Crónicas literarias
Memorias de René Aguilera en Yacuiba: El cine del papi
Uno de los grandes literatos de la época recuerda uno de los “inventos” que le ayudó a desarrollar sus competencias y habilidades: El cine del papi en Yacuiba. “Hasta la fecha los niños de antaño transmiten; recuerdan y cuentan a sus hijos y nietos que en una época los hizo divertir y soñar”



En la población de Yacuiba; corría el año1956, eran los meses intermedios, quizá mayo, adelante; las noches eran agradables, aunque otoño e invierno, pero calurosas, tiempo seco.
Todas las edades de los niños y jóvenes de la calle Cochabamba y de los alrededores, se reunían allí como costumbre para encontrarse con sus amigos. Muchachos de la época, vecinos y amigos se daban cita a media cuadra de la calle Cochabamba, eran como tres generaciones, cada uno de los grupos emprendía un juego según preferencia y edades.
Los grandes hacían futbol, jugaban con pelota de fuego; pelotas hechas de trapo y medias; las empapaban con kerosene y le prendían fuego; era un espectáculo al que le caía y donde le llegaba; lucha libre; carrera de velocidad, aunque no siempre los juegos eran exclusivos de los grupos.
Los muchachos de mediana edad optaban por jugar a la mancha, a la pilladita, a la ocultadita; mientras los más pequeños jugaban al hoyo con moneda o tapas de cerveza aplastada, al tejo; este juego es como el juego a la taba; solo que quien gana es el que más aproxima el tejo a la raya. Se jugaba por apuestas y el dinero eran cajas de cigarrillo desarmadas, su valor era según la marca y procedencia; las extranjeras y de cartón eran de mayor valor. Otros niños jugaban a las bolillas o canicas; no faltaban juegos que les hacían agradable la noche.
Por su parte las niñas participaban al igual que los varones en los diversos juegos, aunque también lo hacían reunidas en grupos para jugar a las cocineras; a las adivinanzas; jugar con muñecas; o simplemente para conversar.
Las personas mayores, padres de familia, salían de sus casas con sus sillas a divertirse observando los juegos de sus hijos, incluso, los vecinos aprovechaban para visitarse y sostener tertulias de lo acontecido en el día, charlas serias y charlas de chismes de vecindario; entre charla y conversación, sacaban su bracero a carbón, la pava o caldera de agua y circulaba el "mate en poro", acompañado de pan casero, queso, maíz tostado, roscas de maíz; chimas, tortillas; caucas; empanadas de queso al horno; no faltaba el acompañamiento de los mates, mientras que los niños colocaban camote en las brasas.
En este estado de la edad y de la imaginación, a "el papi" se le ocurrió hacer cine a base de recorte de tiras de revistas del comic que unidas en sus extremos; se formaban tiras de figuritas. En realidad; "el papi" soy yo René Aguilera Fierro; en partes del relato lo haré en primera persona a fin de agilizar su lectura; en cuestiones generales me iré a la tercera persona.
Resulta que una de mis hermanas; Mary, enamoraba con un carpintero vecino; por cuya razón yo frecuentaba su taller, manipulaba herramientas y maderas. Una noche; luego de volver del cine, encandilado de las luces; el manipuleo de las pilas y focos cobraron forma; esa misma noche pude dibujar una caja; mala y sin estética porque no sabía dibujar; pero se entendía la idea. Con el proyecto en mente lo fui mejorando pero como se comprenderá; defectuoso y despatarrado cobraba forma.
Una tarde que retornaba de la escuela, me quedé en la carpintería; entre temor y vergüenza le mostré el dibujo al carpintero; me pidió que le explicara y lo hice, me pidió que le dejara el dibujo y; como estaba muy enamorado de mi hermana Mary; no se burló ni se excusó de hacer la caja. Yo iba al taller en las mañanas y a vuelta de la escuela; mi inquietud sobrepasaba el favor y el respeto, era como una exigencia implícita.
La premier El día de la "premier" fue un acontecimiento; no hubo quien no haya escuchado de la función. La primera exhibición fue "El llanero solitario" y para las niñas "La pequeña Lulú"
Se trataba de una caja de madera con una de las caras mayores abierta, en la parte superior y a ambos extremos llevaba unas manijas para rotar un eje interno. En el centro de la cara mayor se abría una ventana del tamaño del pasaje una figura del comic. El carpintero con su experiencia e imaginación lo perfeccionó.
Cuando me lo entregó a domicilio, para mí fue el momento más alegre que yo recuerde; hice berrinche por toda la casa; quizá pocos lo entendieron; pero era algo trascendental para mí. Con mis sobrinos Juan Carlos, cuyo apodo era "Caña", y Ana Luisa, ya para entonces mi papá la llamaba "chicha", mote con el que se la llamó toda su vida, nos pusimos a la tarea de hacer lo que yo en teoría les había comentado, lo que sería mi máquina de cine. Aquella vehemencia estaba sembrada también en ellos.
Mi madre, María Fierro; conocida desde siempre como "Doña María Santos"; nos ayudó con las tijeras y el engrudo. Cuando lo estrenamos en reunión familiar; fue una algarabía general por lo chistoso de la ocurrencia, quizá no tanto para mi padre, llamado Gaudencio, era un hombre muy parco y serio no era expresivo; pero nos amaba a su manera. Quizás de él heredé la habilidad del tallado en madera; para mis juegos me hizo una espada muy bonita; un revolver; un camión muy rústico, pero mejor que los de lata de sardina que yo manejaba; era muy hábil en el tallado.
El día de la “premier”
Mi entusiasmo; anteladamente yo les había transmitido a los amigos del barrio; me escucharon, se rieron, disfrutaron de mis ideas. Ahora les anunciaba que pronto yo daría la primera función de cine en el pasadizo de mi casa. El día de la "premier" fue un acontecimiento; no hubo quien no haya escuchado de la función. Yo y Juan Carlos estuvimos de acuerdo en exhibir "El llanero solitario", aunque tuvimos muchas otras opciones; como los indios estaban de moda, los antifaces y cowboys, optamos por esa película, y para las niñas "La pequeña Lulú". Jamás pensamos en cobrar; era sólo un juego más.
Esa noche fue increíble; los pequeños focos en las paredes sin revoque; parecían la iluminación de una gran ciudad; para mí era un teatro de verdad. Acondicionamos tablones con base de ladrillos; nuestro cálculo eran pocos participantes; pero a medida que iban ingresando al zaguán o pasadizo, fuimos recorriendo hacia el fondo la mesita que sostenía la caja que hacía de pantalla. Fue increíble la cantidad de niños de ambos sexos que asistieron; sin importe de edad; señoras; padres de familia; vecinos concurrieron atraídos por la novedad; hasta el carpintero estuvo allí. Mis hermanas se reían, se atenían a mirarse a reír y de rato en rato balbucear ¡René, René que has hecho! Mientras yo sonreía asustado. Llegada la hora sólo hubo el saludo de buenas noches y me coloqué en mi banquito de madera y comencé mi espectáculo a medio ensayar:
¡Chin... chin chin..! Y ese fue mi papel que repetí en diversos tonos durante toda la película, mientras con la manivela hacia girar lentamente el eje de manera que cada figura expuesta pueda leerse y apreciarse; luego la experiencia me enseñó lo correcto.
Algunos leían en voz alta, otros deletreaban; ahí se escuchan los ¡Sssss...! ¡Callate! y otros adjetivos que causaban risa. Fue la única noche que no se cerró el portón. Finalizada la función; acabó en aplausos; en la calle rodeados de amigos me sentía una estrella. Recuerdo que varias personas mayores y padres de familia me felicitaron entre burla y alegría. Aquellas pequeñas luces se apagaron pero quedaron encendidas en la memoria de quienes acudieron a aquella cita de amor.
Los días subsiguientes se repitieron las funciones de cine con nuevas películas con revistas de mi repertorio. En vista de la asistencia se comenzó a cobrar entrada con cuya recaudación compraba revistas recién llegadas a las librerías de don Hipólito Alemán y "El estudiante" de don Walter del Carpio Flores; padre de mi amigo de la niñez Walter del Carpio Barroso, ahora un destacado escritor chaqueño.

Don Walter del Carpio también tenía en la población de Salvador Mazza o Pocitos Argentinos la librería "Belgrano". Allí yo adquiría las ultimas revistas o lo hacía de Nicolás Soto, más recordado como "Nico"; quien recorrió toda su vida la ciudad de Yacuiba con su bloque de revistas bajo el brazo; fue amigo de todos. También me proveía de donantes casuales; de los puestos de revistas usadas donde se podía comprar; canjear y alquilar las revistas para leerlas en el lugar o en casa.
Por esa época las telecomunicaciones eran precarias, las estaciones del Ferrocarril se comunicaban las unas con las otras mediante teléfonos a batería y a manija; quizá por ello llamados a magneto; estaban emplazados en la pared, cada llamada era de un extremo al otro, por ello el telefonista identificaba repetidamente el nombre de la estación o población de destino de su llamada. La Empresa de Ferrocarril de la Comisión Mixta Argentino Boliviano era internacional, partía de la Estación "Retiro" de Buenos Aires y hacia el recorrido de todo el territorio argentino, pasaba la frontera sin novedad hasta la población de Yacuiba. El destino final del convoy era Yacuiba y Santa Cruz de la Sierra. Otra empresa y otro ferrocarril hacían el tramo desde Santa Cruz al Brasil.
En todo este recorrido; tanto del lado argentino como del boliviano; se tenían postes de madera por los que se tendían los alambres que hacían de conexión entre una estación ferroviaria y otras.
El mantenimiento de estos hilos conductores de información es otra historia.
Buscando energía propia
Los telefonistas de Yacuiba utilizaban baterías nuevas, las usadas las arrojaban frente a la estación en un zanjón o campo descampado de la esquina de las calles de la hoy Avenida San Martín y calle Campero, sitio distante de mi casa a sólo cuatro cuadras. Con bolsa en mano las recogía. Incluso cables delgados que eran arrojados, conocedor de estas prácticas yo acudía al telefonista y le solicitaba pilas de desecho; igualmente cables. Las baterías eran unas pilas grandes, centímetros de alto por unos cinco centímetros de diámetro, los polos eran bornes con chapas a tornillo para asegurar el cable.
Me inicie ensayando con una pila y focos de linterna, top tenía excelentes. Obtener buena iluminación, ahí comenzaba mi aventura de electricista. Me inicie ensayando con una pila y un foco de linterna, daba resultados, que me emocionaba prender y apagar, hasta encontrar la manera correcta de su colocación. Luego me hice comprar con mi mamá otros focos, de esa manera fui armando todo un alumbrado.
Un día de clases, mi profesora Gladys Rivera Násica me indagó sobre los repetidos comentarios que escuchaba de mis compañeros de curso y profesores de otros cursos. Le relaté lo que hacía en las noches. Me pidió hacer la demostración en el aula. Fue una experiencia nada agradable, puesto que era otro ambiente, otro público, el contexto no encajaba a mi procedimiento, mucha bulla, risas, chistes, mucho acercamiento a la pantalla; aglomeración exagera, etc.
Aunque la maestra mantuvo el orden, no faltaba el "Gringo Mansilla" que interrumpía a cada rato. Otros maestros me invitaron a sus cursos; pero solo acudí a un aula de menores. Luego fueron los maestros que les mostraron el artefacto y su funcionamiento. Debo admitir que con esta actividad aprendí a leer mejor. En esa época, Pancho Reynoso conoció mi proyecto y luego llevé la caja a la galería de la casa donde él jugaba y entrenaba en su precario gimnasio particular, quizá el primero en Yacuiba, y le ofrecí una función privada junto a mi compañero Roberto Oropeza. Los tres éramos niños que compartíamos sueños y fantasías.
Yo tuve varias cajas de cine innovadas por el carpintero, poseían compartimientos con tapa para guardar las películas. Como tengo relatado, me inicie con los cómics que poseía; era un juego que gustó entre la comunidad de niños. Yo era todo un empresario apoyado en mis dos sobrinos, Juan Carlos Seco y Ana Luisa Aguilera, con el engrudo, harina de trigo disuelta en agua y con un pequeño hervor, era un excelente pegamento. La tapa de las revistas eran la cartelera de la noche, era pegada en el portón, los telespectadores era en cantidad apreciable.
Por esa época no había radioemisoras, menos grabadora para darle música a los entusiastas asistentes. Terminada la cinta, daba vuelta los rollos y se reiniciaba la función. Tenía la experiencia de conocer la Sala de Máquinas del Cine "Tesla" de los hermanos Joaquín y Wilfredo Aquin, en mi imaginación y fantasía las pilas eran el motor de luz, energía propia en el sector de Sala de Máquinas.
Esta fue una generación de oro.
Hasta la fecha los niños de antaño transmiten, recuerdan y cuentan a sus hijos y nietos sobre "El cine del papi", que en una época los hizo divertir y soñar.