Alegato inútil

Yolanda Bedregal

 

Cada día tenemos más salobre la saliva.

La migaja se crispa

ante la entornada puerta del perdón.

Cada día se saltan a las uñas

los dos niños morenos de los ojos

que fueron ángeles despiertos

a celestes honduras.

 

¿Con qué habrá de rematar el alegato

que está y en el tope del sollozo?

Cada hora se ha hecho voraz

como engranaje de colmillos;

los pasos se han desacostumbrado

a la caricia de la grama húmeda;

el aire avanza granizado de saetas.

 

Conduélete, Señor, a ti clamamos.

¡Así tu mundo tambalea!

No somos Job, oh Padre; ¡no te tornes padrastro!

 

¿Acaso estás enfermo, o te pudres

con este vaho que te sube desde nos?

No te tornes padrastro, buen Dios.

 

Sonríe una vez sobre tu Hechura.

Regresa a tu niñez de Primer Día

cuando soplabas burbujas de color

y te brotaba de las sienes

boscaje y pleamar.

Eras entonces sin arrugas,

y era tu barba de cristal

lira entre los dedos de la luz.

 

Sonríe, Padre, sobre el Libro mancillado,

y todos en Tu nombre

escribiremos PAZ.

 

La simple trinidad de una palabra:

bandera universal para soñar;

hostia de comunión para construir;

extramaunción para vivir.

 

Perdona, Dios, esta mi turbia arena...


Más del autor
La Pincoya
La Pincoya
El ser más poderoso del mundo
El ser más poderoso del mundo
Dadme mi número
Dadme mi número