Producir contra la inflación
Pese a los años de bonanza, Bolivia sigue siendo un país de comerciantes y supervivencia, sin que el tejido productivo y empresarial se haya fortalecido pese a los años de bonanza
La inflación recorre el país y esa puede ser la peor de las noticias para el gobierno de Luis Arce, que estos días se debate entre culpar de todos los males al bloqueo evista, en la práctica muy poco significativo, o ignorarlos hasta que agonicen y se retiren.
La primera opción, creen los estrategas a favor de ella, les da una oportunidad para desviar la atención hacia otro culpable físico, pero lo cierto es que cualquiera con un poco de información puede entender que el fenómeno no se genera en tres días, sino que es el resultado de una coyuntura internacional de nuevo inflacionaria y, eso sí, la falta de medidas propias para estabilizar el mercado de dólares, algo que además desencadenará probablemente en la falta de combustibles.
La coyuntura internacional es incierta por la inminente (que ya no parece tan inminente) guerra en Oriente Próximo con Israel e Irán como protagonistas, pero también por el crecimiento sostenido de China, que ha levantado su política de hijo único y cada año incorpora más gente a comer tres veces al día, y lo mismo en otras regiones que empiezan a demandar más, todo esto enmarcado en la crisis climática y energética: todo el mundo sabe que conducimos al desastre pero nadie quiere hacer nada para reducir su consumo ni pagar más por la electricidad.
Los bancos centrales de Europa y Estados Unidos se están esforzando en bajar los tipos de interés estos días. El BCE los fijó en 3,25% luego de que hace dos años alcanzaran máximos por encima de 5%, pero no parece ser suficiente. La inflación correspondiente a los alimentos sigue disparada y arrastra todo a su paso, también la voracidad incendiaria que arrasa nuestros bosques.
Más allá de lo que finalmente suceda con el bloqueo y el pulso político, lo que está quedando en evidencia es el fiasco del modelo. En Bolivia importamos inflación desde siempre, porque apenas producimos nada, y ahora con dólar caro pues el asunto es aún más acentuado.
Las explicaciones son dolosas, pues Bolivia ha vivido al menos una década de bonanza con alta inversión pública y también gasto corriente, y sin embargo el sector privado no ha sido capaz de canalizar esos recursos para alimentar un sector productivo real. En la práctica, seguimos siendo un país de comerciantes que garantiza su supervivencia con lo que produce, cultiva o comercia, pero estamos lejos de generar un tejido productivo eficiente, sobre todo por la falta de ambición del sistema financiero nacional.
De momento el gobierno ha optado por bajar las tasas aduaneras a determinados productos de importación, como los de aseo personal o el arroz. NO producimos pasta de dientes, ni toallitas higiénicas, ni desodorante, ni tampoco suficiente arroz y por supuesto, no suficiente diésel ni gasolina. Seguramente habrá más ejemplos en el corto plazo y el fiasco no se puede justificar desde un bloqueo de tres días, sino sobre un modelo que fue concebido de una forma y aplicado de otra: nunca se reinvirtieron los beneficios en productividad, sino en populismo. Las consecuencias son estas.