Torres en la mesa



No es la primera vez que Johnny Torres aparece en una lista de precandidatos electorales de la oposición a nivel nacional, pero sí la vez que concurre con un currículum más completo, de modo que le permite a sus operadores meter los codos para hacerse hueco ahora que ha empezado la lluvia de nombres y sugerencias.
Torres ha acumulado en la última década experiencia de gestión que no tenía. En 2015 fue electo subgobernador de Cercado, institución muy prudentemente manejada por su antecesor, pero que no dudó en exprimir para multiplicar programas e inversiones en riego y caminos para el área rural poniéndole ese toque populista de la política de hoy al que se sumó la tortuosa gestión de la canasta alimentaria para el adulto mayor, aunque no fue esto exactamente lo que le permitió llegar a la Alcaldía, sino más bien su olfato político.
En un contexto de crisis y con el MAS copando todos los espacios en modo venganza post-referéndum, Torres apoyó la concurrencia en solitario del MNR a la carrera presidencial con un outsider como Virginio Lema que no alcanzó el 1%. En este caso, los números finales no importaban tanto como marcar distancia con cualquier frente opositor en ciernes. En el momento adecuado, aprovechando que el candidato era tarijeño y cerraba campaña en un cafecito de la plaza, Torres lanzó su candidatura a la Alcaldía de Cercado mucho antes de que nadie pudiera ponerse a pensar en qué haría después de la contienda.
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Era octubre de 2019. Las elecciones fueron en 2021 y pasó todo lo que pasó, pero ya nadie pudo moverle la silla, ni siquiera el hoy gobernador Óscar Montes, con quien finalmente se alió, y que no hubiera visto mal volver al gobierno municipal para reivindicarse después del paso de Rodrigo Paz.
Emenerrista de los 90
Torres no ha llegado a la Alcaldía, sin embargo, por sus dotes de gestión, sino por su afinado sentido de la empatía política y su habilidad para interpretar los sentimientos de cierta sociedad tarijeña y convertirlo en acción política. Al menos en retórica, en la que se formó en la universidad - es abogado -, pero sobre todo en el seno de su partido.
Torres mamó emenerrismo desde la cuna sin tener demasiadas conexiones, y menos con la cúpula. Aún así, medró en un departamento en el que estaba Víctor Paz Estenssoro, su protegido sobrino Javier Campero Paz y la nueva camada representada por un Mario Cossío al alza. Aún así llegó porque cuando todo se tambaleó, él se quedó.
Es verdad que muchos de los nuevos partidos que han ido apareciendo desde 2003 tienen alma rosada. A los Demócratas les dicen “sandías” por eso. El propio Camino al Cambio no era más que una adecuación departamental del partido eliminando los estigmas de la sigla y reduciendo las férreas normativas de un partido nonagenario. Pero Torres apostó por quedarse en el original y no en la copia, eso sí, en un MNR más de los 90, es decir, más liberal: a la hora de la verdad, en 2019, no ha dudado en posicionarse del lado de Gonzalo Sánchez de Lozada y no de Carlos Mesa.
Desde ese MNR antiguo, Torres fue diputado y después asambleísta departamental de los pesados en la primera Asamblea Departamental electa en 2010, y aunque siempre se le ha acusado de cierto gatopardismo, de momento nadie le ha atrapado en un renuncio.
El perfil nacional
Torres ha trabajado levemente su perfil nacional. En 2013 pasaba por ser la mano derecha y principal adalid del Frente Amplio que patrocinaba Samuel Doria Medina, quien con toda seguridad iba a ser el candidato, sin embargo, el empresario cementero tardó poco en dejar colgados a todos los partidos que se habían sumado a su proyecto – y de los que el principal era el MNR de Johnny Torres, por entonces jefe nacional – para lanzarse en brazos de los Demócratas de Rubén Costas – que aparentemente vetaron las banderas rosadas -.
Torres no se quedó de brazos cruzados y junto a Óscar Montes, que era el último resquicio del mirismo, por así decirlo, convencieron a Tuto Quiroga para lanzarse a la carrera presidencial. El resultado fue una humillante derrota de Samuel Doria Medina y su Unidad Demócrata (24%), que apenas duplicó en porcentaje a la improvisada candidatura de Tuto (9%) y facilitó otra mayoría absoluta del MAS.
Pese a ese episodio que todos se han esforzado en olvidar según las reglas del decoro político boliviano, lo cierto es que Torres no entró en el último experimento (también fallido) de Doria Medina: la candidatura de Unidos con Jeanine Áñez. En cualquier caso, pocas bromas.
Desde la Alcaldía Torres ha tomado el poder de la Asociación de Municipios de Bolivia sin demasiado esfuerzo, lo que le daba ciertas posibilidades de interlocución a la espera de encontrar el conflicto que lo catapultara, que no fue el pulso por el censo. Una leyenda que circula por las redacciones sin que nadie confirme y tampoco desmienta es que intercambiaron apoyo con “los cambas” para 2025, pero lo cierto es que los cambios de posición le acabaron convirtiendo en enemigo declarado de Arce y los suyos, lo que no le viene mal para acabar con los otros fantasmas que siempre acaban acompañando a cualquier político de oposición que dura “más de la cuenta”.
De momento el nombre de Torres se tiene en cuenta entre los futuribles candidatos entre los que ya hay algunos desbocados, como su antecesor Rodrigo Paz o el rector de la UGRM que esta semana también confirmó intenciones. Queda mucho, pero el juego está en la mesa.