Vivir sin prisa
Un halcón presumido le preguntó a una tortuga:
—¿Hacia dónde vas?
—Voy a la laguna —respondió la tortuga.
—¡JA! A ese paso nunca llegarás.
La tortuga no tenía ganas de discutir y siguió su camino con una sonrisa. El halcón se sintió ofendido y continuó atormentándola.
—Tu vida debe ser lenta y aburrida. Gracias a Dios no nací como tú. Yo soy ágil y veloz, puedo ir y venir a la laguna en un instante. ¡Oye, te estoy hablando! —protestó.
La tortuga respiró profundamente y siguió caminando.
El halcón, enfurecido, voló y se detuvo delante de ella, cerrándole el paso.
—¡Tortuga insolente! ¿Cómo te atreves a ignorarme? —dijo para intimidarla.
Pero la pequeña tortuga no tuvo miedo. Lo miró fijamente a los ojos y le respondió:
—¿Sabes, halcón? Yo no viajo por llegar rápido. Cada paso me enseña algo nuevo: he visto las flores más hermosas, he comido las frutas más ricas del bosque y he hecho grandes amigos en el camino.
—¡Eso no se compara con volar! —dijo el halcón, inflando el pecho.
—Sí, seguramente volar debe ser algo maravilloso, pero dime, ¿qué has aprendido tú viajando tan rápido?
El halcón no supo qué decir. Sabía que la tortuga tenía razón. A pesar de haber ido tantas veces a la laguna, realmente no conocía el camino.
—Mira a tu alrededor —continuó la tortuga.
El ave obedeció y, por primera vez, apreció la belleza que lo rodeaba. Avergonzado, decidió alejarse, pero cuando extendió las alas para volar, la tortuga lo detuvo y dijo:
—Halcón, no te vayas. Aún nos queda mucho camino por recorrer. Ven conmigo y disfrutemos juntos del paisaje.
El halcón aceptó y la tortuga le mostró los tesoros del bosque. Asimismo, él le enseñó a la tortuga el paisaje desde lo alto. Desde aquel día se volvieron amigos inseparables.
Con esta historia quiero recordarte que la vida es un viaje, no una carrera. Disfruta el presente, valora cada paso. Si vives apurado, te perderás de muchas experiencias.