Los “hombres fuertes”
Las experiencias democráticas recientes en Bolivia advierten que los votantes ya han superado esos conceptos autocráticos que están en boga en el planeta
Hace cinco años el expresidente Evo Morales, recién renunciado, se había refugiado en México tras el gesto clave de Manuel López Obrador que mandó su avión para sacarlo de Chimoré. En paralelo, Jeanine Áñez se ungía presidenta del país ante una Asamblea vacía y aplicando un principio de sucesión poco ortodoxo pero que, casualidades de la vida, avaló el mismo Tribunal Constitucional Plurinacional que hoy sigue haciendo interpretaciones ominosas del texto constitucional.
Parecía un cambio de época forzado por una rebelión popular desplegada desde el oriente del país que no encontró resistencia al llegar a la sede de Gobierno, porque más allá de lo que digan las crónicas de la post verdad, no hubo un estallido popular en defensa de Morales. En ese momento parecía que hasta ahí llegó el legado de un Evo Morales que había sabido aprovechar la emergencia revolucionaria de principios de siglo para convertirse en protagonista y alargar su presidencia por 14 años con dos fases claramente definidas: una primera en la que se canalizó la pulsión revolucionaria hacia una transformación institucional – que en raras ocasiones funcionó, pero no es el caso de este editorial – y una segunda dedicada únicamente a mantenerse en el poder a como diera lugar. Construir al “hombre fuerte” e infalible resultó más importante para sus estrategas que convencernos de que era un demócrata.
La historia de Bolivia demuestra que hemos sido vanguardia en tendencias políticas en diversas ocasiones
El relevo lo tomó Jeanine Áñez sin hacer nada para ello salvo aceptar dar el paso en un momento muy complicado para la democracia nacional. Áñez era de casualidad la segunda vicepresidenta del Senado y eso fue suficiente argumento para mandar a la Fuerza Aérea a buscarla a Trinidad donde ya se había replegado para dejar su curul. Su primer mensaje público, antes de que asumiera el mando, fue pedir la intervención del Ejército para contener unas protestas que eran muy localizadas. Ya después de ser posesionada firmó el decreto que les autorizaba a disparar y desde el inicio, sus asesores, parece, utilizaron el mismo manual que Evo Morales tratando de construir a una “mujer fuerte” con puño de hierro capaz de poner en orden la casa y otros argumentos que rezumaban machismo y que habitualmente utilizaban los Erik Foronda, Arturo Murillo, Yerko Núñez y demás. La falta de legitimidad no se solucionó con eslogan de fuerza y Áñez tuvo que abandonar la candidatura.
El concepto de “hombre fuerte” es el que hoy por hoy cotiza al alza en las consultoras políticas de todo el mundo globalizado, y las recetas más o menos se refunden para Argentina con Milei, para Estados Unidos con Donald Trump, para Italia con Giorgia Meloni, para Rusia con Putin y un larguísimo etcétera de ejemplos de gobiernos democráticos que transitan hacia una autocracia con respaldo electoral, pero conviene recordar la historia propia en Bolivia reciente y no tanto, pues en política siempre hemos sido vanguardia y tal vez hayamos encontrado ya a una salida a esa materialización populista del cambio de época.
Una parte de la oposición insiste en buscar el “hombre fuerte” que lidere al país a través de las dificultades; también en el MAS quieren creer que Evo sigue siendo ese hombre fuerte mientras que otros creen que es Arce el que está legitimado para acaudillar los poderes para alumbrar al pueblo. Sin embargo, lo cierto es que los bolivianos que votan parece que ya han tomado las medidas de recaudo para esos estilos que, al final, mueren por la boca.