La verdad esquiva

Vivimos en medio de interpretaciones contrapuestas, donde unos afirman y otros niegan continuamente. Si solo fuese discusión de ideas, no habría ningún problema y sería parte del ejercicio democrático de cualquier sociedad.

Sin embargo, la falta de consensos básicos y la imposibilidad de encontrar al menos los elementos principales de la verdad dificultan nuestro avance como sociedad.

Me permito compartir tres ejemplos específicos.

El primero es sobre el desempeño económico boliviano entre 2006 y 2019. Unos opinan que es resultado de políticas específicas que generaron mayor crecimiento y más bienestar. Otros consideran que todo fue por un contexto externo favorable.

En segundo lugar, tenemos a la crisis económica de 2020. Un grupo opina que la culpa fue la mala administración económica, mientras que otros atribuyen a la pandemia y a desequilibrios previos.

Y el último es sobre lo que pasó en las elecciones de 2019, donde se dice que existió un fraude versus la visión de una conspiración. Como resultado, ambos coinciden que no se habría respetado la voluntad popular expresada en las urnas.

Los tres casos tienen algunas particularidades comunes.

En principio, cualquier respuesta es una mera aproximación a lo que realmente sucedió. No existe la forma plena de conocer la verdad. Para los dos primeros requeriríamos hacer un experimento inédito de ver cómo habría crecido Bolivia si es que las administraciones gubernamentales o el contexto habría sido distinto.

Salvo en los multiversos de realidades paralelas de la serie Flash de Netflix, no es posible hacerlo. Se pueden hacer aproximaciones teóricas y empíricas que puedan proporcionar elementos de respuesta, pero seguirán siendo “adivinanzas educadas”.

En el caso de la elección de 2019, las reconstrucciones y pericias forenses son también parciales por la naturaleza parcialmente perdida de la información y por la imposibilidad de repetir exactamente dicho evento.

Pero además confrontamos otro problema serio: los tres podrían aproximarse con la asistencia de expertos muy calificados. Pero eso es lo que falta y lo que sobran son voceros de una y de otra causa con medias verdades.

Aludo a una situación que pasó en Estados Unidos hace unas semanas, cuando el reconocido epidemiólogo Anthony Fauci compareció en el Comité de Salud, Educación, Trabajo y Pensiones del Senado de dicho país.

Un político (no importa de qué línea) afirmó ciertos aspectos sobre la naturaleza del virus, frente a lo cual Fauci respondió: “Senador, francamente usted no sabe de lo que está hablando. Y quiero decir eso oficialmente para el registro. No sabe lo que estás hablando. Si alguien miente aquí, senador, es usted”.

Lo mismo pasa acá en estos tres temas, no tenemos especialistas que puedan establecer esa verdad categórica o, por lo menos, los consensos básicos. Necesitamos más que políticos, fiscales, jueces, comentaristas, especialistas u otros. Requerimos expertos y de los muy buenos.

Sin embargo, la verdad también se enfrenta a otra barrera: no es seductora ni atractiva. La verdad no genera titulares atrayentes. Y varios medios están buscando más primicias que verdades.

Es altamente probable que la verdad sea una combinación de las falacias extremas, pero ninguna de ellas en particular. Por ejemplo, una verdad podría ser que las cifras económicas dejaron el terreno negativo en 2021 comparadas con 2020, pero a la vez que no son lo suficientemente buenas como para recuperar lo perdido por la pandemia.

Así de simple y grotesca no daría la razón a nadie, por lo cual cada grupo preferiría atrincherarse en las dos versiones extremas. Tampoco sería “la noticia” que más atraiga atención mediática.

Y finalmente está el obstáculo fundamental de que la verdad auténtica políticamente no le conviene a ninguno en particular, porque implicaría responsabilidades de todo tipo para varios.

Como dijo uno de mis autores favoritos (Rick Warren), “la verdad te hará libre, pero primero miserable”. Lástima que esté más lejana que el fin de la pandemia.

*Pablo Mendieta es Economista


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