Vida en familia
Siete consejos para ayudar a los hijos a afrontar el duelo
Hablar de un fallecimiento a nuestros hijos no es cosa sencilla, nos cuesta hacerlo porque, desde la protección y el amor más absoluto, no queremos que sufran



“¿Qué haces tú cuando le echas tanto de menos?”, me pregunta mi hijo. “Intento recordar qué era lo que más me gustaba de él”, les respondo. “¿Y eso te hace estar menos triste?”, incide. “Eso me ayuda a saber lo importante que era para mí y no olvidarlo”, les digo con consuelo. “Mamá, lo echo tanto de menos…”, se lamenta. Sin duda uno de los momentos más difíciles de mi maternidad, ha sido el acompañar a mis hijos ante la pérdida de un ser querido. El abuelo se fue muy pronto y deprisa, casi sin podernos despedir de él. Recuerdo los días llenos de llantos y desconsuelo, la tristeza y la rabia que sentíamos, las preguntas constantes sobre el sentido de la muerte que me hacían estremecer. No hay día en casa que no lo nombremos porque lo seguimos echando de menos. ¡Cuánto dinero pagaría porque pudiese ver a sus nietos crecer!
Alphonse de Lamartine decía que a menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en el mismo ataúd. La muerte es parte ineludible de la vida, pero eso consuela muy poco. Nadie está preparado para perder a alguien al que quiere, al que necesita a su lado, con el que te gustaría compartir todo lo bueno y lo malo que te sucede. A todos nos gustaría que alguien volviese, aunque fuese solamente por unos instantes. Para volver a compartir una sobremesa, para fundirnos con él en un silencioso abrazo, para poder susurrarle al oído que sientes más miedo desde que se fue.
Dicen que nada enseña más que la muerte, que es una gran maestra. La muerte hace que la vida sea más solemne y nos recuerda la necesidad imperiosa de exprimir cada día al máximo sin caer en las excusas y las postergas. Nos enseña a identificar lo que realmente es importante y a priorizar.
Educar ante la muerte pertenece a la vida, es parte imprescindible de ella. Pero que complejo es hacerlo cuando esa persona que se ha ido era parte de ti y de tu familia, cuando sientes que todo era mucho mejor cuando él o ella estaban a tu lado. Hablar de la muerte a nuestros hijos no es una cosa sencilla, nos cuesta hacerlo porque, desde la protección y el amor más absoluto, no queremos que sufran, que estén tristes, que lo pasen mal.
Niños y adultos nos parecemos mucho en las emociones que sentimos cuando alguien muere. El dolor por perder a alguien querido, la pena al ver que ya no forma parte de nuestra vida y nunca volverá, la ira por saber que ya nada será como antes o el vacío en el día a día que esa persona nos ha dejado es muy similar.
Cuando alguien cercano muere, nuestros hijos necesitan que nosotros pongamos palabras a lo que sucede, sin mentiras y de manera sencilla. Será esencial que les ayudemos a transitar por el duelo adecuadamente, a enfrentarse a la pérdida sintiéndose arropados, protegidos y comprendidos. Cada niño se enfrentará a la muerte de manera distinta y por eso debemos estar preparados respetar todo tipo de reacciones.
Tendremos que explicarles, con un lenguaje claro y sencillo, que todos moriremos y que cuando eso sucede nuestro cuerpo deja de funcionar para siempre. También, que la muerte no es culpa de nadie, sino que es un hecho natural.
Nuestros hijos necesitarán realizar muchas preguntas ante la pérdida que tendremos que contestar con mucho amor, empatía y paciencia. Deberemos hablar con ellos sin rodeos, ensayándoles a enfrentarse a ella con naturalidad y valentía poniéndoles nombre a todos los sentimientos que esta les genera.
¿Cómo ayudar a nuestros hijos a afrontar a la muerte de un ser querido?
1. No esperando que alguien muera para hablar sobre la muerte en casa. La muerte en nuestra sociedad continúa siendo un tema tabú y eso provoca que cuando nuestros hijos deben enfrentarse a una pérdida jamás han oído hablar de ella con naturalidad. En nuestros hogares debemos hablar sobre la muerte, los ritos de despedida, los tanatorios o cementerios. Leer cuentos o ver películas que hablen sobre la muerte puede ayudarnos.
2. Explicando a nuestros hijos la muerte utilizando un lenguaje sencillo y respetuoso sin términos difusos que puedan confundirles. Sin usar mentiras que puedan generarles falsas esperanzas. Mostrémonos disponibles para dar respuesta a todos los interrogantes que les vayan surgiendo.
3. Acompañando el proceso de la pérdida con grandes dosis de dulzura, mimos y comprensión. Con toneladas de calma y afecto. Creemos un ambiente donde cada uno pueda expresar todo lo que siente con total naturalidad.
4. Asegurándonos que entienden que la muerte es un hecho irreversible y definitivo, que cuando alguien muere jamás va a volver.
5. Respetando los ritmos de aceptación de la pérdida, la forma de reaccionar ante ella, la manera elegida para decir adiós de cada miembro de la familia. Evitando decirle al niño o joven cómo debe sentirse y validando todas las emociones que pueda sentir: tristeza, rabia, confusión o enfado. Dejando que participen en las ceremonias de despedida.
6. Facilitando espacios donde compartir todos nuestros sentimientos en familia, donde se dé licencia a poder exteriorizar todo lo que nos sucede por dentro. Lloremos juntos, compartamos nuestras dudas y desolación, recordemos a la persona que hemos perdido sin miedo a sentir. Hablemos con naturalidad de lo mucho que le echamos de menos, de todo lo que nos aportaba en nuestra vida.
7. Creando en casa el “rincón del recuerdo” que nos permita despedirnos de nuestro ser querido con calma. Animemos a nuestros hijos a escribir una carta de despedida, a dibujar todo lo que sienten en el corazón, a elaborar una lista de canciones que nos recuerden a la persona que se ha ido, a elaborar un álbum de fotografías o una caja de recuerdos.
No dejemos de repetirles que el paso del tiempo les ayudará a sentirse mejor, a mitigar el dolor, a buscar una estrella en el cielo sin sentir tanto dolor. Como decía Nicholas Sparks: ”En tiempos de duelo y dolor, te sostendré y te meceré. Te quitaré el dolor y lo haré mío. "
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¿Cómo viven los niños la
muerte de un ser querido?
Decía el filósofo y poeta francés François de la Rochefoucauld que ni el sol ni la muerte se pueden mirar de frente. No le faltaba razón porque al ser humano le cuesta mucho hablar de la muerte. Si ya de por sí a los adultos nos resulta difícil hablar de la muerte y de nuestra existencia, cuando los niños entran en escena, el panorama se complica mucho más. Lo cierto es que el miedo a la muerte es universal. En ocasiones, los niños manifiestan una serie de síntomas que no son más que expresiones de su miedo a la muerte. Sí que es cierto que en torno a los 6 años y hasta la etapa adolescente, el tema de la muerte suele quedar inhibido, algo que Sigmund Freud llamó etapa de latencia. ¿Cuántas veces los adultos hemos tenido pesadillas en donde hacía acto de presencia el miedo a la muerte sin que hayamos sido conscientes? Esto lo refleja muy bien la genial cita de Woody Allen: “No le temo a la muerte, pero no quiero estar ahí cuando llegue”.
¿Cómo viven los niños la muerte? Desde luego que no existe una única manera de enfrentarse a la muerte, ya que cada niño lo vive de una manera diferente. Me gustaría reflexionar sobre cómo podemos gestionar los padres la muerte de un ser querido. Recientemente, mis hijos sufrieron la muerte de su bisabuela. Que sea natural que las personas mayores mueran, no hace que sea menos doloroso. El fallecimiento de un ser querido siempre entristece y moviliza los cimientos de nuestras vidas. ¿Qué hacemos y cómo procedemos con nuestros hijos ante la muerte de un ser querido? ¿Debemos llevar a nuestros hijos al tanatorio o al cementerio? No me atrevo a dar una respuesta que deje tranquilos y conformes a todas las personas, pues es una decisión muy personal. Pero ojo, cuando digo que es una decisión muy personal, no me refiero a que deban tomarla los padres, sino los niños. ¿Por qué no les preguntamos si quieren ir al tanatorio a despedirse de la persona fallecida?
El motivo es que nos da tanto miedo la muerte que cómo vamos a llevar a nuestros hijos al tanatorio. Los niños, como personas que son, tienen derecho a decidir de qué manera se quieren despedir de sus seres queridos. ¿Por qué es tan infrecuente ver niños en los tanatorios y en los cementerios? La mayoría de nosotros lo hacemos con buena intención, sin embargo, no caemos en la cuenta de que no contamos con ellos, decidimos por ellos. No les estamos integrando en la familia ni en los rituales de despedida. ¿Acaso no llevamos a nuestros hijos a bodas, fiestas de cumpleaños y vacaciones en la playa? ¿Por qué no les dejamos decidir si quieren conocer lo que no es tan placentero?
Los datos de arriba
Algunas ideas
para hablar de
la muerte
Sinceridad
Hablar de la muerte con naturalidad: la muerte suele ser un tema tabú y los mandatos sociales y familiares nos impiden hablar y reflexionar sobre ella. Sobre todo, no mentir: en ocasiones, con muy buena intención, mentimos a nuestros hijos para que no sufran.
Dar explicaciones completas de lo que implica la muerte es necesaria para el menor, por supuesto, adaptada a su edad y personalidad.
Irreversible
Cuando hablamos de la muerte es importante que hagamos explícita que es irreversible. Es curioso como en el lenguaje coloquial decimos “el celular se ha muerto” cuando solo se ha quedado sin batería y, por el contrario, decimos “el abuelo está durmiendo”, cuando en realidad ha fallecido.
Se deben aceptar las emociones, el hecho de que muera alguien no implica que el niño vaya a manifestar tristeza. En ocasiones se muestran rabiosos o incluso curiosos. Si aparece en el menor la tristeza debemos acompañarla.
¿Y si nosotros lloramos?
Es normal que los adultos lloremos ante un acontecimiento triste y, de hecho, es muy sano y positivo que nuestros hijos nos vean llorar. El único caso en que no deben estar presentes los niños es cuando la emoción es desgarradora y sin control.
No esperemos a que alguien muera para hablar de la muerte: incorporemos conceptos como muerte, fallecimiento, cementerio, incineración y entierro en nuestro vocabulario del día a día.