Las Crónicas del Reino Chapaco
Los pasillos del castillo vibraban con un murmullo cada vez más creciente, un rumor que se deslizaba como serpiente entre los muros. "La plebe está emputada", repetían con preocupación los cortesanos, sintiendo en la nuca el aliento de una tormenta inminente. Los fastuosos banquetes y las carreritas de caballos en San Jacinto después del fiasco de las judiciales ya no bastaban para disfrazar la descomposición del reino.
Pero no eran esos los únicos susurros que flotaban en el aire. Había otras elucubraciones más peligrosas, ideas que, de ser pronunciadas en voz alta, se convertirían en sentencia de muerte por traición y sedición. Sin embargo, el 17 de febrero llegó y la realidad desnudó lo que hasta entonces se creía impensable: el monarca anunció su retirada. "El pueblo me ha dado mucho, y no hay que ser abusivo", proclamó, con una falsa humildad que olía más a cálculo que a nobleza.
La “aristocracia”, como gusta llamarse a sí misma la élite, ocultaba tras enrevesados linajes y mentiras su verdadera esencia de simples oligarcas. Y este acto de "grandeza", más propio de los bandidos traídos de la península a nuestra América, no fue sino la primera ficha de un dominó que amenazaba con derrumbar el orden establecido.
El dilema de la modernidad resulta difícil de explicar en una sociedad donde los "aristócratas" y sus intelectuales—más alquimistas que filósofos—conjugan fórmulas políticas tan contradictorias como ingeniosas. En el hermoso Valle Central que habitamos, estos magos de la palabra lograron que el “subdesarrollo” sea visto como la fuente de la felicidad colectiva, para que nadie les quite como se dice en el reino la “mamadera”. Mantener lo establecido es la gran aspiración, al menos cuando se trata de los estamentos sociales, pues cuando se trata de sus bolsillos, la modernidad y el saqueo de lo público están a la orden del día. Si no, basta preguntar cómo estos ilusionistas lograron hacer desaparecer más de 40 mil millones de bolivianos en la era del gas, ni merlín lo hubiese logrado con tanta eficiencia.
El 18 de febrero de 2025, el rey cruzó el largo corredor del Palacio Blanco. El eco de sus pasos sobre los fríos pisos de piedra marcaba el compás de una historia que se desmorona. La corte estaba inquieta. El equilibrio sostenido por el culto al "líder histórico" se resquebrajaba como un ídolo de barro bajo la lluvia. Los cortesanos más cercanos, incluido el “Groom of the Stool” oficial del monarca, se debatían entre la incertidumbre y el pánico. ¿Qué sería de ellos? No era solo el trabajo lo que pendía de un hilo, sino el tiempo invertido, los fines de semana compartidos entre juegos de cacho y risas forzadas ante los malos chistes del líder. Se desmoronaban sus sueños, sus privilegios y los de sus familias y las familias de sus familias. Sin duda un prestigio con fecha de caducidad.
Y mientras los cortesanos mayores lloraban su posible desgracia, los cortesanos menores—esos que habían sido ignorados, maltratados y ridiculizados por los "príncipes" y "duques" de papel—veían, después de cinco años, su oportunidad de ascender. Sabían que la plebe, enviada años atrás a "comer pastel" en medio de la crisis, ya no quería a ninguno de los habitantes del castillo. Y también sabían que la única forma de salvar el reino era cortando cabezas.
Sin preverlo, el rey había desatado la sangría de la sucesión. Sus cortesanos más cercanos, obesos de poder y embriagados de vanidad, no tenían la más mínima posibilidad de sobrevivir a la batalla sin su intervención divina. Eran nobles de sangre, pero no de espada. En cambio, los cortesanos menores, curtidos en el juego de la manipulación a la plebe, portan la promesa de una "renovación" aún difusa y sin cuerpo de ideas, pero lo suficientemente potente para tomar el control.
Frente al Castillo Blanco, un ex aliado del rey, el primer "Groom of the Stool", observaba con atención el caos que se avecinaba. A su lado, su nuevo compañero de intrigas: otro rey, antaño depuesto por su avaricia y su desdén hacia la plebe. Un monarca que, creyendo a su pueblo infantil e iluso, se había pasado sus días quejándose sin proponer nada. Ahora, intentaba retornar al trono, reuniendo a su séquito de fanáticos, esos que, como un antiguo loco que hizo compadre al río, habían declarado matrimonio, es decir amor eterno a la “Pacha Tarija”. Pero cuentan en el pueblo que la Pacha, vestida de rebeldía hizo cuerpo y los rechazó a sopapos y puntapiés, pues no la amaban a ella, sino a su riqueza ahora en declive, palomas de convento. Y claro, cuando pudieron la despilfarraron en Audis con elefantitis.
No te alarmes. Todo esto es ficción. Pero en Tarija es el único lugar del mundo donde la ficción se hace realidad y la historia siempre tiene una forma extraña de repetirse.