David Lynch, el último pucho y nos vamos
El cineasta estadounidense despertó del sueño, cuatro días antes de llegar a los 79, dejando proyectos inconclusos y un legado de imágenes de alto voltaje.



Hace unos cinco meses, David Lynch anunció que tenía enfisema y no podría dirigir más que a distancia. El cineasta estadounidense hizo un imperio de extrañezas y ensoñaciones sobre una montaña de colillas de cigarro. Era el humo su elemento más querido, y después estaba el ritmo caprichoso de la electricidad, el sonido y la sordera, las mujeres voluptuosas, la tarta de cereza y las convulsiones de las corrientes subterráneas, que toman las más curiosas formas cuando se traducen en retratos de relaciones humanas.
Desde su propia altura, irradió influencia. Pero una montaña como esas no alcanza para aguantar la descripción de lo real que hizo Lynch en su cine, en su arte, en la ternura con que se convirtió en empresario del café o relator del clima local de su ciudad o su ánimo. Los fuegos fatuos de la industria lo arrinconaron en su última batalla. Hoy, 16 de enero de 2025, día de su muerte, día en que escribo esto, me entero también de una de sus últimas imágenes: a propósito de su condicionante enfermedad, Lynch dijo que la experiencia era “como caminar con la cabeza dentro de una bolsa de plástico”.
De mí no esperen una oda, un recuento, ni nada parecido. Solo quiero rescatar esa última fotografía verbal. No veremos nada nuevo de Lynch, porque ya tuvo su momento para mostrarnos algunos futuros. Pero lo encontraremos en la pesca diaria, a la orilla de los pliegues de las cortinas, en las más soleadas meditaciones.
