Análisis post-electoral
Lula ante el difícil desafío de gobernar Brasil tras Bolsonaro
El líder del Partido de los Trabajadores, a los 77 años y tras pasar casi dos en prisión, toma por tercera vez las riendas de un país profundamente dividido y con un Congreso dominado por la derecha



La salida en bloque de los simpatizantes del Partido de los Trabajadores (PT) en el centro de São Paulo la noche del domingo 30 de octubre se pareció mucho a la de hace 20 años, cuando Luiz Inácio Lula da Silva alcanzó por primera vez la presidencia de Brasil. Entonces, como ahora, caravanas de conductores petistas que celebraban la victoria de Lula hicieron sonar el claxon, y sus pasajeros encaramados a las ventanillas corearon consignas y ondearon banderas.
Después de tres intentos infructuosos, aquel fue un triunfo especialmente dulce. La actual victoria, tercera de Lula, tal vez sea aún más gratificante: el exlíder sindical ha salido de la cárcel, se ha enfrentado a sus enemigos políticos, y ha condenado a la derrota a su némesis, Jair Bolsonaro.
También hubo cierto alivio que ha crecido a medida que han transcurrido los días: la ultraderecha no parece ahora dispuesta a materializar sus amenazas sobre una posible anulación del resultado electoral y el propio Jair Bolsonaro ha hablado de su rol constitucional aun sin reconocer su derrota.
Un país dividido
Pero el Brasil que gobernará Lula da Silva será muy diferente al de principios de 2003, cuando llegó a la presidencia por primera vez. Las elecciones de este domingo muestran lo dividido que está el país. Durante el último año y medio, los sondeos de opinión han subestimado sistemáticamente el apoyo del que goza Bolsonaro, algo que puede deberse a la resistencia de muchos conservadores a participar en las encuestas o a sus reservas para decir cuáles son sus creencias.
Antes de la primera vuelta de las elecciones, las encuestas sugerían que Bolsonaro no sacaría más del 37% de los votos, y sin embargo obtuvo el 43%. Antes de la votación del domingo, la mayoría de los sondeos predecían una ventaja de entre cuatro y seis puntos porcentuales para la victoria de Lula. Pero en el escrutinio final, Bolsonaro ha reducido esa diferencia a 1,8 puntos.
Desigualdad Bolsonaro ha ganado en 14 de los 27 estados de Brasil: En los estados más ricos y desarrollados, ha ganado por amplias mayorías
Además, Bolsonaro ha ganado en 14 de los 27 estados de Brasil, imponiéndose en una franja de territorio que se extiende desde la costa atlántica hasta las tierras de la sabana en el centro-oeste. En los estados más ricos y desarrollados, ha ganado por amplias mayorías.
Fernando Haddad, candidato presidencial derrotado hace cuatro años y miembro clave del equipo de campaña de Lula, celebró el triunfo junto al presidente electo en el autobús de la victoria. Pero lo cierto es que en las elecciones a gobernador del estado de San Pablo, la región más poblada del país, Haddad ha sido derrotado con contundencia por el candidato de Bolsonaro, el exsoldado e ingeniero Tarcísio de Freitas. Bolsonaro también triunfó de manera espectacular en el próspero cinturón agrícola del centro-oeste.
Lula ganó por los pelos en el estado de Minas Gerais, pero su éxito nacional se debe a la victoria conseguida en los diez estados relativamente pobres del noreste. Las encuestas mostraron que las personas que viven con ingresos inferiores a 400 dólares al mes eran más proclives a votar a Lula y que las personas con mejor situación económica tendían a favorecer a Bolsonaro. El 70% de los habitantes de Bahía, el estado con mayor población negra, votó a Lula.
La fuerza de la derecha
Los cristianos evangélicos suelen ser también seguidores de Bolsonaro. Este grupo representa ahora un tercio de la población, quizás el doble del que tenía cuando Lula llegó al poder por primera vez.
La fuerza de ese bloque conservador ayuda a explicar por qué la derecha obtuvo tan buenos resultados en la primera ronda. En 2018, la derecha ganó a costa de los partidos socialdemócratas de centro que, de una manera o de otra, venían jugando un papel clave en los gobiernos desde el final de la dictadura militar en 1985. Este cambio se consideró una especie de terremoto político. Lo destacable de las elecciones de este año es que la derecha ha profundizado aún más esa tendencia.
El hecho más llamativo este año fue la elección como representantes en el Congreso de algunas de las figuras más polémicas de la presidencia de Bolsonaro. Un ejemplo es el general Eduardo Pazuello, destituido de forma ignominiosa como ministro de Sanidad tras su desastrosa gestión de la pandemia de COVID-19, que obtuvo un escaño en la cámara.
La búsqueda de equilibrios
En general, los partidos de derecha aumentaron su representación en la Cámara Baja, pasando de 240 a 249 diputados, ligeramente por debajo de la mitad de los 513 que hay en total. El PT de Lula y sus aliados solo tiene 141 diputados, por lo que el presidente electo deberá acercarse al centro si quiere gobernar con eficacia.
Esto significa que probablemente tenga que llegar a acuerdos con exactamente los mismos líderes políticos que en los últimos dos años y medio se han aliado con Bolsonaro: el llamado centrão (gran centro), el bloque de partidos conservadores con el cual los distintos gobiernos necesitan pactar para garantizar la gobernabilidad.
Esto complicará enormemente la tarea de gestionar la economía y controlar el creciente déficit fiscal (que se espera que llegue al 8% del PIB en 2023). En los últimos meses, Bolsonaro ha dado dinero a los votantes, repartiendo subsidios y prestaciones sociales desenfrenadamente. Los líderes progubernamentales del Congreso han canalizado sumas enormes hacia los proyectos favoritos de los legisladores leales.
Los equilibrios en el Congreso podrían incluso obstaculizar el avance en áreas como el medio ambiente, donde Lula podría avanzar simplemente revitalizando los organismos estatales que Bolsonaro descuidó y dejó sin financiación.
Entre 2004 y 2012, los gobiernos liderados por el PT fueron elogiados internacionalmente por el éxito obtenido en la reducción de la deforestación en la selva amazónica. Para conseguirlo, fueron fundamentales organismos como el Instituto Brasileño de Medio Ambiente y Recursos Naturales Renovables. Pero el presidente electo tendrá que conseguir un acuerdo del Congreso para reanudar los proyectos de estos organismos. Los dirigentes del Centrão seguro que le exigirán un alto precio por su apoyo.
Lula se va a hacer cargo de un país profundamente dividido y con problemas. Para tener éxito, va a necesitar todas sus legendarias habilidades como negociador.
Perfil: Lula, el “padre de los pobres”
Luiz Inácio Lula da Silva, de 77 años, pasó por seis candidaturas a presidente de Brasil en lo que va de su vida. Después de más de seis décadas dedicadas a la política, el líder del Partido de los Trabajadores consiguió edificar para esta elección un amplísimo arco electoral, integrado por partidos que van desde el centro-derecha tradicional hasta las más pequeñas agrupaciones de izquierda, para así conseguir derrotar a Jair Bolsonaro.
La campaña del expresidente de Brasil llegó a estirar su identidad al límite. El tradicional rojo dejó de ser el color elegido para pasar al blanco, pero además Lula aprendió a jugar con las reglas propuestas por su oponente. La campaña del PT consiguió con éxito amplificar debates absurdos en contra de Bolsonaro como el supuesto consumo de carne humana por parte del militar retirado o la asistencia a las misas masónicas.
El fundador del PT, candidato a la presidencia en 1989, 1994 y 1998, resultó electo por primera vez en 2002. En 2006, compitió en un segundo turno con el exgobernador del estado de São Paulo, Gerlado Alckmin, que ahora llevó como candidato a vicepresidente. En 2010, Lula terminó la presidencia con un 87% de imagen positiva. Ese mismo año, apadrinó la candidatura de Dilma Rousseff.
La anulación de las condenas
Después de pasar 580 días detenido en Curitiba, Lula decidió ir por la presidencia. El Tribunal Supremo Federal ordenó en marzo de 2021 anular las condenas en su contra en la causa Lava Jato, por considerar a la Justicia Federal de Paraná era incompetente para juzgarlo y debía pasar la causa a Brasilia.
Sergio Moro, juez a cargo del proceso, acompañante cercano de Bolsonaro en esta elección, determinó en 2017 una condena de nueve años y seis meses de prisión contra el expresidente por delitos de corrupción y blanqueo de capitales. La sentencia se amplió en enero de 2018 a 12 años. Ese mismo año, Moro dejó el poder Judicial para pasar a ser el ministro de Justicia de Jair Bolsonaro. Si bien Moro coqueteó con la idea de postularse para presidente, en esta elección compitió y ganó una banca en el Senado por el estado de Paraná.
Ya con Jair Bolsonaro como presidente, el juez de la Corte Suprema, Edson Fachin, determinó que Moro había actuado con “parcialidad” en la conducción del proceso y ordenó la liberación del expresidente. Lula recuperó así los derechos políticos que le permitieron presentarse como candidato en estas elecciones. En abril de este año, el Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas respaldó está decisión. La ONU determinó que el proceso judicial violó su “derecho a ser juzgado por un tribunal imparcial, su derecho a la privacidad y sus derechos políticos”.
Del Nordeste al Sudeste
Luiz Inácio Lula da Silva nació en 1945, en la ciudad de Garanhuns, en estado de Pernambuco, en una de las regiones más pobres de Brasil, donde se crio con sus padres y seis hermanos. Aristides Inácio da Silva, su padre, abandonó la familia por otra paralela que había formado cuando eran muy pequeños. Por ese motivo, desde muy temprana edad, él y sus hermanos empezaron a trabajar en la periferia de São Paulo. Un tiempo después, Lula ingresó a la metalúrgica en São Bernardo do Campo, donde se sumaría a las organizaciones sindicales donde haría carrera.
Desde 1970 empezó su recorrido en el mundo sindical. Desde ese momento, empezó a ganar protagonismo en el ámbito público. En 1986, fue elegido diputado e integró la Asamblea Constituyente que recuperó las elecciones libres. Ese año, el Partido de los Trabajadores consiguió 16 diputados en el Congreso. En 1989, Lula presenta su primera candidatura a presidente, que pierde ante Fernando Collor de Mello. Recién el 27 de octubre de 2002, Lula consigue ganar la presidencia, después de tres intentos previos.
Por su origen y por sus ocho años de Gobierno, el líder del PT consiguió ser apodado por sus bases electorales como “el padre de los pobres”.
Si algo muestra el recorrido político del expresidente es la constancia y la capacidad de haberse podido convertir en uno de los actores centrales de la política. “Lula se mantiene como personaje de la política brasileña hace 40 años”, dice el periodista Rodrigo Vizeu, en el podcast documental Presidente de la semana. Lula nunca perdió, después de haber llegado a ser presidente, una elección en la que él se presentó como candidato.
Bolivia y los retos de una nueva relación
Recomponer los lazos
El retorno de Lula da Silva al poder obliga al gobierno de Bolivia a esforzarse por recomponer una relación de confianza dañada en la recta final de Dilma Rousseff, coincidiendo con la gestión de su salida. El gobierno de Morales no tardó en recomponer sus relaciones con el sucesor y después entabló buena relación con Bolsonaro a pesar del acoso. Ni Evo visitó a Lula en la cárcel ni Lula habló de la caída de Evo en 2019. De momento Arce ha apoyado en campaña y lo ha telefoneado.
El gas como piedra angular
La mayor parte del contrato de exportación de gas a Brasil se gestionó con gobiernos del PT, que por lo general nominaron máximos y aprovecharon las virtudes del gas rico enviado a precio barato. Es verdad que en 2006 se concedió una adenda que liberaba una parte del gas para utilizar los licuables. El contrato llega a su fin y Bolivia tiene problemas para ofrecer más reservas, pero el intercambio seguirá siendo una de las claves entre los dos países.
Integración total y riesgos
El presidente brasilero ha llegado a hablar de un proyecto de integración continental que tenga incluso moneda única. Un plan para homologarse económica y políticamente con otras democracias hegemónicas en su territorio y ganar voz en el escenario internacional. En cualquier caso, la porosidad de las fronteras y el desembarco de grupos narcotraficantes han complicado los proyectos que buscan mejorar la transitabilidad entre ambos países.