Pesebre
¿Cómo haremos el retablo de Navidad, si la muerte, con sus sierras de langosta ha trizado el campo verde? Lo oprime, en vano, la acequia, como un abrazo celeste: ya no brotará de nuevo la atormentada simiente. Para la cuna divina, no queda un brote de césped. Sólo en el...



¿Cómo haremos el retablo
de Navidad, si la muerte,
con sus sierras de langosta
ha trizado el campo verde?
Lo oprime, en vano, la acequia,
como un abrazo celeste:
ya no brotará de nuevo
la atormentada simiente.
Para la cuna divina,
no queda un brote de césped.
Sólo en el recuerdo flotan
los aromas de Diciembre.
—¿En qué espigas va a soplar
el aire sus villancetes?
Los labios del viento añoran
su caramillo de mieses.
Pero una voz de milagro
—humo de incienso silvestre—
sube de la tierra como
cuando en el valle amanece:
—Yo soy pobre: nada tengo,
Niño Dios, para ofrecerte;
y aunque desnudo, te allego
mi corazón por pesebre.
Y así, acunado en pañales
de villancicos agrestes,
nacerá en los corazones
el Salvador de la muerte.
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de Navidad, si la muerte,
con sus sierras de langosta
ha trizado el campo verde?
Lo oprime, en vano, la acequia,
como un abrazo celeste:
ya no brotará de nuevo
la atormentada simiente.
Para la cuna divina,
no queda un brote de césped.
Sólo en el recuerdo flotan
los aromas de Diciembre.
—¿En qué espigas va a soplar
el aire sus villancetes?
Los labios del viento añoran
su caramillo de mieses.
Pero una voz de milagro
—humo de incienso silvestre—
sube de la tierra como
cuando en el valle amanece:
—Yo soy pobre: nada tengo,
Niño Dios, para ofrecerte;
y aunque desnudo, te allego
mi corazón por pesebre.
Y así, acunado en pañales
de villancicos agrestes,
nacerá en los corazones
el Salvador de la muerte.
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