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LUCES Y SOMBRAS EN LA OBRA DE MEDINACELI

En el Congreso Internacional de Escritores celebrado en la ciudad de Potosí el pasado mes de abril, sobre el pensamiento, personalidad y obra de Carlos Medinaceli, organizado por Gesta Bárbara Siglo XXI y auspiciado por varias instituciones representativas del medio, como no podía ser de otra...

Cántaro
  • Ricardo Ávila Castellanos
  • 19/05/2019 00:00
LUCES Y SOMBRAS EN LA OBRA DE MEDINACELI
carlos medinaceli
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En el Congreso Internacional de Escritores celebrado en la ciudad de Potosí el pasado mes de abril, sobre el pensamiento, personalidad y obra de Carlos Medinaceli, organizado por Gesta Bárbara Siglo XXI y auspiciado por varias instituciones representativas del medio, como no podía ser de otra manera, se destacó la figura del autor, nacido en Sucre y fallecido en La Paz, en visión integral que abarca obviamente luces y sombras. No sólo una cara de la moneda sino las dos.


Carlos Medinaceli, no cabe duda, fue uno de los más importantes escritores de nuestro país, en calidad de novelista, ensayista y crítico literario. En verdad, el común de la gente le dio mayor realce a La Chaskañawi por su argumento e índole social indigenista, novedosa para la época y a la vez cuestionada, que el sagaz crítico tupiceño Enrique Vargas Sivila así lo resume: “Temas comunes –el alcohol, el Carnaval, la chola y el viento- se exponen en el desarrollo de la trama”. Detractores y adeptos se arremolinaron en lides de desprecio y admiración, como en toda actuación humana que levanta nubes de polvo.


Sin embargo, en el género del ensayo y la crítica literaria es donde mejor luce su pluma, acicalada y robusta, a menudo socarrona; habiendo sido considerado el mejor crítico literario de la primera mitad del siglo veinte. Aparte de ello, el ejercicio del profesorado en las ciudades de Sucre, La Paz y Potosí fue meritorio, aunque con algunas reservas que las apunto más adelante.


Hasta aquí las luces, que son muy buenas porque no obstante el tiempo transcurrido persisten alumbrando. Son intemporales, desprecian el paso de las agujas del reloj y las consideraciones momentáneas. Mas el reverso de la medalla, que quizás todos los humanos llevamos en nuestro interior y proyectamos al transitar los caminos de la vida, fue radical en Medinaceli. Anoto algo, sin mencionar nombres, que salió a flote en el reciente Congreso. A las “señoritas bien” debió parecerles tormento chino tratar con el profesor Medinaceli, pues el odio era retribuido y lo detestaban, aseveró una dama en su exposición. Y por mi parte agrego: Era admirador de las cholas, motivo por el que la sociedad chuquisaqueña de su tiempo lo rechazara y conforme pudo cambió de residencia a Potosí, en cuyo interior de la provincia su progenitor tuvo propiedades que luego él heredaría y al parecer siguen a su nombre.


En las sesiones del Congreso de Escritores de abril de 2019 se puso de manifiesto que Carlos fue soberbio y se hizo bohemio sin ser pobre, aunque el magisterio nunca fue –ni lo es en la actualidad- medianamente remunerado y, por tanto, la jubilación resulta penosa. Quizás por ello Carlos Medinaceli expresó que nuestra mala estrella es haber nacido en un país “indigno” para nosotros. Asimismo se lo tildó de misógino, que no le quita nada respecto a su amplia producción bibliográfica y sí a su personalidad, ambivalente y controversial.


Pero donde anduvo con paso cambiado, por su insolencia, fue en Mi Homenaje a Miss Tarija, nota periodística escrita bajo seudónimo en el periódico La calle, alineado al partido M.N.R., durante el gobierno de José David Toro Ruilova (1898-1977), en el que vertió una sarta de incoherencias inaceptables en razón a contener generalizaciones dirigidas a los tarijeños, sin fundamento cierto y demostrable. Parte de la premisa de que: “El mejor homenaje que debemos rendir a nuestros semejantes, es el homenaje de la verdad. Es esa la manera que tenemos los hombres sinceros y respetuosos de la dignidad humana de honrar a nuestros prójimos”. Sin acabar de respirar y de modo subjetivo y precipitado, en abierta contradicción a tales palabras, de acento cínico, escribe: “Tarija es un pueblo hembra, mientras que Potosí es un pueblo macho, lo mismo que La Paz, a excepción de los gandules de la calle Comercio. Hay un tal ambiente de ‘eterno femenino’ aquí que mezclado con el fuerte olor de los naranjos, es algo que absorbe los sentidos y embota la inteligencia hasta enervar la voluntad”. Concluye que es lo peor que le puede suceder a un pueblo. Y su maledicencia le hace asegurar que aparte de don Aniceto Arce “Tarija no ha producido más un hombre superior. Las posibilidades que tuvo han sido aplastadas por el ambiente”. Pasó por alto a centenares de intelectuales, profesionales y hombres de bien, nacidos en esta pródiga tierra. Y añade: “Culpa Tarija su atraso al olvido de los gobiernos. Más justo sería que lo impute a sus propios hijos”.


A su modo de entender reprocha “La belleza de la mujer tarijeña y la hospitalidad hogareña de la tierra de Luis de Fuentes. Antes de la guerra Tarija vivía de la chicha que expendían las buenas caseras. Después de la campaña ha vivido de todos los lugares comunes que le han prodigado los grafómanos irresponsables y los poetas chirles a aquel pueblo que lejos de adormecerse con el sahumerio opiáceo que le suministraban aquellos pelafustanes, debiera alimentarse con el ‘tuétano de león de la verdad’, para ser lo que debe ser, un pueblo de hombres, y no de mujeres bonitas”. ¿Para qué más? Es la apología del machismo lo que propone el autor, condenable hoy más que ayer en todas las latitudes del planeta.


Además menciona el tema del bocio, que según Gregorio Marañón provoca ineptitud mental. Casi al finalizar sus diatribas sostiene que en la tierra del Guadalquivir “reina un tal ambiente de zoncera que es una de las cosas más encantadoras del mundo”. ¡Vaya graciosa concesión!


Cuando se descalifica a todo un segmento de la población boliviana, como es el de los tarijeños, fácil suponer la reacción franca y natural que habría de surgir tras la lectura de semejante infundio. Fue así, los residentes en la ciudad de La Paz, primero, y luego el pueblo del valle chapaco hicieron conocer su reclamo y repudio, se divulgó el nombre del autor y ¡ardió Troya! Parafraseando a Medinaceli: es lo peor que le puede suceder a un escritor, o a cualquier periodista que trate de escudarse en el seudónimo.


El libro Ecce Homo publicado por el filósofo y literato alemán Federico Nietzsche, a quien admirara rendidamente Medinaceli, junto a millares de lectores en todas partes del mundo en distintas épocas, se afirma que su autor lo escribió en estado de locura; salvando las enormes distancias entre uno y otro, Medinaceli delata un cuadro de fuerte depresión anímica y mental provocado –no cabe duda- por el alcoholismo que lo llevó a la tumba a poco más de cincuenta años de edad. Su pluma pudo brindar otros títulos a la cultura nacional.


Nietzsche, en cambio, en esa célebre obra, cuyos capítulos denomina: ¿Por qué soy tan prudente?, ¿Por qué soy tan sabio?, ¿Por qué he escrito tan buenos libros?, ¿Por qué soy una fatalidad?, tuvo un gesto digno que aún de loco lo pinta como un ser excepcional. Daniel Hálevy, excelente biógrafo, relata que: “La inteligencia destruida no pudo ser salvada, pero el alma permaneció inalterablemente dulce y encantadora, accesible a las impresiones puras. Cierto día (un joven que trabajaba en la edición de sus libros, lo acompañaba en sus cortos paseos), vio Nietzsche al borde del camino a una muchachita cuyo aspecto hubo de atraerle singularmente. Deteniéndose junto a ella, apartó con una mano los cabellos caídos sobre la frente y, contemplando con una sonrisa el cándido rostro, dijo: –No se diría la imagen misma de la inocencia?”. Amén, hasta siempre Federico.

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