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¿Quién gobierna a quién en Bolivia?

La pandemia del Covid nos pesca en circunstancias poco favorables. Las reservas fiscales de que dispone el Gobierno son escasas. La paz social no sólo no se consolida sino que se arriesga con peligrosa frecuencia. La capacidad de nuestros hospitales está dramáticamente agotada. El desempleo aumenta permanentemente. Los sueldos tienden a bajar. La mayoría de nuestras escuelas (sobre todo las rurales) carecen de internet, por lo que no pueden acceder a formas no presenciales de educación (y no es consuelo la constatación de la mala calidad de nuestra educación pública; ya que en ningún caso la solución es la ausencia total de escuelas). Son todas circunstancias que nos mantienen cada vez más indefensos ante la pandemia, pero parece que no queremos darnos cuenta y tendemos a empeorar la situación (la política y por tanto la económica).

Justo en este momento el Gobierno duplica el presupuesto de Comunicación (como si nuestra principal deficiencia fuera la insuficiente propaganda de parte del Gobierno). Hay organizaciones de padres de familia que han decidido bloquear carreteras de demanda de desayuno escolar (y no es que esa demanda no sea correcta, pero el viejo mecanismo de los bloqueos en este momento no es el más adecuado). Y al MAS no se le ocurre mejor idea que la de sustituir a las Fuerzas Armadas por “milicias” populares, justo en momentos en que habría que aprovechar la capacidad instaladas y los recursos de las Fuerzas Armadas para reforzar la lucha conra la pandemia. Se argumenta con el ejemplo de Venezuela, pero ese ejemplo resultaba válido en tiempos del presidente y comandante Hugo Chávez un caudillo excepcional, cuya muerte prematura llevó a Venezuela al caos político (con un presidente-sucesor con falta de experiencia y de visión de futuro) y también a la crisis económica (no deja de aumentar diariamente el número de venezolanos y venezolanas que se ven obligados a emigrar, aunque sea a Bolivia, donde muchos de ellos y ellas siguen viviendo en el desamparo).

Precisamente ahora, cuando las circunstancias internas e internacionales son difíciles, y cuando la clave sería la de buscar la co-laboración de todos los sectores sociales y todos los partidos políticos, asistimos a una creciente fragmentación de la sociedad y a un peligroso gasto de energías políticas (y sus respectivas posibilidades económicas).

La impertinente ridiculez de las peleas internas (en las que gastamos tiempo y recursos que no tenemos) se visibiliza, por ejemplo, en la foto trucada que hace aparecer a grupos crítlcos levantando la bandera de los Estados Unidos (foto falsificada), como si esa fuera una forma positiva de debate político.

Nadie pretende que de repente todos y todas nos pongamos de acuerdo y empecemos a pensar igual (sería una peligrosa señal de pérdida del sentimiento democrático). Es normal y deseable que existan diferentes actitudes y criterios políticos. Pero la crisis mundial que vivimos (y de la que no podemos ser excepción) nos debería llevar a gastar todas las energías y todos los recursos en sobrevivir como sociedad y como país, y dejemos los desacuerdos y enfrentamientos para mejores tiempos.

Por supuesto que en circunstancias como éstas los actos de corrupción (como los perpetrados por el ex ministro Characayo) son más imperdonables que nunca y merecen juicio formal (y ojalá juicio y cárcel para los responsables).

æYa tendremos tiempo de confrontar nuestras diferentes visiones políticas (no se trata de ignorarlas o esconderlas), pero no ahora. ¿Será posible?


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