El fuego y el dinero

Se trata de subordinar cualquier cosa al rédito económico a corto plazo, y ahí no hay Pachamama ni “Friday for climate” que se ponga por delante

Obviamente que un incendio tiene una parte política ineludible y culpable. Hay una parte que no, obvio, más en un territorio tan extenso como esta Bolivia de un millón de kilómetros cuadrados, la inmensa mayoría deshabitados e inaccesibles, cuando no inhóspitos. Es evidente que siendo uno de los países con mayor riqueza biodiversa y con mayores extensiones de áreas naturales, hay incendios todos los años y de grandes dimensiones.

No es bueno aplicar la demagogia en estos asuntos. El bosque boliviano es inmenso y la naturaleza tiene sus propias normas de regeneración, aunque es verdad que los efectos del cambio climático están pasando factura: las temperaturas demenciales para la época y el retraso sistemático de la temporada de lluvias provocan el caos: cuando una chispa prende y se expande tan rápido en un territorio alejado y de estas características, no hay avión que pueda acabarlo ni brigada humana que pueda hacer otra cosa que, si acaso, proteger las zonas habitadas del entorno.

Tiene que llover, y ahí viene otra reflexión planetaria mil veces demorada y que además, ha perdido credibilidad de tanto estirarla: la ONU le ha dado la COP 28 a los Emiratos Árabes y presidirá el evento el jefe de la empresa nacional de hidrocarburos de la región…

El fragor de la batalla política coyuntural dura, cada año, hasta que llueve, salvo que haya elecciones, pero urge cambiar el enfoque

Esto sin embargo no significa que cada país no tenga responsabilidades específicas en lo que pasa en sus fronteras, y obviamente hay una responsabilidad política en que en unos territorios haya más interés en el fuego que en otros.

El tema del fuego tiene que ver, fundamentalmente, con la visión instrumental de la tierra - que no dista de la que se tiene sobre la explotación de todos los recursos naturales mucho más allá de lo que son los discursos oficiales -. Se trata de subordinar cualquier cosa al rédito económico a corto plazo, y ahí no hay Pachamama ni “Friday for climate” que se ponga por delante. Se trata de una ambición que reúne a grandes industriales y a pequeños asentados. Se trata de producir más y más grano transgénico permitido y se trata, sencillamente, de que el desmonte es más rápido y barato si el fuego ha arrasado con todo que si hay que empezar de cero.

Conviene en estas cosas recordar que todos han estado de acuerdo en esto, que las leyes se mantuvieron vigentes en aquel año que gobernó Jeanine Áñez y los Demócratas cruceños, que además aprovecharon para aprobar aún más eventos transgénicos y que todo lo aprobado referido a moratorias o reservas de tierra víctimas de incendios se resuelve por la vía de la corrupción tan impunemente como siempre.

El problema de los incendios no es solo el fuego, sino eso que provoca en el ciclo del agua y que nos va a seguir llevando hacia el desierto más allá de incumplir metas y traicionar los propios principios que se decía se tenían y que están en la Constitución. El fragor de la batalla política coyuntural dura, cada año, hasta que llueve, salvo que haya elecciones, pero urge cambiar el enfoque para garantizar el desarrollo agropecuario y del país y a la vez, salvaguardar el medio ambiente. No es sencillo, obvio… pero sin un consenso político no habrá forma de cambiar nada.


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