Vida en Familia
Cómo pactar la hora de llegada a casa con tu hijo adolescente
¿Estricto o permisivo? Hay padres que creen que los límites son formas educativas del pasado, pero favorecen la responsabilidad progresiva. Para llegar a un acuerdo sobre hasta cuándo pueden alargar su tiempo fuera con los amigos



Los hijos crecen y cambian, y con ello cambian también sus hábitos y gustos. La adolescencia es una etapa llena de desafíos para ellos y, por supuesto, para los padres, quienes muchas veces están perdidos por diferentes razones. Una de ellas son los cambios propios de la transformación de niños en adolescentes: cambios de humor, necesidad de aislarse... y los amigos que se convierten en su nueva familia, o al menos así lo sienten ellos. Todo esto conlleva que deseen hacer planes con ellos. Es el momento de empezar a volar, pero ahí es cuando surgen las primeras dudas, fricciones y una necesidad imperiosa de llegar a pactos. Especialmente, relacionados con saber a qué sitios van a ir, con quién y a qué hora van a volver a casa.
Patricia Alonso, psicóloga general sanitaria y neuropsicóloga, considera que establecer una hora de regreso para los hijos es recomendable, pero más allá de imponer un límite rígido, se debe considerar el contexto individual del adolescente, su grado de madurez y la dinámica familiar. “Los límites y normas en la adolescencia cumplen una doble función: por un lado, permiten brindar seguridad emocional, donde los hijos, lejos de lo que comúnmente se piensa, necesitan sentir que hay adultos que se preocupan por ellos, que los ven y que establecen límites para protegerlos”, asegura.
La psicóloga Lorena González coincide en que es bueno tener una hora de llegada porque son menores y, además, a la edad de 14 a 16 años son especialmente vulnerables. “Es bueno que los niños de esta edad socialicen, de hecho es fundamental, pero también es bueno que lleguen a casa a un horario donde puedan, si se puede, cenar en familia”, propone. “A estas edades, llegar para cenar es un buen límite horario porque les da tiempo a socializar antes y a nosotros como padres nos permite mantener conexión y diálogo con ellos, a la vez que seguimos manteniendo un espacio para poder observarlos”, considera.
Hay padres que creen que los límites son formas educativas del pasado. “Hemos visto y comprobado en casos clínicos que la ausencia ellos pueden generar ansiedad y desorganización emocional en los jóvenes”, prosigue Alonso. “Y realmente los límites favorecen la responsabilidad progresiva, donde el objetivo no es solo que el menor cumpla con una norma, sino que comprenda su función y aprenda a autorregularse”, añade esta experta. “Una buena práctica es establecer la hora de regreso de manera dialogada. No se trata de que el hijo decida libremente sin restricciones, pero sí de que participe en la construcción de acuerdos”, puntualiza esta psicóloga. Un horario puede ser flexible en función de factores como el día de la semana, el tipo de actividad y el nivel de confianza que ha demostrado el adolescente, según informa. No es lo mismo quedarse a tomar un refresco después de un partido de fútbol un martes que un viernes. Alonso recuerda que en este proceso es clave explicarle que la norma no es arbitraria, sino que responde a su bienestar y seguridad.
“Darles unas pautas de horario implica también hablarles de libertad. Y darles libertad y autonomía es muy bueno porque les estamos transmitiendo que confiamos en ellos y, según la madurez y responsabilidad que nos vayan demostrando, esa libertad podrá ser mayor o menor, y esto está muy bien que ellos lo sepan”, agrega González. Por su parte, Alonso añade que la libertad que se otorga al menor debe ir acompañada de un mensaje claro: “Confío en ti, pero también estoy aquí para guiarte”. Es importante, según informa, que el adolescente sienta que sus padres confían en su capacidad para tomar decisiones, pero que también están disponibles para orientarlo cuando sea necesario.
“En la práctica clínica”, continúa Alonso, “se ha encontrado que un exceso de control puede generar rebeldía, mientras que una sobreprotección impide el desarrollo de habilidades para enfrentar desafíos”. Es importante recordar que el desarrollo de la identidad en esta etapa depende en gran medida de las experiencias que el joven tiene con su entorno: “Esta decisión depende de varios factores, incluyendo la edad del adolescente, su experiencia en el uso del transporte público y la seguridad del entorno; no es lo mismo vivir en una gran ciudad que en un pueblo pequeño. El desarrollo de la autonomía debe ser progresivo y adaptado a cada caso particular”. Alonso recomienda, por ejemplo, que, en un primer momento, se acompañe o se recoja al adolescente, “no solo por seguridad, sino también para fortalecer el vínculo y abrir espacios de conversación”. Sin embargo, subraya que es importante que este acompañamiento no se prolongue más de lo necesario, para no generar dependencia o transmitir un mensaje de desconfianza.
¿Qué pueden hacer los padres si sus hijos mienten?
Para Alonso, es normal que si los menores mienten, pierdan algo de libertad como consecuencia, no tanto como un castigo, sino por haber roto la confianza de tus padres. “Creo que de alguna manera los niños tienen que tener la consecuencia lógica de sus actos; si mientes, se rompe la confianza”, incide González. Alonso agrega que más que castigar, se trata de comprender qué función está cumpliendo la mentira, ya que en la adolescencia no debe ser interpretada únicamente como un acto de desobediencia, sino como un indicador de su desarrollo emocional y de la relación que mantiene con los adultos.
“En el contexto terapéutico, la mentira muchas veces es una estrategia de afrontamiento que el adolescente usa para evitar consecuencias negativas, proteger su autonomía o, en algunos casos, expresar su malestar”, explica Alonso. “Por ello, cuando un adolescente miente, es fundamental entender las razones subyacentes o el contexto de su comportamiento”, añade la experta. En lugar de recurrir a castigos punitivos, que suelen generar más distancia y reforzar la conducta evasiva, la psicóloga propone diversas estrategias basadas en la reparación y en la comunicación: “En muchos casos no se trata de reprender de manera arbitraria, sino de generar una consecuencia relacionada con el comportamiento. Por ejemplo, si el joven mintió sobre su paradero, una consecuencia lógica podría ser que durante un tiempo deba informar más detalladamente sobre sus salidas hasta recuperar la confianza”, plantea.
Pautas generales para establecer normas
1.- Involucrar
Involucre a sus hijos adolescentes en la conversación. Comuníquese con ellos sobre las reglas que planea establecer y escuche atentamente su opinión al respecto. En la definición debe ser específico y conciso. "No puedes usar el teléfono" es ambiguo. En cambio, podrías decir algo como: "Guardemos nuestros teléfonos cuando estemos en la mesa y una hora antes de acostarnos".
2.- Realistas y compartidas
Es importante que se establezcan "reglas familiares" en lugar de "reglas que los hijos deben seguir". Así, tus hijos adolescentes (o menores) no te acusarán de hipocresía. Conviene ser realista antes que estricto, una regla que se incumple a diario o tres veces por semana no tiene sentido y debe renegociarse.
3.- Aplicar las consecuencias
Al igual que se pactan las normas, se deben pactar las consecuencias de los incumplimientos y cumplirlos. Estas deben ser lógicas y razonables, no castigos exóticos o humillantes o que hagan perder tiempo. También proporcionales. La afirmación verbal y la concesión de privilegios basados en la responsabilidad demostrada son formas de reforzar el buen comportamiento.
¿Cómo entender a nuestro
hijo adolescente sin desesperar?
VIDAS Y DIVANES
Por Anael Torres/ Psicóloga
Llega la adolescencia a nuestro hogar y muchas cosas pueden empezar a cambiar; alteraciones conductuales, nuevas tensiones, comportamientos y respuestas inusuales en nuestros hijos entre otros. A la vez que pueden aparecer sorpresas y desarrollos evolutivos de orgullo para los padres, también afloran nuevas conductas desconocidas y desafiantes en nuestros hijos, un momento de readecuación vital que puede no estar exento de dolores de cabeza.
Primero hemos de comprender que la adolescencia está ligada a cambios físicos, psicológicos, emocionales, hormonales, cognitivos y sociales que generan mucha incertidumbre en los adolescentes y a veces verdaderos torbellinos en el hogar. Es un momento donde las emociones fluctúan y se desbordan haciendo difícil el manejo de situaciones que antes eran controlables. El y la adolescente están definiendo su identidad y este proceso no siempre es fácil.
Los amigos y amigas pasan a ser generalmente los nuevos mejores aliados, el hijo toma cierta distancia natural con los padres para querer pasar más tiempo con los pares y a veces las tensiones y desacuerdos afloran frente a los progenitores. Aunque el adolescente pueda mostrar conductas desafiantes frente a ellos, el hogar y los padres deben seguir constituyendo el lugar seguro donde se anclan, dudan, son resguardados y pueden seguir sintiéndose protegidos.
Ante esta etapa de cambios conviene mantener la calma, entender que es una transición de nuestro hijo hacia la formación ulterior de su personalidad y que el torbellino de cambios y de inestabilidad también pasarán.
El diálogo entre padres e hijos sigue siendo el primer consejo, debería ser reforzado a pesar de las tensiones y posibles diferencias que se puedan encontrar en el camino; pero también se trataran de conversaciones diferentes donde el adolescente diferirá e intentará hacer prevalecer su opinión. Se aconseja escuchar más, conocer las motivaciones, razones y argumentos que subyacen en los puntos de vista del adolescente; establecer acuerdos dentro de lo que es posible también es aconsejable, pues esto ayuda a que el adolescente se sienta validado, favorece su crecimiento y autonomía, así como la comunicación dentro del hogar. Asimismo, se aconseja favorecer el diálogo como resolución de conflictos, pues generalmente los castigos solo atrincheran al adolescente. Por contra y aun habiendo diálogo abundante, son importantes también unos límites claros y coherentes para dar seguridad y guiar el comportamiento general del adolescente y poder marcar las pautas de lo que es conciliable y lo que no, a la vez de que le mostraran las consecuencias naturales de sus actos y decisiones.
En la adolescencia también se hace necesario saber que los progenitores confían en uno mismo; en este sentido conviene establecer un equilibrio entre concesiones y limites, yendo al ritmo del adolescente y a lo que está preparado para asumir y responder. Validar las emociones y hablar de ellas constituye un aspecto importante también, a la vez que favorece el vínculo entre padres y adolescentes.
Esta etapa de cambios en nuestros hijos también no solo es un desafío para los adolescentes, sino que también puede ser de gran aprendizaje para nosotros como padres, fortaleciendo un vínculo sano del adolescente con su familia y de ella hacia el mismo.