La inflación y el modelo
La Bolivia de hoy es el resultado de un proceso incompleto que empezó como revolución y acabó extraviado entre las ínfulas académicas de sus gestores (que no promotores)
Huir hacia delante nunca ha sido la mejor estrategia, y algo de eso hay en el apuro de la economía actual en Bolivia. Todos los países tomaron previsiones para que a la salida de la pandemia, en 2022, se pudiera controlar la inflación que se preveía por el aumento desaforado de la demanda en un mercado interrumpido traumáticamente durante meses. Aún así la cifra de inflación en las economías más desarrolladas se fue a los dos dígitos.
El proyecto soberanista del MAS hizo aguas ni bien se alcanzó el poder y se decidieron poner más esfuerzos en la reproducción del mismo que en la transformación del país
En Bolivia mientras tanto declaramos los primeros la recuperación económica post pandémica como si hubiera urgencia por hacer olvidar el desastroso periodo económicamente hablando de Jeanine Áñez. A partir de ahí se mantuvieron subsidios estratégicos para mantener los precios controlados, pero aún así, la onda exterior más temprano que tarde, llega.
En Bolivia se acumulan muchos problemas de orden interno, aunque lo más determinante es lo externo. Los Bancos Centrales controlaron la inflación con la receta clásica: alza de tipos de interés para que los dólares vuelvan a la bóveda aun cuando esto perjudica seriamente, sobre todo, a países pobres con calificaciones medianas y altas de riesgo, donde nadie quiere invertir cuando hay problemas globales.
En Bolivia desaparecieron los dólares, pero no por arte de magia. El incremento de tipos coincidió con la extenuación de las reservas de gas, la expiración de los contratos de exportación y hasta con la caída del precio de la cocaína en Europa y de la demanda en Estados Unidos.
La situación se pinta dramática cuando empiezan a aparecer los agujeros: no producimos prácticamente nada para hacer frente a los problemas de abastecimiento que derivan de la inflación/devaluación de la moneda y bajar los aranceles para la importación es apenas una medida simbólica. No hay gasolina, ni arroz, ni pasta de dientes, ni toallitas higiénicas, ni casi nada que pueda ser suplido con importación. Es difícil de creer que un país que hace nada repetía que iba a ser el “centro energético de Sudamérica”, ahora apenas cubrir el mercado interno.
El asunto podría ser ya abordado como emergencia, para poner más atención y cuidado, aunque probablemente el resultado fuera el mismo, sin embargo, la novela se pone tragicómica cuando unos y otros se hacen los sorprendidos y culpan al último cuarto de hora de lo sucedido.
El proyecto soberanista del MAS hizo aguas ni bien se alcanzó el poder y se decidieron poner más esfuerzos en la reproducción del mismo que en la transformación del país. Los “sueños” de desarrollo, industrialización y vivir bien quedaron relegados frente a demandas sectoriales, intereses gremiales y mucho conservadurismo que impidió hacer las cosas de otra manera.
La Bolivia de hoy es el resultado de un proceso incompleto que empezó como revolución y acabó extraviado entre las ínfulas académicas de sus gestores (que no promotores). Urge una revisión a fondo, aun con el FMI asomando ya en el horizonte.