Mejores policías, mejor Policía

En Bolivia cada encuesta de percepción ciudadana que se publica coloca a la fuerza policial como la menos confiable de entre las instituciones públicas

Es difícil identificar por dónde empezar, pero con seguridad es la reforma más urgente que hoy por hoy necesita este país, por delante de la reforma judicial, que ya es decir: los bolivianos se merecen una Policía mejor y no deberíamos resignar nuestros derechos por lo inviable que parezca la misión.

La institución verde olivo vive de glorias del pasado, que básicamente se resumen a su participación estelar en la revolución del 52, que algunos tratan de equiparar a lo sucedido en 2019, pero más allá de eso, la Policía es una institución anclada en el pasado, fuertemente corporativizada y con un innecesario porte militarista que resume lo que no debería de ser hoy ninguna Policía en el mundo.

Hace tiempo que los paradigmas de la Policía han cambiado. Ya no se trata de proteger a los buenos contra los malos, donde los buenos eran los jefes/dueños y los malos el resto y la Policía ejercía básicamente de guardaespaldas, sino de hacer respetar los derechos humanos. Los policías hoy en el mundo entero se entienden como un servicio público, es decir, funcionarios que si bien tienen protegido el derecho al uso de la fuerza, su misión está más cerca de orientar y cuidar que de escarmentar.

En Bolivia cada encuesta de percepción ciudadana que se publica coloca a la fuerza policial como la menos confiable de entre las instituciones públicas, una percepción que no surge del prejuicio y seguramente, tampoco de la leyenda urbana, sino de la práctica cotidiana. Más allá del efectivo policial que amparado en ese despropósito que es el Batallón de Seguridad Física y que en la práctica es la privatización del servicio público, pero que trata amablemente a los clientes de tal banco o tal caja, por lo general la relación entre ciudadanos y policías es ríspida: los vecinos tratan de hacer el bien no por observación a la Ley o sus consecuencias, sino por lo que pueda pasar frente a un agente que ve su oportunidad.

Casi todas las prácticas son decadentes: a poco que se complica una marcha vuelan los gases lacrimógenos; el control del tráfico es selectivo priorizando los temas de billetera y el resto de operativos que tienen que ver con droga, armas u otros ilícitos acaban demasiadas veces en desgracias.

El ultimo despropósito tiene que ver con el anuncio de una aprehensión que no sucedió, pero ahí quedan tantos y tantos operativos sospechosos fallidos y uno en particular: la detención del narco Sebastián Marset que vivió dos años haciendo ostentación en Santa Cruz mientras había sello azul cursado por Interpol al menos 20 meses antes del operativo fallido.

Casi cualquier reforma que se pueda plantear en el país va a necesitar de una Policía capaz de acompañarla y protegerla, y ese es básicamente el problema, porque una cosa es que haya asuntos culturales polémicos que impidan cambios de forma y otra que los bolivianos no seamos capaces de entender cuando la cosa estuvo suficiente. Justo eso es lo que la Policía debe analizar ahora fríamente


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