Una inyección de optimismo

El INE ha publicado información útil sobre la coyuntura económica. Pese a que el principal indicador y sus componentes, el PIB, no se ha publicado desde mediados del año pasado, estos datos dan pistas de la evolución reciente de la economía.

Comparto una reflexión sobre la actividad y el empleo.

Una precaución: como casi todo en la vida, existen aspectos positivos que destacar y negativos que advertir. Lo menciono porque, como consecuencia de la altísima polarización política, hoy es usual ver los hechos económicos en blanco y negro (dependiendo de qué lado está el “opinador”) y no con los matices que usualmente tienen quienes hacen análisis técnico.

En cuanto a la producción, desde noviembre de 2020 el nivel de actividad ha estado cercano a los niveles previos a la pandemia, lo que no tiene nada que ver con algún evento político. La razón fundamental es que las restricciones sanitarias se relajaron y se retomó la actividad en la mayoría de los sectores, excepto en los de mayor contacto social.

En 2019 el país produjo mensualmente en promedio $us 3.400 millones. Desde marzo de 2020, el promedio bajó incluso a $us 2.500 en abril y recién se pudo recuperar el nivel promedio de 2019 en noviembre del año pasado.

Pese a esta buena noticia, la preocupación viene por el hecho de que la producción mensual en promedio desde diciembre de 2020 hasta julio de este año habría estado en promedio en $us 3.300 millones.

Si bien las altas tasas de crecimiento de abril y mayo (29% y 23%), la actividad se ha desacelerado en junio y julio (11% y 12%) a tasas insuficientes para reactivar la economía plenamente.

En cuanto al desempleo, este ha caído de forma sustancial desde 11,6% en julio de 2020 a la mitad en agosto de este año (6,5%). La subocupación (o porcentaje de personas que quisiera trabajar más horas) también retrocedió: en similar periodo cayó de 17,2% a la mitad, 9%. La cantidad de personas ocupadas (al menos una hora a la semana) es mayor que antes de la pandemia.

Aquí hay dos fenómenos que distinguir. En medio del confinamiento, muchas personas dejaron de buscar trabajo y salieron del mercado laboral, algo que se conoce como “trabajador desalentado”. Por esto, es plausible señalar que más de 800 mil personas estuvieron sin empleo en las ciudades a mediados del año pasado.

Ahora la cantidad de personas que trabajan ha aumentado porque se ha dado el fenómeno de “trabajador adicional”. Debido a la caída de ingresos laborales, más de 15% hasta marzo de este año, otros integrantes de las familias han entrado a trabajar.

El análisis conjunto de la producción y el empleo apunta a una pérdida de al menos $us 6 mil millones desde el inicio de la pandemia respecto a lo conjeturado previamente.

Los planes gubernamentales desde el inicio de la pandemia han sido insuficientes. En la transición la inyección de recursos mediante bonos fue más que contrapesada con la caída de la inversión pública y del gasto público en bienes y servicios. Actualmente, la reactivación de los gastos de capital y también de los egresos corrientes y transferencias es positiva, pero todavía no como para reactivar plenamente la economía.

La alternativa frente a esta situación es una masiva inyección de recursos externos para enfrentar la impresionante caída de ingresos familiares, empresariales, laborales, externos y fiscales.

El destino no debe ser promover el gasto, sino recomponer las cadenas de pago y suministro, apuntalar la sostenibilidad externa, fortalecer el sistema financiero y recomponer el empleo con programas focalizados.

En medio de la desazón política actual, la activación de un plan así inyectaría el optimismo que la población necesita porque Bolivia requiere una recuperación más rápida. No tengo duda que nos vamos a recuperar en lo sanitario y económico, pero sí de cuánto tiempo tardaremos en hacerlo.

Estos meses hemos visto que la confianza es uno de los activos principales del país, especialmente en lo financiero y cambiario. Ahora corresponde robustecer sus fundamentos.

*Pablo Mendieta es Economista


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