La juventud, la tecnología y las protestas sociales
A punto de salir ella se amarra bien los cordones de las zapatillas. No se olvida del agua en su mochila, antes vio un anuncio que le compartieron en el grupo de whatsapp de sus compañeros, éstos indican que para evitar el daño que producen los gases tiene que llevar una máscara...



A punto de salir ella se amarra bien los cordones de las zapatillas. No se olvida del agua en su mochila, antes vio un anuncio que le compartieron en el grupo de whatsapp de sus compañeros, éstos indican que para evitar el daño que producen los gases tiene que llevar una máscara casera.
Además de esto aconsejan ropa cómoda, una mochila ligera, una pañoleta atada al cuello, la bandera de Bolivia y un cartel con letras rojas en mayúscula que dice: La democracia se respeta. También será imprescindible no olvidar el celular.
Eliana es estudiante de Derecho de la Universidad Católica Boliviana (UCB) de Tarija. Tiene 21 años y es la primera vez que vota en unas elecciones nacionales. El domingo 20 de octubre en nuestro país se realizaron las elecciones presidenciales.
La jornada de votación parecía trascurrir de manera regular, pero el domingo a las 19.40 horas, con el 84 por ciento de las actas transmitidas y un 7 por ciento de diferencia que parecía garantizar la segunda vuelta entre el MAS y Comunidad Ciudadana (CC), el sistema de cómputo se paralizó por casi 20 horas. Casi 24 horas después, se reactivó colocando a Evo Morales a 10,14 décimas sobre Mesa, la distancia suficiente para no ir a segunda vuelta.
Esto provocó gran descontento en parte de la población, que de inmediato se movilizó. Pero en medio de las protestas un hecho no pasó desapercibido, pues la reactivación de la participación juvenil salió a flote. Se trata de una realidad que hace mucho tiempo atrás no tenía la fuerza de ahora.
Para muchos analistas esto tiene que ver con el descontento, pero además con las nuevas tecnologías que permiten una convocatoria en muchas ocasiones más efectiva.
Montados en bicicletas, usando barbijos, matracas y megáfonos los jóvenes se volcaron a las calles. “Fuimos a la universidad por la mañana del lunes para pasar clases y para poder contar nuestra experiencia. Estábamos atentos a los resultados.
Cada uno escuchaba una versión diferente y cuando dijeron que había la posibilidad de un fraude electoral, entre los compañeros coordinamos por redes y decidimos ir a Los Ceibos porque iban a hacer el conteo”, explicó.
Carlos Castillo Valdez de 22 años explicó que en la actualidad las protestas tienen dos escenarios paralelos, el que se vive en las calles y el que se vive en el mundo virtual de las redes sociales, que en muchos casos tiene mayor impacto.
“Abrimos páginas, hacemos cadenas, coordinamos por wap, usamos el humor con imágenes irónicas. Todo eso ha revolucionado a los jóvenes y ha permitido que la política llegue nuevamente a este sector”, explicó.
Para el analista José Natanson en los años 80 y 90 la intensidad política de los jóvenes se fue apagando. Pero esto parece estar cambiando. Las rebeliones en los países árabes, las movilizaciones de los estudiantes en Chile y México, los masivos movimientos de protesta en naciones en situación de crisis y ajuste como España, Portugal e incluso EEUU revelan una nueva etapa de repolitización juvenil a escala global: una segunda revolución de los jóvenes.
Los posibles motivos
Los motivos son varios, mucho impulsa la tecnología y con ello las nuevas formas de llegar a los jóvenes, pero detrás de esto también hay otras explicaciones. Para Natanson “aunque cada país y cada movimiento juvenil tiene sus características y sus motivos, quizás sea posible encontrar una tendencia que cruza las diferentes experiencias y que ayuda a explicarlas”.
El analista se refiere al impacto de los discursos con las nuevas tecnologías y, por el otro, la realidad del mundo laboral, marcada por el achicamiento, la precarización y el desempleo.
La penetración de internet en América Latina, por ejemplo, es hoy de aproximadamente 37%3, lo que supone un crecimiento en el periodo 2000-2008 de 861%. Cada vez más extendidas, las nuevas tecnologías brindan la posibilidad de acceder a más información de manera más rápida y barata. Pero no solo eso, pues las nuevas formas de contar han hecho lo suyo.
Como suele recordar Ignacio Ramonet, el precio de un libro antes de Gutenberg equivalía al de una Ferrari en la actualidad, lo que lo convertía en un lujo de ricos. Hoy, el acceso a una notebook es relativamente barato y el precio de la banda ancha viene disminuyendo, junto con la multiplicación de los accesos vía wi-fi.
El celular también se abarató notablemente: los smartphones, teléfonos inteligentes con conexión a internet, llegan a cada vez más personas de clase media, y en breve –todo así lo indica–, a los sectores populares. De hecho, en enero de 2012 América Latina alcanzó 100% de cobertura en celulares en términos estadísticos, es decir que hay tantos celulares como habitantes (568 millones de líneas para 568 millones de personas).
La contracara de esta ampliación de capacidades y su impacto, la constituyen las pocas oportunidades para los jóvenes. La precarización laboral, el alto desempleo juvenil y el aumento del valor de la vivienda impactan en su autonomía, al no encontrar la forma de salir del hogar familiar, lo cual demora el momento de la emancipación hasta pasados los 30 años.
Todo esto forma parte de los motivos de la nueva revolución juvenil.
Antecedentes, los jóvenes y la política
Durante muchos años la juventud, en tanto movimiento social, desapareció de la escena política, cada vez más confinada a los mundos públicos –pero despolitizados– del deporte, el espectáculo y la delincuencia. Hubo algunas excepciones, claro, como la recuperación de la democracia en países como Argentina, que habilitaron un periodo de repolitización juvenil, aunque en general breve y caracterizado por un final de desencanto y frustración.
En todo caso, la tendencia es clara: en los 80 y 90 la intensidad política de los jóvenes se fue apagando. Pero esto parece estar cambiando.
Para Natanson, el planteo es simple. En los 60 y 70, la politicidad de los jóvenes, orientada por los dogmas socialista o comunista (o peronista, en Argentina) de la posguerra, implicaba un “mandato fuerte” para la militancia, con contenidos de disciplina y moral que la teñían de un tono sacrificial, severo.
Hoy, desprovista de las aspiraciones maximalistas de aquella época, la relación de los jóvenes con la política es diferente. No está sostenida en un futuro no evidente (el mundo feliz que sobrevendría a la revolución) sino que busca ir construyendo sus metas en el presente. Es, en este sentido, una militancia menos abstracta, más orientada a la búsqueda de resultados concretos.
Además de esto aconsejan ropa cómoda, una mochila ligera, una pañoleta atada al cuello, la bandera de Bolivia y un cartel con letras rojas en mayúscula que dice: La democracia se respeta. También será imprescindible no olvidar el celular.
Eliana es estudiante de Derecho de la Universidad Católica Boliviana (UCB) de Tarija. Tiene 21 años y es la primera vez que vota en unas elecciones nacionales. El domingo 20 de octubre en nuestro país se realizaron las elecciones presidenciales.
La jornada de votación parecía trascurrir de manera regular, pero el domingo a las 19.40 horas, con el 84 por ciento de las actas transmitidas y un 7 por ciento de diferencia que parecía garantizar la segunda vuelta entre el MAS y Comunidad Ciudadana (CC), el sistema de cómputo se paralizó por casi 20 horas. Casi 24 horas después, se reactivó colocando a Evo Morales a 10,14 décimas sobre Mesa, la distancia suficiente para no ir a segunda vuelta.
Esto provocó gran descontento en parte de la población, que de inmediato se movilizó. Pero en medio de las protestas un hecho no pasó desapercibido, pues la reactivación de la participación juvenil salió a flote. Se trata de una realidad que hace mucho tiempo atrás no tenía la fuerza de ahora.
Para muchos analistas esto tiene que ver con el descontento, pero además con las nuevas tecnologías que permiten una convocatoria en muchas ocasiones más efectiva.
Montados en bicicletas, usando barbijos, matracas y megáfonos los jóvenes se volcaron a las calles. “Fuimos a la universidad por la mañana del lunes para pasar clases y para poder contar nuestra experiencia. Estábamos atentos a los resultados.
Cada uno escuchaba una versión diferente y cuando dijeron que había la posibilidad de un fraude electoral, entre los compañeros coordinamos por redes y decidimos ir a Los Ceibos porque iban a hacer el conteo”, explicó.
Carlos Castillo Valdez de 22 años explicó que en la actualidad las protestas tienen dos escenarios paralelos, el que se vive en las calles y el que se vive en el mundo virtual de las redes sociales, que en muchos casos tiene mayor impacto.
“Abrimos páginas, hacemos cadenas, coordinamos por wap, usamos el humor con imágenes irónicas. Todo eso ha revolucionado a los jóvenes y ha permitido que la política llegue nuevamente a este sector”, explicó.
Para el analista José Natanson en los años 80 y 90 la intensidad política de los jóvenes se fue apagando. Pero esto parece estar cambiando. Las rebeliones en los países árabes, las movilizaciones de los estudiantes en Chile y México, los masivos movimientos de protesta en naciones en situación de crisis y ajuste como España, Portugal e incluso EEUU revelan una nueva etapa de repolitización juvenil a escala global: una segunda revolución de los jóvenes.
Los posibles motivos
Los motivos son varios, mucho impulsa la tecnología y con ello las nuevas formas de llegar a los jóvenes, pero detrás de esto también hay otras explicaciones. Para Natanson “aunque cada país y cada movimiento juvenil tiene sus características y sus motivos, quizás sea posible encontrar una tendencia que cruza las diferentes experiencias y que ayuda a explicarlas”.
El analista se refiere al impacto de los discursos con las nuevas tecnologías y, por el otro, la realidad del mundo laboral, marcada por el achicamiento, la precarización y el desempleo.
La penetración de internet en América Latina, por ejemplo, es hoy de aproximadamente 37%3, lo que supone un crecimiento en el periodo 2000-2008 de 861%. Cada vez más extendidas, las nuevas tecnologías brindan la posibilidad de acceder a más información de manera más rápida y barata. Pero no solo eso, pues las nuevas formas de contar han hecho lo suyo.
Como suele recordar Ignacio Ramonet, el precio de un libro antes de Gutenberg equivalía al de una Ferrari en la actualidad, lo que lo convertía en un lujo de ricos. Hoy, el acceso a una notebook es relativamente barato y el precio de la banda ancha viene disminuyendo, junto con la multiplicación de los accesos vía wi-fi.
El celular también se abarató notablemente: los smartphones, teléfonos inteligentes con conexión a internet, llegan a cada vez más personas de clase media, y en breve –todo así lo indica–, a los sectores populares. De hecho, en enero de 2012 América Latina alcanzó 100% de cobertura en celulares en términos estadísticos, es decir que hay tantos celulares como habitantes (568 millones de líneas para 568 millones de personas).
La contracara de esta ampliación de capacidades y su impacto, la constituyen las pocas oportunidades para los jóvenes. La precarización laboral, el alto desempleo juvenil y el aumento del valor de la vivienda impactan en su autonomía, al no encontrar la forma de salir del hogar familiar, lo cual demora el momento de la emancipación hasta pasados los 30 años.
Todo esto forma parte de los motivos de la nueva revolución juvenil.
Antecedentes, los jóvenes y la política
Durante muchos años la juventud, en tanto movimiento social, desapareció de la escena política, cada vez más confinada a los mundos públicos –pero despolitizados– del deporte, el espectáculo y la delincuencia. Hubo algunas excepciones, claro, como la recuperación de la democracia en países como Argentina, que habilitaron un periodo de repolitización juvenil, aunque en general breve y caracterizado por un final de desencanto y frustración.
En todo caso, la tendencia es clara: en los 80 y 90 la intensidad política de los jóvenes se fue apagando. Pero esto parece estar cambiando.
Para Natanson, el planteo es simple. En los 60 y 70, la politicidad de los jóvenes, orientada por los dogmas socialista o comunista (o peronista, en Argentina) de la posguerra, implicaba un “mandato fuerte” para la militancia, con contenidos de disciplina y moral que la teñían de un tono sacrificial, severo.
Hoy, desprovista de las aspiraciones maximalistas de aquella época, la relación de los jóvenes con la política es diferente. No está sostenida en un futuro no evidente (el mundo feliz que sobrevendría a la revolución) sino que busca ir construyendo sus metas en el presente. Es, en este sentido, una militancia menos abstracta, más orientada a la búsqueda de resultados concretos.