William Bluske Castellanos, profeta del “slow-down”
Nadie es profeta en su tierra, pero no es el caso de William Bluske. Aunque, como estamos en Tarija, todavía tardará en llegarnos la certeza de esa afirmación.



El polifacético “Billy”
A un año de cumplir medio siglo de publicación, El País reedita “Subdesarrollo y Felicidad”. Un buen momento para recordar algunas de las hazañas que, humildemente, William Bluske negó. Claudia y Sandra, sus hijas, nos ayudarán en esta empresa, por demás quijotesca, ya que la vasta y diversa obra del señor no ha sido totalmente mensurada, y algunas cosas se revuelven en el escritorio de su taller, o se añejan en cajas apiladas de varios depósitos familiares esperando nuestra paciente labor por traerla a la luz.
Las hermanas coinciden en que “El Gringo” era un hombre feliz e incansable. No en vano pregonaba que “la felicidad es personal e intransferible”. Como sus padres y hermanos, era imparable e industrioso. Con todos sus hijos compartió alguna inquietud personal que terminaba definiendo sus caminos de vida. La menor de sus hijas, Claudia Bluske, comenta que “con cada uno ha tenido una relación especial, diferente. Pero vamos a coincidir en que ha sido una persona increíblemente creativa, que nunca le tuvo miedo a nada. Jamás escuché un ‘no se puede’. Siempre decía ‘no hay peor gestión que la que no se intenta’. No era palabra, era acción pura en todo”.

Entre sus tantas aficiones, está la ingeniería y su capacidad para transformar un refrigerador a gas, o poner en marcha una máquina de hacer chorizos impulsada por tractor; la agricultura, Bristol en mano, con sus temporadas de tomate en las que el menú de la casa era sopa de tomate, tomates rellenos, mermelada de tomate, jugo de tomate y kétchup; la floricultura, y su tiempo como exportador de estaticias al Ecuador y al resto de Bolivia; la Bodega Uvial, y “El Conquistador”, un singani que puso a temblar al “San Pedro” con el eslogan más contundente de la historia de la vitivinicultura, que alecciona a cualquier publicista de hoy (“no es un santo, es un señor”); la educación y su labor como co-fundador del San Bernardo y profesor de educación cívica (¿cuántos chapacos recuerdan sus lecciones?); la literatura, claro, en la que se le recuerda por “Subdesarrollo…”, y hay quienes enlistan “Don Timoteo y su Lazareto” y “Los cazadores furtivos”, además de tantos relatos publicados en suplementos, y otros tantos que siguen inéditos.
“La felicidad es personal e intransferible”
Además de esto, casi nada se ha hablado de su pasión por la cerámica, de la cual ofreceremos aquí una mirada a través de algunas piezas personalísimas de la familia, las que quizá muestran mejor la filosofía y el humor del tarijeño que fue, y de los que pocos quedan.
Los cuarteles de invierno
La cerámica es un arte de largos procesos, un encuentro con la magia de la tierra. Bluske se enamoró del aspecto artesanal y de la aparente incertidumbre que rodea a este oficio, en el que alguna variable descuidada puede lograr que un esperado rojo sea verde después de 12 a 18 horas de quema en el horno, y otras 48 de espera antes de abrirlo. “Esa magia ha sido muy importante en los últimos años de su vida que se dedicó al taller”, relata Claudia, la hija con la que compartió esta afición en la que Bluske se interesó en su tiempo como embajador de Bolivia en Ecuador.

No tenía tiempo para dedicarse. Como buen Quijote, pensó en Claudia como su escudera para deshacer el entuerto que le oprimía. Ella tomó clases, y tenía la misión de enseñar al padre todo su aprendizaje al volver a casa, al taller casero que ya éste había preparado. “Sabía mucho más que yo. No necesitabas explicarle, él necesitaba que yo practique y que, con una mano más fina, pinte las cosas. Pero lo básico, lo importante, ya lo había incorporado en su aprendizaje autodidacta. Yo iba a estudiar para enseñarle y terminaba aprendiendo”, recuerda Claudia.
En Ecuador nació una serie de caricaturas cerámicas de los embajadores latinoamericanos que visitaban el país. “Era muy buen dibujante, y tenía la dedicación de fijarse en la cara y todo. Me acuerdo del embajador de Chile, que era bajito y siempre usaba corbata moñito. Su estatua chiquita, genial, con un moño enorme y los rasgos perfectos. Imagínate la sorpresa que se llevaban los embajadores cuando les ponía enfrente su caricatura hecha en cerámica”.

Después de Ecuador, Bluske puso un taller en casa, donde pasó buena parte de su tiempo diseñando piezas nuevas y fumando a escondidas de Miriam, su esposa. “Él se iba a sus ‘cuarteles de invierno’ a hacer lo que sea, porque era la manera de fumar. Mi mamá no nos dejaba. Yo llegaba de viaje y vivía en el taller con él. Ocho horas seguidas y salíamos a almorzar”, recuerda Sandra, la hija con quien fue cómplice de esta y otras aventuras, quien confiesa que Bluske guardaba el tabaco en un cajón secreto del escritorio, sellado con un falso clavo.
“Mi papá no hubiera podido ser mi papá sin esa compañera de fierro, siempre a su lado, exiliado, correteado, embajador. Tiene su mérito”
“El chico que lo ayudaba en el taller iba a comprar de ocultas los cigarros. Y cuando mi padre murió, salió y dijo ‘yo soy el culpable, porque no les conté que siempre le compraba los cigarros al doctor’. No, le dijimos, todos somos”, dice Sandra con picardía, reconociéndose parte de la tropa desobediente del mandato materno. “Mi papá no hubiera podido ser mi papá sin esa compañera de fierro, siempre a su lado, exiliado, correteado, embajador. Tiene su mérito”.
Antes de partir, Bluske pidió que donaran el taller. Y así, en el Instituto de Formación Artística José Santos Mujica conservan y usan el horno de un metro cúbico que permitió al viejo “Billy” crear incontables piezas.
Cerámica Bluske: utilitaria y artística
En su taller, Bluske trabajó solo y con Claudia, y siempre con el apoyo de un ayudante, al cual no se ha identificado aún, que se encargaba del trabajo pesado, como el vaciado de moldes y el acarreo de material. “Cada uno de nosotros tiene algo. Yo tengo unas jarras, cosas que uso de vajilla, fuentes, cazuelas. Le pedíamos y él nos hacía, y todavía las conservamos”, dice Claudia, con quien preparó mano a mano una exposición de piezas artísticas y utilitarias en la Casa de la Cultura, allá por el ‘89 del siglo pasado. El dúo también firmó la vajilla completa del extinto restaurante Milano, ubicado “en la esquina de lo que hoy sería la heladería Gloria. Nos encargaron todos los platos y cazuelas, todo con la bandera italiana y el nombre del restaurante. Fue uno de los trabajos más grandes que hicimos”.
Su alfarería artística no estaba exenta de humor, y más bien era una extensión de este. “Hizo millones de cosas que ha ido regalando”, detalla Claudia, “y las cosas con más valor afectivo nos las quedamos nosotros, como la colección de relojes, el Quijote y el Sancho, y cosas que hizo en momentos de inspiración especial”. También hubo muchos proyectos en cerámica que jamás fueron realizados, de los cuales se tiene noticia por la cantidad de “cosas” que sus herederos han encontrado en el mítico escritorio del taller. “Hacía miles de cosas que uno ni se enteraba. Lo que leía, lo que estaba investigando. Es increíble la cantidad de cosas que encontramos, dibujos para cerámica, poesía, escritos para otros libros. Todas las cosas que quedaron pendientes”. Así que hablar de su obra cerámica no será una tarea que encuentre conclusión en este breve trabajo.
Los “relojes de Dalí”
En su biblioteca, Claudia Bluske conserva una serie de 10 piezas inspiradas en “los relojes de Dalí”, todos diferentes, todos derritiéndose a su propio ritmo. “Se moría de risa”, comenta Sandra describiendo el pensamiento de su padre al hacer estas obras, “Todo lo hacía pensando, ‘tengo mi chimenea, ahí quedaría bien un reloj de Dalí’, y se metía a hacer el reloj”.
Y, a la vez, esta serie nos da cuenta de su filosofía del tiempo. Sandra relata que su tiempo “no era como para nosotros. Él lo valoraba de acuerdo a las cosas que había hecho. A fin de año, charlaba con cada uno y nos preguntaba qué meta has logrado, qué meta te has puesto. Y él, al año siempre había hecho cosas de las que podía decir, ‘bueno, es algo. Ahora voy a ver qué hago’”.
“En la vida, la verdad es el capital que no te hace agachar la cabeza con nada”
“Nos contaba su juventud y era matarse de risa. Fumó desde los 7 años. Era diferente, era un adelantado a su tiempo”, ríe Sandra, y recuerda que su padre no medía el tiempo con sueldos. “Incluso negaba regalos. Una vez le llegó un canastón cuando era senador por Tarija en La Paz, inmediatamente mandó a que lo regresaran.
Yo le pregunté por qué, y me dijo ‘hay regalos que son compromisos, y otros para pedir algo. Nunca hay que aceptar, porque nada es gratis’. No tenía cola de paja, y eso era su capital y su libertad. Decía, ‘en la vida, la verdad es el capital que no te hace agachar la cabeza con nada’”.
El monaguillo
“Mi papá odiaba que pongamos el cepillo de dientes en el vaso. Esto era para el baño”, dice Sandra mostrando jocosamente la pieza en forma de rollo de papel, “cada uno (de los hijos) tiene su monaguillo. Pero dale la vuelta…”, y gira el vaso que, al frente muestra un monaguillo rezando, mientras detrás se puede ver el otro lado de la religión.
Una pieza divertida que da cuenta de la pedagogía de Bluske, quien encontró una solución práctica y lúdica al problema que le molestaba, enseñando a sus hijos que el orden puede tener un alto matiz de carcajada.
El Quijote y Sancho Panza
Bluske hizo cinco pequeñas esculturas cerámicas retratando al ingenioso hidalgo y a su fiel escudero cabalgando sobre Rocinante y Rucio. “Afortunada yo de tener una”, se jacta Sandra, y dice que las otras están en manos de ex embajadores que coincidieron en España y Colombia, cuando William desempeñó sus labores diplomáticas en esos países. Probablemente otras piezas estén en manos de otros familiares o amigos. No se sabe.
Se trata de una obra decorativa con una base que le destina al centro de una mesa, al extremo de un escritorio, o al hueco en un librero. En clásica estampa, los personajes cervantinos marchan sobre sus fieles bestias, dejando atrás a los gigantes molinos derrotados. Sancho va atendiendo a las palabras del Quijote, quien mira siempre al frente. Un pergamino al lado revela su leyenda: “Sancho, amigo. El gigante que tenéis al frente es mucho peor que los que nos atacaron.”
“Su vida la ha llevado así. Ha vivido en la cresta de la ola. Ha sido alcalde, prefecto, senador, embajador, y corregidor de San Luis. Decía en broma, ‘he tenido que ser hasta embajador para calificar como corregidor’”, comenta Sandra, mientras Claudia dice que Bluske “siempre tenía un Sancho que lo ayudaba en cada etapa y aspecto de su vida. Contó con personas que eran poco comunes, y él las formaba de una manera especial para apoyar en sus cosas. Tenía un ansia de hacer cosas especiales”.
Profeta de la desaceleración
Para quienes lo conocieron en vida, William Bluske fue un visionario. “Le faltaron los medios”, dice Claudia, “Tarija ha sido un lugar chico para una persona tan grande”. Su magna obra literaria, “Subdesarrollo y Felicidad”, es, además de una hilarante narrativa etnográfica, un alegato por la desaceleración del progreso rampante que pasa por encima de todas las individualidades y las convierte en una misma papilla.
Entre sus últimos proyectos encontrados en el escritorio del cuartel, se halló el de un dirigible. “Nos parecía un cuento loco de mi papá. Cuando él no estuvo más, encontramos los planos completos y la tela comprada”, dice Claudia, quien recomienda la película “Big Fish” del director Tim Burton para tener una idea de cómo era su padre. “Nos contaba las cosas más insólitas y no sabías hasta dónde llegaba el relato real y pasaba al fantasioso. Y todo lo que él te contaba como una leyenda, existía. Y de eso nos dimos cuenta cuando se fue”.
“Se tomó el trabajo de hacer todo lo necesario para construir un Zeppelin que saque los productos de Tarija a los otros departamentos. Decía que ese era el camino para el transporte. Tarija no tenía caminos. Y hasta ahora sufrimos las comunicaciones. Tarija siempre la olvidada. Tenía planos del Hindenburg, todos los datos. Agarraba un tema y hasta que no terminaba. Después levantó las manos porque sabía que había situaciones que se lo impedían. Pero tuvo la visión, Tarija iba a ser otra si tenía un transporte más económico y que no dañe el ambiente”, detalla Sandra, quien supo de su padre que no construir esa nave fue la única frustración de su vida.