De qué va lo de Venezuela

El chavismo ha vuelto a jugar con sabiduría las cartas en su mano ante la intolerable presión internacional que pretende marcar el paso a un Estado sudamericano y soberano y que – nunca hay que dejar de mencionarlo – es la primera reserva mundial de petróleo del mundo. Nicolás Maduro...

El chavismo ha vuelto a jugar con sabiduría las cartas en su mano ante la intolerable presión internacional que pretende marcar el paso a un Estado sudamericano y soberano y que – nunca hay que dejar de mencionarlo – es la primera reserva mundial de petróleo del mundo.

Nicolás Maduro ha anunciado elecciones, tal como le exigían desde las naciones centrales, aunque lo que se someterá a votación será el órgano legislativo. Maduro salva así la presión y gana tiempo para redefinir una estrategia. En cualquier caso, y mientras la oposición define si esta vez sí se pueden poner de acuerdo o no para administrar lo que creen será victoria segura, la elección será presentada como un plebiscito de la gestión de Nicolás Maduro, que en caso de derrota abultada como la que ya sufrió en las mismas elecciones legislativas en 2015, llevará la disputa a otro nivel. También en caso de victoria.
Maduro se sacó de la chistera una Constituyente que no hace una Constitución; Morales se presenta a una elección luego de perder una referéndum; Santos sometió al referéndum la paz con las FARC, perdió e igual lo firmó; Macri decretó su propia amnistía fiscal; 200 imputados por corrupción destituyeron a Rousseff por maquillar el gasto social… y otros mil ejemplos más
La injerencia extranjera sobre un gobierno soberano ha alcanzado límites intolerables en las últimas semanas, en las que ya sin disimulo se han evidenciado los intereses reales del movimiento. El antichavismo sabe que seis años de legislatura pueden resultar muy largos y que forzar una elección puede ser tal vez su última oportunidad, sin embargo, no todo vale para alcanzar un objetivo.

El régimen venezolano se ha esforzado en demostrar que las elecciones de abril fueron legales a todas luces, con el mismo órgano electoral que dio la victoria en 2015 a la oposición, con observadores internacionales y con diferentes partidos de oposición participando. No niega que la participación se quedó en el 43% unos 20 puntos inferior al promedio teniendo en cuenta que en Venezuela las elecciones no son obligatorias y que se habían anunciado disturbios y tampoco niega que el anticipo electoral – muchas veces anunciado – desmontara la Mesa de Unidad - ya tocada desde las elecciones subnacionales – ante la incapacidad de sus líderes de ponerse de acuerdo en un candidato.

Lo que ha explicado menos es la jugada que neutralizó a la Asamblea Nacional, declarada en desacato por posesionar a diputados investigados por compra de votos, y la posterior convocatoria a una Asamblea Constituyente que acabó siendo íntegramente madurista. La juramentación del nuevo mandato de Maduro ante el Tribunal Supremo y no ante la Asamblea Nacional, en desacato, es lo que ha utilizado Juan Guaidó para proclamarse Presidente Interino, cuyo anuncio vino precedido de amenazas literales de la cúpula política de Estados Unidos a Venezuela y el posterior reconocimiento en cascada de esa situación por parte de los países satélite, luego de años de bloqueo y boicot sistemático.

Haciendo paralelismos novelísticos con Bolivia, sería como si en este país de TSE cuestionado y oposición dividida, Morales volviera a ganar las elecciones en octubre y ante las protestas de quienes no han podido evitar la postulación ni presentar una alternativa de gobierno, Argentina y Brasil dejaran de pagar el gas; Chile y Perú cerraran los puertos, y Trump pidiera otra elección “limpia y transparente”, o directamente el levantamiento militar porque “nadie quiere pasar hambre”.

Las barbaridades políticas en América del Sur están demasiado a la orden del día; Maduro se sacó de la chistera una Constituyente que no hace una Constitución; Morales se presenta a una elección luego de perder una referéndum; Santos sometió al referéndum la paz con las FARC, perdió e igual lo firmó; Macri decretó su propia amnistía fiscal; 200 imputados por corrupción destituyeron a Rousseff por maquillar el gasto social… y otros mil ejemplos más.

Trump necesita petróleo barato para lo que queda de legislatura y afrontar con buenos números su campaña de revalidación y sus aliados del Golfo se han cansado de recortar producción. Lo cierto es que ya ha pasado el suficiente tiempo para que Sudamérica y sus naciones tomen las riendas de su destino, abandonen la subordinación y se dispongan a ser el centro de su propio desarrollo. Una intervención extranjera a estas alturas de la humanidad en un país hermano es injustificable desde cualquier punto de vista.

 

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