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En memoria de Nicolás Cuevas Rearte

El aliento del Tigre

La historia de Nicolás es la historia del campo tarijeño, de la lucha por la supervivencia y por la convivencia con los animales del bosque en otra época, esta vez contada con todo lujo de detalles por su descendiente José Amado Cuevas

Reportajes
  • José Amado Cuevas Romero para El País
  • 10/04/2022 02:04
El aliento del Tigre
El jaguar es especie protegida
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Había llovido torrencialmente la noche anterior de aquel día del mes de marzo de 1964, pero el nuevo día se anunciaba caluroso y sofocante por la humedad reinante, propia de la época.

Nicolás, se había comprometido con don Santos a ayudarle ese día a “espantar” al tigre que dicho sea de paso, estaba haciendo estragos en su puesto ganadero, llegando a matar y sacarse los terneros del mismísimo corral, con una osadía nunca antes vista hasta ese entonces, en un felino; por cuyo motivo, el afectado había pedido ayuda a varios vecinos de la zona, misma que fue rechazada cortésmente por la gran mayoría de los apalabrados, seguramente, por el riesgo obvio que conllevaba tan peligrosa tarea. Pero Nicolás, como toda persona servicial y amigo de la familia, no había podido decirles que no, aparte que le interesaba ganarse una “torna vuelta” para tener ayuda al momento que tuviera que cosechar sus “rosas” de maíz que tenía en la zona denominada “El Naranjal”.

Aquel aciago día, Nicolás se levantó más temprano que de costumbre para trasladarse a la hacienda de don Santos, pero el sol que se asomaba imponente en todo su esplendor, la humedad, el pulular de los jejenes, mosquitos y tábanos presagiaban otro día caluroso y agobiante.

Al sentir que Nicolás se había levantado más temprano que de costumbre, su esposa, doña Gregoria, le ofreció preparar el desayuno antes que se vaya.

- “No te preocupes Goya”, dijo escuetamente, “me voy a hacer tarde, capaz que don Santos ya me está esperando…”.

- “Entonces, llévate este “abiyu”, por lo menos para que vayas comiendo por el camino”, le dijo, ofreciéndole un morral que contenía unas cuantas tortillas, un pedazo de queso y una yunta de tamales, que afanosamente había preparado la tarde anterior.

En ese momento, Baldomero, el primogénito que dormía bajo el mosquitero, se despertó sobresaltado, llorando desconsoladamente y sin motivo aparentemente, implorando a su padre “…que no se vaya…”. Nicolás, pensando quizá, que si ignoraba el llanto del niño, éste se calmaría, hizo ademan de marcharse, pero el niño, lejos de amilanarse, le siguió los pasos decididamente, entre llantos y súplicas, gritándole desesperadamente con su frágil y temblorosa voz, “…papito no te vayas…, no me dejes..”, a lo cual, Nicolás no pudo abstraerse, por lo que tuvo que retornar sobre sus pasos, para tratar de consolar a su pequeño hijo, prometiéndole que volvería “rápido”.

Después de este percance que retrasó su marcha y cuando Nicolás se disponía a enfilar hacia el caminito que bordeaba el río rumbo a la hacienda de don Santos, pudo notar que un pájaro “Bien Te Fue”, (ave anunciadora de buenos y malos presagios, según la creencia popular de la gente del campo), sobrevolaba insistentemente por el lugar con su inconfundible canto, del cual se infería un nítido, ”…maltefue…maltefue…maltefue…”, canto lastimero y profundo que le siguió un buen trecho de camino y que solo desapareció cuando Nicolás se había adentrado una buena distancia, río arriba, con dirección al puesto ganadero, que dicho sea de paso, quedaba más arriba, al lado del Río El Salado, como a una hora de camino a pie. “...menos mal que el río no ha llegado mucho…”, se decía Nicolas para sus adentros, mientras avanzaba raudamente por la orilla del caudaloso río, vadeando de vez en cuando, de una orilla a la otra, lo cual no representaba ningún problema para él ya que era un joven avezado para el agua.

Cerca de las ocho de la mañana, Nicolás llegó a la hacienda, donde ya le esperaba un reducido grupo de personas que saldrían a “espantar” y “corretear”, al tigre que se había osado con el ganado de la zona, llegando a matar hasta tres terneros de una sola vez, en cada incursión al corral de don Santos. Al verle llegar a Nicolas, don Santos le salió al encuentro con evidentes muestras de alegría, lo cual, no era para menos, ya que todos los vecinos se habían excusado de ayudarle.

- “Buen día de Dios, Nico”, le saludó don Santos, “gracias por venir a ayudarme”- le dijo efusivamente – “los changos ya están listos para salir al monte…”.

Después de saludar a los presentes, le hicieron pasar a la cocina, donde doña Guadalupe, preparaba afanosamente las sopaipillas para acompañar el mate cocido, aromatizado con hojas de lima, que le ofrecieron. Mientras esperaba, Nicolás veía como las sopaipillas, que doña Guadalupe ponía en la sartén, se le quemaban inexplicablemente, lo cual ofuscaba a la experimentada cocinera.

- Esto parece “tajia”, decía alterada doña Guadalupe– “se me han quemau las sopaipillas y eso es mal agüero”, señalaba visiblemente inquietada.

El tigre

Después, de haber desayunado, Nicolás y el reducido grupo de personas compuesto por don Santos, sus dos hijos, Máximo y Vicente, aparte de su yerno Gregorio, se aprestaron a adentrarse al monte, dirigiéndose hacia el sur de la hacienda. Nicolás, conocedor de la zona y diestro en el manejo del machete y las armas de fuego, pues hacía tres años que había sido licenciado del servicio militar, encabezaba el grupo, abriéndose paso por medio del bosque, hasta que después de haber caminado por espacio de una hora, los perros que los acompañaban, empezaron a inquietarse, avanzando en un sentido determinado, sin dejar de ladrar, en clara señal que habían olfateado “algo”.

El grupo de personas avanzaba por medio del monte, con mucha dificultad, tratando de acortar distancia con los perros que ladraban a lo lejos, siempre con Nicolás a la cabeza con el machete y Gregorio que lo secundaba con el rifle listo por sí se topaban con algo imprevisto. Don Santos, que era una persona ya entrada en años, les seguía bastante rezagado, mucho más atrás.

De súbito, los perros silenciaron sus ladridos, dando a entender que habían perdido el rastro que perseguían. Es en esas circunstancias y cuando el grupo se disponía a pasar bajo un coposo árbol, sucedió lo inesperado ya que el tigre, al verse asediado por los perros, se había encaramado en un frondoso árbol, donde se encontraba agazapado en una de sus ramas.  Cuando el grupo se acercaba a ese lugar y sin sospechar del peligro que les acechaba, el tigre pego un súbito salto, abalanzándose violentamente sobre el cabecilla del grupo, tirándole al suelo y sometiéndole sin mayor dificultad. Ante este sorpresivo ataque del felino, el caos se apoderó del resto del grupo, que abatatados y de manera instintiva se dieron a la fuga, dejando solo a Nicolás, a merced del tigre que lo tenía prácticamente inmovilizado bajo sus poderosas garras.

En esta lucha desigual, entre el hombre y la bestia, solo los perros le favorecieron a Nicolás, que hostigaban insistentemente al felino, obligándole a cambiar de mano, según el asedio venía del lado derecho o del izquierdo, lo cual impedía que el animal se concentre en liquidar a su presa. Con cada zarpazo que pegaba el tigre para ahuyentar a los perros, los hacia “volar” cuatro o cinco metros, de donde los nobles animales, se levantaban aullando de dolor, para nuevamente retornar el asedio del felino. En uno de esos zarpazos que pegó el tigre, puso fin a la vida de uno de los perros más osados y matreros de la tropa, haciéndole volar por el aire, de donde no se levantó más.

El tigre estaba empeñado en acabar con la vida de su presa, pues intentaba morderle la cabeza, metiéndole sus colmillos en su orificio ocular izquierdo, pero al no encontrar otro punto de apoyo para realizar la mordedura, sus colmillos superiores resbalaban por el cráneo, destrozándole el cuero cabelludo. En esas circunstancias, Nicolás, al sentirse al borde la muerte, toda su vida paso por su mente en un instante. Recordaba a su pequeño hijo Balducho, que le había pedido llorando “que no se vaya, …que no le deje…”, a quien le prometió que volvería lo antes posible, pero que ahora no podría cumplir con esa promesa. ¿Que sería de su esposa Gregoria? Se preguntaba desesperado.

Después de reponerse del aturdimiento inicial y al ver que el tigre estaba empecinado en acabar con su vida, Nicolás fue corajudo, no se dio nunca por vencido y le plantó pelea al tigre con las pocas fuerzas que le quedaban, tratando de luchar por su vida. “El animal estaba encima de mí y me sujetaba contra el suelo, poniendo sus garras en mi pecho,… podía sentir el aliento del tigre cuando intentaba morderme de la cabeza, por lo que trate de sujetarle de su boca para que no me siga charqueando la cabeza, pero me destrozo los dedos con sus dientes…” decía. “Pero de mi lado estaría Díos que el tigre me dio un pequeño respiro, seguramente por el asedio de los perros…”, recordaba, “Ahí pude tantear mi machete que había caído cerquita nomas, con el que le pude asestar un machetazo en la frente…”.

Esto al parecer, le quitó visibilidad al animal, ya que la sangre le chorreaba por los ojos. Ahí es cuando el animal, seguramente cansado del acoso de los perros, herido y afectado en su visibilidad, optó por alejarse, “…dejándome mal herido y tendido en el suelo…”, rememoraba Nicolás a cuantas personas y amigos le pedían que les relatara lo sucedido.

Es en ese preciso momento también, que sus compañeros de grupo, después de reponerse del caos y abatatamiento inicial, retornaron al lugar donde encontraron a Nicolás mal herido y totalmente ensangrentado, tratando de ponerse de pie.

“No me explico por qué no retornamos inmediatamente a la hacienda, si yo me encontraba muy mal herido” – recordaba Nicolás – “No sé qué me dio…, pero le pedí a mis compañeros que le sigamos al tigre, que se había alejado por el borde de la quebrada, malherido. Seguimos huellando la sangre del animal hasta que al poco trecho lo divisamos nuevamente encaramado en otro árbol, por lo que le pedí a Gregorio que le dispare…, que lo meta,…que no podemos dejarle escapar…”.

Nicolás, quien hacía tres años había sido licenciado del cuartel, tenía experiencia en el manejo de armas de fuego, “Al ver la indecisión de Gregorio, le pedí el rifle…”, rememoraba, “el mismo que me lo entregó en el acto y con un certero disparo, pude ver que el animal se tambaleó en la rama del árbol donde se encontraba, por lo que nuevamente volví a cargar el arma y le aseste un segundo y definitivo disparo que puso fin a su vida, desplomándose pesadamente, cayendo al suelo en medio de unos matorrales…”.

Instantes después y viendo que el tigre ya no daba señales de vida, el resto de los integrantes del grupo, se acercaron a observar atónitos al imponente felino, mientras tanto Nicolás, que ya había perdido mucha sangre y por las múltiples heridas recibidas, cayó al suelo inconsciente, desmayado. Bordeaba la media mañana y el sol se encaramaba imponente en el firmamento. En medio del bosque, solo el canto de las aves rompía esporádicamente el lúgubre silencio del monte donde yacía el cuerpo inconsciente y malherido de Nicolas, pues, sus compañeros de grupo, después de contemplar asombrados al imponente felino, optaron por sacar su cuero para retornar a la hacienda con el “trofeo”, dejándole a Nicolás abandonado a su suerte, en medio del monte.

Nicolás el superviviente

Cuando el grupo se aproximaba a la hacienda, doña Guadalupe, al notar la ausencia de Nicolás y presintiendo una desgracia, les preguntó ansiosamente, “donde está el Nico…”. Ahí le relataron lo sucedido con el tigre, señalando que lo habían dejado mal herido en el monte. “Como pueden dejarlo así a Nicolás…botado como un perro en medio del monte…”, “Ustedes no parecen cristianos…”, les dijo casi al borde de las lágrimas. Fue tanto el enojo de doña Guadalupe, que no les dejó llegar a la casa, obligándoles a volver a socorrer al herido, para lo cual les alcanzó un pullo para que lo pudieran trasladar más fácilmente.

Más tarde, cuando retornaron con el cuerpo desmayado de Nicolás y viendo la gravedad de sus heridas, optaron por seguir camino hasta El Salado, para lo cual, ensillaron un caballo bayo, donde subieron al herido “como pudieron”, haciéndole sentar a Máximo en las ancas, para que vaya sujetando el cuerpo inconsciente de Nicolás.

Después de haber cubierto el trayecto hasta El Salado con mucha dificultad, fueron a avisarle a su esposa de lo ocurrido, diciéndole que “…no se asuste…que Nicolás había sufrido un accidente…que tiene que alistar su ropa para acompañarle a Bermejo…”. Más tarde doña Gregoria relataría que cuando le dijeron eso, inmediatamente había presentido una desgracia, que algo malo le había pasado a su esposo. “…Cuando fui a verlo, no pude reconocerle,…tenía muchas heridas y estaba bañado en sangre; el caballo también estaba empapado de su sangre...”.

Por esa época, en el auge de la exploración petrolera en Bermejo, llegaban periódicamente médicos argentinos al Hospital de YPFB y justo ese día, dio la casualidad que ellos estaban ahí, quienes procedieron a estabilizarlo y curarlo hasta que estaba bastante repuesto de sus heridas. “Los médicos me propusieron no cobrarme por sus servicios, a cambio que les diera el cuero del tigre, por lo cual le pedí a la Goya que vaya a hablar con don Santos…”, señalaba Nicolas. “Lamentablemente, mi esposa volvió con las manos vacías, ya que don Santos y su familia se habían negado rotundamente a entregarme el cuero, bajo el argumento que el tigre había matado a uno de sus perros…”, rememoraba con tristeza Nicolás.

Mientras permaneció internado en el hospital y cuando ya se encontraba fuera de peligro, el personal médico y otros curiosos que se habían enterado de este suceso, visitaban a Nicolás, ansiosos de conocer de primera mano lo sucedido, quien, les relataba lo ocurrido, sin perder el fino sentido del humor que le caracterizaba.

- “Que macana…casi dejo la viuda jovencita…”, bromeaba.

- Y que hacías Nico, cuando estabas debajo del tigre…? le preguntaba un curioso médico argentino, A lo cual Nicolás le contestaba que cuando estaba debajo del tigre “…le sacaba leche de los chuchos…”, ocurrencia que desataba carcajadas entre los presentes y que hacía referencia a que el supuesto tigre no era tal, sino que era una tigresa, ya que cuando él estaba bajo del animal, pudo observar unas prominentes mamas, circunstancia que explicaba la extrema agresividad del felino, que con toda seguridad, tenía sus cachorros, que estarían ocultos en algún lugar del monte.

Los médicos recomendaron a Nicolás que sería conveniente que se traslade a Córdoba-Argentina a controlarse la curación de sus múltiples heridas, entre ellas, el cuero cabelludo que había sido rasgado desde la corona hasta casi la frente; su ojo izquierdo y los dedos de sus manos que habían sido masticados por el tigre, cuando trataba de sujetarle de la boca. En Córdoba, después de una exhaustiva revisión, los médicos le dijeron que sus colegas del Hospital de YPFB habían hecho un excelente trabajo y que el resto de la curación, lo haría el tiempo.

Repuesto de sus heridas, Nicolás Cuevas Rearte, retorno a la comunidad de El Salado donde siguió viviendo indistintamente en esa comunidad y El Naranjal hasta los 63 años de edad, falleciendo el 02 de abril de 2006 por casusas naturales, dejando una prolífica descendencia compuesta de 8 hijos, (seis varones y dos mujeres), y una decena de nietos, que lo siguen recordando con mucho cariño, como un extraordinario ser humano, que dejó una huella profunda en su vida sindical, siendo dirigente nacional de la F.S.U.T.C.B., fundador de la Federación Especial de Trabajadores Campesinos de Bermejo, fundador y primer habitante de la comunidad de El Salado-Naranjal y Presidente de ASCABE, (importante institución cañera de la época), entre otro.

Nota del Editor.- Hoy el jaguar, al que en Tarija le llaman el tigre, es una especie protegida y en riesgo de extinción después de años de convivencia no tan pacífica con los comunarios que abrieron brecha en su territorio.

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