Vida en familia
Qué hacer con el tiempo de los niños ¿juego libre o dirigido?
Divertirse aporta numerosos beneficios tanto en la etapa infantil como en la adolescencia. No solo fomenta oportunidades de aprendizaje, ayuda a la autorregulación y a afrontar el éxito y el fracaso, sino que también desarrolla la espontaneidad o la creatividad



Jugar, sobre todo durante la infancia, afecta a la estructura y el funcionamiento del cerebro; es decir, implica su construcción. Pero, ¿cuál es la mejor manera de aprovecharse de sus beneficios durante estas vacaciones estivales, recurrir al juego libre o al dirigido?
En 2018, Unicef publicó el informe Aprendizaje a través del juego. Este documento plantea la importancia que tiene el juego para que los niños pequeños obtengan conocimientos y competencias esenciales. E insiste en que, cuando los menores deciden jugar, no piensan: “Voy a aprender algo de esta actividad”. Sin embargo, este tipo de tareas lúdicas crean potentes oportunidades de aprendizaje en todas las áreas de desarrollo, según la misma fuente.
Tanto es así, que Stuart Brown, investigador, experto en juego y fundador del Instituto Nacional del Juego en Estados Unidos, afirma que jugar es una actividad muy primitiva, que surge de antiguas estructuras biológicas que existieron antes que nuestra conciencia o nuestra capacidad de hablar, según recuerda ahora Bianca Serrano Manzano, profesora de Máster en Psicopedagogía de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR). Por eso, según prosigue la experta, los seres humanos comparten la capacidad de jugar con los mamíferos y biológicamente están diseñados para ello.
Cuando se habla de juego, se refiere a una actividad libremente elegida y responde siempre a una estructura donde los participantes diseñan unas reglas, un espacio, configuran roles, deciden con quién jugar, cuándo empieza y cuándo acaba. “Por tanto, algunas de las condiciones que debe reunir una actividad para que la denominemos juego son que responda a una motivación interna, elegida y deseada libremente, y que contenga una estructura en sí misma”, apunta Serrano. De este modo, “no hablaremos de juego libre y estructurado, que son características innatas de cualquier actividad lúdica, sino de espontáneo y de dirigido”, añade.
El juego espontáneo posibilita una mayor conexión con el deseo de los niños, su intuición e impulso vital. Por el contrario, en el juego dirigido se promueve la consecución de objetivos, la interiorización de normas y límites y el cumplimiento de los tiempos.
El primero es aquel que surge por iniciativa propia del niño y no hay adultos que influyan en su decisión. “Por ejemplo, cuando los menores juegan a recrear figuras con la arena en la playa”, incide Serrano. En el segundo, en cambio, el adulto propone unos objetivos, se establecen unos roles determinados, se organiza y explican las normas y reglas antes de comenzar, “como podría ser cualquier juego deportivo”, continúa la psicopedagoga.
A lo largo de todo el año, pero aprovechando que durante la época estival los niños y adolescentes tienen más tiempo libre para jugar, los expertos recomiendan que se incorporen ambas modalidades de juego en su ocio. Cada una de ellas ofrece sus propios beneficios, teniendo siempre en cuenta las características individuales de cada uno, sus propios intereses y, por supuesto, buscando la diversión.
El juego en cada fase de crecimiento
Aun así, los expertos advierten que hay que diferenciar dos etapas: la preescolar y la escolar. “En la preescolar, pueden desarrollar juegos simbólicos donde representan distintos personajes y escenas, ya sea con muñecos o siendo ellos mismos los protagonistas, por ejemplo disfrazándose”, argumenta Ana Jiménez-Perianes, psicóloga sanitaria y profesora de la Universidad CEU San Pablo. Mientras tanto, en la etapa escolar, de 6 a 12 años, “participan en actividades deportivas, juegos de mesa, lectura o manualidades, como construir maquetas o hacer pulseras”, desarrolla. En la adolescencia, pueden ya jugar a juegos de mesa de estrategia, desafíos o cartas, actividades al aire libre e incluso videojuegos poniendo límites y normas.
A través del juego se va configurando una forma de ser y de expresión de uno mismo en relación con los otros. “Ayuda a construir la identidad e individualidad, gracias a la interacción en distintos entornos”, retoma Serrano, que asegura que “también es un espacio donde la infancia y la adolescencia van configurando la capacidad de confianza en uno mismo y en otras personas y la mirada hacia uno mismo como alguien válido y creativo”. Además, y según informa esta pedagoga, en el juego se aprende una habilidad fundamental para la vida adulta: “Interiorizamos cómo gestionamos el éxito y el fracaso y cómo nos autorregulamos ante los vaivenes de la vida”.
Existe bastante investigación coincidente que afirma que el juego promueve el desarrollo cerebral, que es un espacio donde podemos probar cosas de manera segura y donde la espontaneidad, creatividad y flexibilidad se van quedando como aptitudes para nuestra vida. Los estudios Consideraciones sobre el sentido del juego en el desarrollo infantil, publicado en agosto de 2020, y Aprender a través del juego en la escuela: un marco para la política y la práctica, en febrero de 2022, llegan a la misma conclusión. “En el juego espontáneo posibilitamos una mayor conexión con su deseo, intuición e impulso vital. Por el contrario, en el juego dirigido promovemos la consecución de objetivos, la interiorización de normas y límites y el cumplimiento de los tiempos. Pero ambos, coincidiendo con el neurobiólogo Siegel, generan circuitos de dopamina de placer y recompensa”, destaca la profesora de la UNIR.
Entonces, ¿cuál debe ser el papel de los padres en el juego de los hijos? Serrano les invita a preguntarse: “¿Cómo fueron mis juegos y qué me aportaron durante mi infancia y adolescencia?, ¿cómo está hoy mi capacidad de jugar, disfrutar y divertirme? Y, por último, ¿qué espacio damos al juego en el ámbito familiar?”. Al responderlas, estarán en disposición de ofrecer a sus hijos experiencias de juego que en cada familia serán únicas, reforzando los vínculos y el espacio de exploración, expansión y disfrute. Como se plantea la experta, “quizá esta sea una buena oportunidad para sentar esta base en el espacio familiar de cara al posterior inicio del curso escolar”.
Tener buen perder y buen
ganar, clave en la infancia
Carolina Pinedo para Mamás y Papás de El País
El juego no es una mera diversión para los niños. Se trata de su manera de aprender y desarrollarse de una manera lúdica y acorde a su edad. Sin embargo, los pequeños, en muchas ocasiones, no aceptan de buen grado el hecho de perder cuando juegan y tampoco tienen una conducta ajustada cuando ganan.
Esta actitud tiene más enjundia de la que parece, ya que está en juego la tolerancia del niño a la frustración si no resulta ganador o bien a sobredimensionar el hecho de haber ganado. “Durante el juego se refuerzan las conexiones neuronales y se libera dopamina (neurotransmisor que genera sensación de bienestar). Los menores necesitan esta actividad lúdica para su óptimo desarrollo físico, mental y emocional”, explica María José Lladó, psicopedagoga de ACIMUT Bienestar.
Sin embargo, muchas veces el sistema social promueve los valores competitivos que se centran en ganar a toda costa sin disfrutar del proceso. “Los referentes adecuados de adultos próximos son muy importantes para los niños porque les pueden mostrar a través de sus comportamientos el valor del juego en sí, más allá del resultado”, incide Lladó.
La importancia de que los niños tengan un buen perder y de que sepan ganar cuando juegan se basa en que aprendan a manejar sus emociones de manera adecuada. En este sentido, la psicopedagoga explica que aceptar los resultados del juego de buen grado enseña a los niños a conocerse mejor y a desarrollar habilidades y destrezas imprescindibles para la vida, como la capacidad de perseverar y de adoptar una actitud positiva independientemente del resultado.
La importancia de jugar limpio para los niños
Lograr que el niño descubra e integre el concepto de que en el juego hay aprendices y no vencedores ni vencidos es clave para conseguir que evite hacer trampas para ganar a toda costa y que juegue limpio en la vida. “Se trata de disfrutar de la diversión del momento y de adoptar una actitud positiva ante cualquier fracaso, evitando culparse o culpar a los demás si el resultado no es el esperado”, continúa Lladó.
La actitud y el ejemplo de los padres frente al talante de sus hijos con respecto a su participación en el juego también resulta fundamental. “Si premian en exceso el éxito y castigan los malos resultados, es posible que hacer trampas se convierta en una estrategia de los niños para evitar el castigo y también suele ocurrir cuando tienen baja autoestima, por lo que se sienten inferiores si pierden”, aclara la psicóloga Gema José Moreno.
Señales que apuntan a que el niño no sabe ganar ni perder en el juego
Solemos hablar del mal perder, pero no del mal ganar y se trata de diferentes caras de la misma moneda. Es importante que el niño aprenda a gestionar ambas facetas, que implican un lado oscuro, que acarrea comportamientos emocionales desajustados, como los que destaca Moreno: “En caso de perder, suele darse el enfado con el resto de los participantes en el juego, la búsqueda de culpables, las rabietas o ira. Y cuando el niño gana, puede reírse o burlarse del contrario con comentarios despectivos como eres un perdedor”.
Pautas para aprender más en el juego
Jugar en familia
Elegir los juegos de mesa para disfrutar del ocio, porque generan emociones positivas a la hora de compartir una actividad común en un ambiente de seguridad y facilitan la toma de decisiones, la creatividad y la planificación.
No todo es control
Evitar bloquear la expresión emocional del niño. Si se enfada, hay que dejar que lo exprese y explicarle que unas veces se gana y otras se pierde, para fomentar su flexibilidad. Enseñar a los niños que no se puede controlar todo y que el azar también forma parte del juego les ayuda a gestionar mejor su frustración.
Jugamos todos
Fomentar la competitividad colaborativa y sana con los niños de su entorno. Inculcar el respeto hacia otros con el ejemplo, evitando que los padres increpen o insulten a los componentes del equipo contrario de sus hijos. Transmitir que lo más importante es que se disfrute durante la actividad.