durante 1991 entre el entonces canciller Helmut Kohl, su vicecanciller y ministro de relaciones exteriores, Hans Dietrich Genscher, y el premier soviético Mikhail Gorbachov (1). De los más de 400 minutas, memos y correspondencia entre estos y otros líderes de la época –los presidentes George Bush y François Mitterrand, entre otros– surgen algunas conclusiones que, en el contexto de la crisis ruso-ucraniana actual, podrían tener consecuencias explosivas, especialmente para el gobierno alemán. La principal es que tanto Kohl como Genscher apoyaron el mantenimiento de la Unión Soviética y se opusieron tanto a la independencia de Ucrania y los países bálticos, como también a la inclusión en la OTAN de los ex-miembros del Pacto de Varsovia.
A principios de 1991 Genscher declaró que el ingreso a la OTAN de los países del centro y este de Europa “no está en nuestro interés”.
En una nota publicada recientemente en el semanario alemán Der Spiegel, el periodista Klaus Wiegrefe ahonda en estos archivos para explicar por qué “Alemania mostró durante años una consideración especial hacia la Unión Soviética” (2). Señala que el 1° de marzo de 1991 Genscher informó a Washington que su gobierno se oponía a la expansión hacia el Este de la OTAN ya que “durante las negociaciones 2 + 4 (las dos Alemanias + Estados Unidos, URSS, Francia y Gran Bretaña) se les dijo a los soviéticos que no teníamos la intención de expandir la OTAN hacia el Este”. Tres días más tarde, en una reunión con diplomáticos de Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña, el funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores Alemán, Jürgen Chrobog, expresó que el entendimiento de lo acordado en las negociaciones del 2 + 4 era que no aprovecharíamos la retirada de las tropas soviéticas para sacar ventaja”. El 18 de abril de ese mismo año Genscher manifestó a su par griego que había dicho a los soviéticos que, después de la reunificación, Alemania permanecería dentro de la OTAN, pero que ésta no se expandiría hacia el Este. En una reunión llevada a cabo el 11 de octubre con sus pares francés y español, Genscher reiteró la oposición del gobierno alemán al ingreso de los países de la Comunidad de Estados Independientes (Bielorrusia y Ucrania) a la OTAN sobre la base de que ello contribuiría a desestabilizar las relaciones entre las ex-repúblicas soviéticas y Moscú. Al parecer, el gobierno de Bonn tuvo la intención de hacer que la OTAN formulase una declaración oficial señalando que la alianza atlántica no se expandiría hacia el Este, pero abandonó esta idea luego de que en una visita a Washington en mayo de 1991 el Ministro de Relaciones Exteriores alemán fuera informado de que “en el futuro no puede excluirse la expansión”.
Kohl y Genscher temían, según Wiegrefe, que la crisis entre las repúblicas bálticas y Moscú tuviera un efecto dominó que arrastrara luego a Ucrania y terminara con la desintegración de la URSS y la caída de Gorbachov. En una visita a París a principios de 1991, Kohl le dijo a Mitterrand que las repúblicas bálticas estaban tomando el “camino equivocado” y que debían esperar cuanto menos 10 años para separarse de la URSS y, una vez independientes, debían permanecer neutrales, con un “estatus finlandés”, y no ingresar a la OTAN ni a la Comunidad Europea. El gobierno alemán adoptó la misma postura ante Ucrania. Ésta debía permanecer dentro de la URSS, al menos inicialmente. Sin embargo, ante el hecho irreversible de la independencia, y también a lo que en la diplomacia alemana se interpretaba como la tendencia en Kiev hacia “excesos nacionalistas y autoritarios”, en una reunión que mantuvieron en noviembre de 1991 en Bonn Kohl y el presidente de Rusia, Boris Yeltsin, el canciller alemán prometió a su anfitrión ruso que “ejercería influencia sobre la dirigencia ucraniana” para que Kiev se uniese a una confederación integrada por Rusia y las ex-repúblicas soviéticas.
Preocupado por la creciente sensación de aislamiento y frustración que reinaba en Moscú, a principios de 1991 Genscher declaró que el ingreso a la OTAN de los países del centro y este de Europa “no está en nuestro interés”, y que si bien tenían el derecho de unirse a la alianza occidental, debía “evitarse que ejerzan ese derecho”. Ya fuera que se viese como un intento de mantener la paz en Europa –evitando el trágico ejemplo de Yugoslavia– o como un acercamiento con Moscú a expensas de otros países, el presidente del Comité de Asuntos Exteriores del parlamento alemán, Michael Roth (SPD), ha pedido la creación de una comisión a fin de determinar si el gobierno alemán tomó o no decisiones que implicaron la “negación de soberanía” de países vecinos.
Wiegrefe agrega que los alemanes no eran los únicos que veían con preocupación las tendencias nacionalistas que amenazaban con desgarrar a la URSS. Mitterrand se quejó de las repúblicas bálticas afirmando que “no se puede arriesgar todo lo conseguido (las negociaciones del 2 + 4) sólo para ayudar a países que no han tenido existencia propia en 400 años”. No menos proféticas resultaron las advertencias del ministro de relaciones exteriores de Gorbachov, Eduard Shevardnadze. En una visita que Genscher hizo a Moscú en octubre de 1991, Shevardnadze, que ya no ocupaba ningún cargo oficial, le advirtió al funcionario alemán que si la URSS colapsaba surgiría un “líder fascista” que llegaría al poder y reclamaría el retorno de Crimea a Rusia.
Toda historia es contemporánea
En otro momento estas revelaciones probablemente no hubiesen encontrado eco más allá de los ámbitos académicos. En el contexto actual, cuando las relaciones entre Alemania y Ucrania pasan por uno de sus peores momentos –hace unas semanas Kiev prohibió el ingreso del presidente alemán, Walter Steinmeier– a raíz de lo que la dirigencia ucraniana ve como “influencia rusa” en la política alemana, el contenido de estos documentos podría convertirse en munición para ambas partes del conflicto ruso-ucraniano.
Putin tendría la prueba “objetiva” de lo que siempre había dicho: que la OTAN no cumplió la promesa hecha a Gorbachov de no expandirse hacia el Este. Zelenski, por su parte, podría usar los documentos desclasificados para demostrar que la parsimonia alemana para imponer sanciones contra Rusia, que en el fondo se debe a la dependencia alemana del gas ruso, en realidad es parte de una política alemana, independientemente de qué partido dirija el gobierno, de lograr acuerdos con Moscú en detrimento de otros países.
Esta situación podría, además, ahondar aún más las divisiones dentro de Alemania, no sólo de la sociedad, sino del propio gobierno, ya que en la coalición de socialdemócratas, verdes y liberales las posturas se dividen entre la cautela del canciller Olaf Scholz (SPD, partido históricamente asociado con la “Ostpolitik” (3) y la postura pro-ucraniana de los ministros de Asuntos Exteriores y de Economía, Annalena Baerbock y Robert Habeck (ambos verdes) –aunque fuera del gobierno habría que agregar la voz de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen (CDU), cuya rusofobia la llevó a amenazar con el desmantelamiento de la estructura industrial de Rusia “pieza por pieza” (4)–. El efecto negativo de la guerra en Alemania, la división en el gobierno y la crispación en la sociedad por el aumento de los precios son una mala noticia en toda Europa. Con todos los problemas y defectos que puedan señalarse, Alemania sigue siendo uno de los sistemas políticos más liberales y estables de Occidente, además del motor económico de Europa. Su debilitamiento acarrearía consecuencias imprevisibles para otros países, como Francia, cuyo gobierno la extrema derecha acaba de poner contra las cuerdas.
Prohibir el petróleo ruso tensiona a los países europeos
La sexta ronda de sanciones contra Rusia por parte de la Unión Europea (UE) incorpora la prohibición de la importación de petróleo ruso e incluiría todo tipo de petróleo: crudo, refinado, importado mediante oleoductos, carretera y cualquier navío registrado bajo la bandera de un país miembro del bloque.
Se realizaría de forma progresiva para encontrar fuentes alternativas: se terminaría con la compra del crudo en seis meses y a finales de 2022 con la de productos refinados.
Los principales compradores de petróleo ruso por cantidad son Alemania, Polonia y Países Bajos. Sin embargo, no son los países que más se oponen al embargo, sino una serie de países pequeños del Este de Europa, lo cual genera nuevas fracturas en el bloque.
La UE importó 27 % del petróleo y 45 % del gas natural desde Rusia en 2021 según los últimos datos de la Comisión Europea. Hungría, Eslovaquia, Croacia y la República Checa reciben la mayor parte del petróleo crudo a través del sistema de oleoductos Druzhba (cuyo significado es amistad en ruso), construido durante la Guerra Fría y consistente en 5.500 kilómetros de tuberías que transportan petróleo desde Siberia hasta Europa Central.
Las refinerías de estos cuatro países se diseñaron específicamente para procesar petróleo ruso, comúnmente conocido como crudo Ural. Son capaces de refinar otros tipos de crudo, pero de forma menos eficiente y a un coste mayor. Por eso son reacios a recibir materias primas diferentes. Además, carecen de salida al mar, por lo que necesitarían reimportar petróleo saudí, nigeriano, mexicano o estadounidense desde otros puntos de la UE.
Por estas razones la Comisión Europea ha decidido extenderles los plazos de transición hasta finales de 2024. No obstante, el populista húngaro Viktor Orbán se opone y exige cinco años de prórroga o más ayudas financieras para modernizar las infraestructuras energéticas del país y de paso fomentar el clientelismo. La economía magiar importa 65 % del petróleo y 85 % del gas de Rusia.
Además, Orbán basó su popularidad en su relación cordial con Putin para garantizar descuentos en las adquisiciones de hidrocarburos y ofrecerlos a precios subvencionados con los impuestos de los contribuyentes.
Unos meses antes de las elecciones, el primer ministro húngaro mandó congelar los precios de los combustibles para ganar votos, lo que provocó pérdidas para las gasolineras más pequeñas y generó escasez de oferta debido al efecto llamada: eslovacos y austríacos aprovecharon los precios mucho más bajos para cruzar la frontera y repostar.
¿Más leña al fuego de la inflación?
En cuanto a los productos refinados, existe menos diversidad en la composición química que en el caso del petróleo crudo. Ello se explica por el hecho de que la gasolina, el diésel y las naftas deben cumplir unos requisitos exigentes en toda la UE para estar listos para el consumo. Y se pueden elaborar a partir de crudos de varios orígenes geográficos.
La UE trataría de descartar importaciones de refinados de cualquier parte del mundo que hayan sido elaborados a partir de crudo ruso. Esto agravaría la escasez de oferta de combustibles (sobre todo de diésel) y exacerbaría la inflación en los países comunitarios.
Los líderes europeos deben tener en cuenta los serios costes económicos y políticos de una prohibición inmediata de la compra de petróleo ruso. Si Rusia cortase voluntariamente el suministro de hidrocarburos, sería fácil culpar a Putin de las consecuencias negativas. Pero si son los Gobiernos europeos quienes establecen la prohibición, corren el riesgo de que sus ciudadanos giren hacia partidos extremistas en un contexto de pérdidas de poder adquisitivo ya altas.
No obstante, una prórroga demasiado larga daría tiempo a Putin para encontrar clientes alternativos para el crudo y podría seguir produciendo unos años más para el mercado europeo.
Todavía existen cuellos de botella en las infraestructuras que transportan petróleo hacia Asia, por lo que si Rusia no puede exportar hacia Europa, tendría que detener parte de los pozos petroleros. Pero dejar de producir crudo no es una opción: el petróleo en el fondo de los pozos ya perforados se volvería ceroso, bloquearía los pozos y sería imposible explotarlos en el futuro, según el profesor de la Universidad de Georgetown Thane Gustafson.
La quinta ronda de sanciones de la UE contra Rusia incluyó dejar de importar todo tipo de carbón ruso y la sexta quiere ampliar la prohibición a todo tipo de petróleo ruso. Y en este caso las divergencias entre países miembros han empezado a manifestarse. Las reacciones sugieren que si los futuros paquetes de sanciones incluyesen el gas ruso, la pelea será incluso más ardua.