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La renovación y las crisis en Tarija

Cuando, una vez más, me sumerjo en mi maratón de la serie Dr. House, me encuentro fascinado con la mente afilada de Gregory House, un Sherlock Holmes del diagnóstico médico, interpretado magistralmente por Hugh Laurie. A través de cada episodio, House enfrenta pacientes al borde de la muerte, donde una maraña de síntomas lo reta a desentrañar la verdad oculta. Y, justo al final, cuando todo parece inexplicable, surge la pregunta correcta, una chispa de claridad que revela no solo qué padece el paciente, sino fundamentalmente por qué lo padece.

Dr. House siempre me lleva a reflexionar sobre la situación en Tarija, donde el concepto de "renovación" se desliza con insistencia en el debate político. Los jóvenes, intentan reclamar un espacio en la arena departamental, muchos de ellos ya curtidos en las lides electorales pasadas. Sin embargo, más allá de los síntomas de una sociedad agotada por las mismas figuras políticas, queda la pregunta esencial: ¿por qué es tan difícil que la renovación florezca verdaderamente en Tarija?

El sociólogo René Zavaleta describió las crisis nacionales como momentos reveladores, donde lo que antes era velado se ilumina súbitamente. Una crisis no es más que una ruptura violenta de lo establecido, como ocurrió en Bolivia en 2003 con la caída de Goni y el surgimiento de la agenda de octubre. Este terremoto político trajo consigo un cambio de paradigma: el Estado Plurinacional y el proceso de cambio. Sin embargo, como la explosión de una bomba cuyo impacto varía según la distancia, los efectos en Tarija fueron distintos. Aquí no se abrazó el proyecto nacional; en cambio, la élite optó por un regionalismo sustentado en la efímera riqueza del gas.

Hace dos décadas, este cambio de paradigma fue evidente en lo regional, quedando presente en la figura de Mario Cossío, quien, tomando la visión regionalista sepulto a Jaime Paz, un símbolo de la recuperación democrática según su propia narrativa, en todo caso Jaime representaba el proyecto nacional. No obstante, desde entonces, Tarija parece atrapada en un ciclo donde las crisis —económicas, políticas o sociales— aparentemente no logran desencadenar cambios.

La actual crisis económica, que ya lleva más de una década instalándose en el imaginario colectivo tarijeño, no ha generado un cambio paradigmático. Los líderes jóvenes parecen presos del miedo, incapaces de salir de la pecera que les confina, imposibilitados de ver los cambios que se presentan en la sociedad, es decir, entrenan olfato político para el poder no para cambiar la realidad. El garrote social que recae sobre quienes cuestionan el statu quo es evidente. Incluso los representantes de la “oposición” departamental el MAS (asambleísta, concejales, diputados y senadores fundamentalmente), lejos de ser una voz crítica, operan como piezas que legitiman el poder de las élites, pues nunca se plantearon construir un poder que incluya y sea crítico con lo establecido, sino más bien sus cargos en muchos casos, sirvieron como herramientas de blanqueamiento y ascenso social.

Los interregnos otorgan duda, inseguridad, miedo empequeñecimiento del individuo, pero también son momentos de esperanza por eso fueron y hoy siguen siendo los protagonistas Mario Cossío, Oscar Montes, Mauricio Lea Plaza, Carlos Brú, Rubén Vaca, Carlos Cabrera y no Adrián Oliva, Rodrigo Paz, etc, por que como diría Álvaro García al final “la política es la disputa de las esperanzas” y la gente está dispuesta a cambiar sus creencias o esperanzas en momentos de crisis, estas crisis, a la vez, posibilitan renovar esperanzas por lo que el cambio de liderazgos en Tarija se concretó, a partir, de un momento de crisis nacional y no así del deseo y oración de los aspirantes a líderes.

La renovación política no debe limitarse a enunciar qué se debe hacer, sino a comprender el por qué, así poder leer los latidos del momento histórico y ofrecer respuestas alineadas con la realidad de la gente, pues las ideas ya están presentes en los sujetos esperando emerger de acuerdo a las circunstancias. Sin embargo, persiste un problema de fondo: la alienación de las clases medias y las élites, en ideologías internacionales o provinciales hecho que desconecta a las mismas de la realidad del departamento, defendiendo simplemente creencias o mitos que sirven para agrandar el ego colectivo y no mirar cuestiones tan básicas, como la prioridad de poner agua potable y no un mástil de 5 millones de bolivianos a un barrio o la necesidad de mirarse en clave nacional.

La pregunta, entonces, es ineludible: si los jóvenes “líderes” no pueden escapar de la pecera ni responder al momento histórico que atraviesa Tarija donde la crisis es evidente, si no pueden darse el trabajo de leer a la sociedad para impulsar un discurso o una agenda que posibiliten cambios trascendentales ¿son realmente la renovación que Tarija necesita? Quizá sea mejor sentarse a esperar.


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