Al borde de la cornisa

Persiana americana es una de las canciones más conocidas de la banda Soda Stereo. Una parte de la canción dice: “Estamos al borde de la cornisa, casi a punto de caer.” Es decir, estamos muy cerca del precipicio.

A nivel país estamos en esa situación, no solo en el plano político, sino también en el económico y social, producto de la pandemia del Covid-19.

Para poner en contexto, esta es la tercera crisis global en lo que va del siglo XXI. La primera fue en 2001, la segunda fue en 2008 o “Gran recesión” y la tercera es la actual o “Gran confinamiento”.

La más costosa en términos de actividad económica fue la “Gran recesión”, originada por la crisis del sector inmobiliario de Estados Unidos. En cambio, la actual es la más rápida porque en el mes de abril la producción industrial cayó 15% respecto a diciembre de 2019, pero a fin de 2020 ya estaba casi 1% por encima de diciembre del año previo. De hecho, la recuperación mundial ha ocurrido en nueve meses mientras tardó 41 meses en la de 2008.

Pese a la rapidez global, en América Latina la caída del PIB regional (7,4%) es la más profunda en un solo año desde 1821, según el reporte Oportunidades para un mayor crecimiento sostenible tras la pandemia, del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

La pandemia ha impactado al país en el peor momento posible. Según la consulta Oxford Economics, Bolivia era el país más vulnerable del mundo en términos sanitarios, económicos y sociales. En nuestra historia económica es la tercera crisis más aguda desde 1890, según se infiere de la valiosa información reconstruida por los investigadores Herranz-Loncán & Peres-Cajías.

A nivel sectorial ha implicado caídas extremas entre abril y mayo de la minería (95% de retroceso), construcción (70%), industrias no alimenticias (53%), transporte (43%), entre otros, excepto el sector agropecuario y comunicaciones.

En términos de empleo, ha implicado que en el peor momento una de cada cinco personas no tenga un trabajo, ya sea por despido o por la decisión propia de no salir a buscar empleo por la falta de oportunidades.

Al mes de enero de este año, tanto la desocupación como la subocupación era 10 puntos porcentuales más alta que similar mes de 2020. Y, según una estimación de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Bolivia sería el quinto país más afectado laboralmente en el mundo por la pandemia.

El shock ha sido tan fuerte que, se estima que las familias bolivianas en el área urbana dejaron de percibir al menos Bs 31 mil millones en 2020 (más de 25% del total anual), los cuales no pudieron ser compensados por los Bs 12 mil millones de ayuda estatal en bonos, alivios tributarios y diferimiento financiero.

Para rematar la situación, el desatinado e inoportuno enfrentamiento entre los órganos ejecutivo y legislativo impidió que entren recursos externos que podrían haber servido para paliar los efectos de la crisis.

 

Es paradójico que no hayan entrado divisas porque, según la citada publicación del BID, nuestro país fue una de las siete economías latinoamericanas que enfrentó una “parada súbita” (sudden-stop). Estos eventos ocurren cuando o dejan de entrar recursos externos o salen capitales, como fue el caso de Bolivia en 2020.

Solo comparando las proyecciones antes y después de octubre de 2019, podemos inferir que la crisis política de 2019 costó en torno a $us 1.200 millones, mientras que la pandemia estaría reduciendo la actividad económica del país en $us 12 mil millones en el bienio 2020 y 2021.

Desde el inicio de la pandemia hasta el presente, la ayuda estatal para la recuperación por la pandemia ha sido más baja que en el promedio de los mercados emergentes. Es más, no se proveyó ayuda significativa a las empresas como en el resto de los países en desarrollo.

Estoy convencido de que se debe velar por la solvencia del sector público. Pero sin una ayuda adecuada al sector privado (que genera dos de cada tres empleos, bienes, servicios y divisas) y sin la tan anhelada paz social, seguiremos al borde de la cornisa.


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