Marset y el descrédito policial

En casi cuatro meses de la fuga, apenas han sido removidos algunos cuadros medios de la Policía y nadie en el Ministerio

Hay dos verdades paralelas en el asunto del narcotraficante Sebastián Marset afincado con tanta facilidad en nuestro país durante al menos dos años y sobre el que las altas autoridades de Interpol habían advertido al Ministerio de Gobierno. La primera es que la corrupción se ha adueñado de las estructuras policiales, la segunda es que hay una clara dimensión política en el manejo del personaje. Cualquier conclusión debe tener en cuenta ambos asuntos.

La tolerancia sobre el mercado de las drogas ha cambiado mucho en los últimos años, donde muchos países ya han legalizado el comercio de la marihuana, por ejemplo, mientras que desde los países del sur se pide cambiar de un a vez el enfoque para poner la carga en el consumidor y no en el productor. De ahí a convertir a Sebastián Marset en una especie de Robin Hood, empresario exitoso o libertario incomprendido va un trecho, incluso si acaba no siendo el narco que dice ser.

Lo de idealizar la figura del narcotraficante ya sucedió entre los 60 y los 80, cuando los capos compraban voluntades a base de donaciones

Lo de idealizar la figura del narcotraficante ya sucedió entre los 60 y los 80, cuando los capos compraban voluntades a base de donaciones e inversiones en las comunidades; ahora sin embargo cultivan la personalidad en redes con clichés como el buen padre y adorable esposo.

Utilizar a Marset idealizando su figura es un despropósito y creer obsecuentemente en su testimonio un error, algo que ni la oposición formal ni el evismo, ambos con tantas dobleces, deberían hacer, sin embargo, es para reflexionar cómo puede ser que un narcotraficante despiadado acabe teniendo más credibilidad que el Ministerio de Gobierno, que, al fin y al cabo, aunque no salga tan mal parado de la entrevista, es quien está en el ojo del huracán.

Es inconcebible que en Uruguay hayan caído altos ministros y tiemble el piso del presidente Lacalle Pou por la entrega de un pasaporte al que tenía derecho y en Bolivia, donde vivió a cuerpo de Rey sin esconderse apenas y donde se fugó en el mismo momento en el que se ordenó el operativo, casi tres meses después de recibir el aviso preciso de su ubicación, no haya pasado apenas nada.

En casi cuatro meses de la fuga, apenas han sido removidos algunos cuadros medios de la Policía y nadie en el Ministerio, y el cómo consiguió la identidad boliviana sigue siendo un secreto de Estado en el que, de nuevo, nadie asume responsabilidad.

El asunto de la connivencia gubernamental con el narcotráfico en este país es tema de conversación evidente desde los años 70. En los últimos años son tres de los “zares antidrogas” que han acabado cayendo en operativos de diversa índole y es una constante que en el país caigan apenas mulas y camellos y ninguno de los grandes operadores, o que todas las fábricas que se desarticulan justo hayan acabado de trabajar.

Bolivia necesita repasar su política antidroga, hacer una estrategia y depurar responsabilidades, pero lo cierto es que nada cambiará mientras no se entre a fondo en la institución verdeolivo, que necesita urgentemente cultivar seriedad para recoger credibilidad.


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