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La pugna internacional

Los amigos presidentes de Arce, y Jair Bolsonaro

Aunque la izquierda está a punto de volver a ser hegemónica en el continente, dos corrientes subyacen en ese giro: una más populista con Maduro a la cabeza y otra enfocada en derechos humanos con Gabriel Boric como representante.

La Mano del Moto
  • Miguel V. de Torres/La Mano del Moto
  • 29/05/2022 01:45
Los amigos presidentes de Arce, y Jair Bolsonaro
El presidente argentino es el gran aliado de Arce
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Cualquier presidente quiere trascender, y uno de los escenarios que da precisamente esa oportunidad es el internacional, y aun sabiendo que la vocación de poder de Luis Arce se está desarrollando muy lentamente, no queda claro cuál es el rol que pretende ocupar.

Su antecesor y mentor, Evo Morales, derribó la puerta de la comunidad internacional de un porrazo. Nunca le hizo falta carta de presentación. Era el “primer presidente indígena” de Sudamérica y ponía a Bolivia en el mapa tras años de intrascendencia.

Arce es, en la instancia internacional, el peón de Evo Morales, y varias cadenas de noticias internacionales, incluso argentinas, siguen hablando de “la Bolivia de Evo” al referirse a nuestro país. Es tal vez el lapsus provocado por la fuerte impronta dejada desde 2006 a 2019 y por lo literario de su caída, que ha cerrado una historia a la que nadie quiere acercarse demasiado para no escarbar entre las contradicciones de uno de los que fue símbolo de ese “socialismo del siglo XXI” que se acuñó alrededor de Hugo Chávez, Rafael Correa y compañía a principios de siglo.

A Luis Arce le está tocando vivir otro momento excepcional, pero su rol, pese a la experiencia, parece abocado, de momento, al ostracismo con permiso de Jair Bolsonaro.

El cambio de eje

Las elecciones de hoy domingo en Colombia pueden acabar de consagrar el giro continental a la izquierda que tendrá su prueba definitiva en primavera, cuando Lula da Silva se mida con Jair Bolsonaro en las elecciones de Brasil.

Gustavo Petro enfrenta un desafío de tamaño descomunal, llevar a la izquierda al gobierno por primera vez en la historia de Colombia luego de que la ultraderecha más conservadora, a lo largo de los años, se haya deshecho de hasta cuatro candidatos populistas con potencial. Normal que desconfíe de las intenciones de sus contrincantes.

Si Petro gana se habrá completado el giro en el Pacífico con excepción de Ecuador, que entre tanto escándalo y pugna en el correísmo optó por un valor del pasado como Guillermo Lasso.

En 2021 Pedro Castillo se impuso en Perú y Gabriel Boric en Chile, dos giros inesperados, porque Boric es una izquierda mucho más profunda y ligada al Partido Comunista que lo más a la izquierda que se pudo poner la Concertación de Bachelet, Lagos y compañía, mientras que lo de Castillo pasa por ser un experimento indescifrable de un populismo conservador antiimperialista clásico que a ratos saluda a izquierda y otras veces, a ultraderecha, y que hasta ahora no da señales claras de lo que quiere hacer con su gobierno.

Aparentemente estos se han sumado a los otros tres regímenes a la izquierda en Sudamérica, pero que cada vez tienen más problemas de identidad: el de Nicolás Maduro en Venezuela, el de Alberto Fernández en Argentina y el propio de Luis Arce en Bolivia.

Fernández era básicamente un asesor liberal conservador pero peronista que tenía Néstor Kirchner y que se rescató para encabezar la fórmula de Cristina cuando Cristina se dio cuenta de que no podía ganar. Ganó Alberto y en apenas un año negoció con el FMI, perdió las intermedias y ha abierto el gobierno en canal, pero supuestamente sigue a la izquierda.

Maduro, sin embargo, se ha ido convirtiendo en mala palabra dentro de la izquierda continental, y tanto Castillo como Boric y como Petro se han esforzado mucho en sus campañas por marcar diferencias con el régimen venezolano. El chileno fue el que empezó a conceptualizar la “izquierda democrática”, que sirve exactamente para decir que Venezuela (y Nicaragua) no lo son, mientras que Petro, que lleva dos décadas cargando el estigma de ser “el amigo de Chávez” y ya se ha vuelto inmune a esas descalificaciones, ya ha convocado, sin ganar, a Boric y a Lula para construir un proyecto de época en Sudamérica, obviando muy claramente al resto de los presidentes izquierdistas, entre ellos Arce y Fernández.

¿Qué quiere ser Luis Arce?

El presidente boliviano mantiene relaciones cordiales con casi todos y sus primeros pasos bien podrían considerarse como una experiencia de sondeo y cálculo, pero el tiempo apremia para tomar partido.

Arce es uno de los mejores amigos del régimen de Maduro y ha priorizado en varias ocasiones su participación en cumbres de la Alianza Bolivariana de las Américas (ALBA), que capitanea Venezuela, a otras citas internas, pero aunque a veces trate de emular la influencia del régimen venezolano sobre los bolivianos, es evidente que los recursos económicos de Bolivia son ínfimos como para pretender controlar la vida de los ciudadanos a base de entregar beneficios. Simplemente no es viable, y en esas, la sinergia política también parece haber entrado en un estancamiento.

Por otro lado, Arce sí ha acudido raudo a las llamadas de Alberto Fernández, el presidente argentino, con quien el MAS tiene sincero agradecimiento por haber acogido al líder fugado en 2019, y también por haberlo hecho callar en los momentos más delicados de la campaña, cuando difícilmente se hubieran aceptado más “reflexiones” sobre milicias populares y demás.

Fernández puede hacer de pivote para los intereses de Bolivia con Chile y el mar utilizando el litio como palanca de cohesión, sin embargo el asunto todavía está en borrador y la coincidencia de la posesión con la defensa de alegatos por el Silala en la Corte Internacional de Justicia ha impedido cualquier escenificación de acercamiento, pues en Chile nada le podría penalizar tanto como un gesto del que se pudiera derivar una concesión de soberanía hacia Bolivia.

La relación con Castillo es más efusiva que concreta, pues al presidente peruano le pasa más o menos que lo que a Boric, pues hasta le ha planeado un juicio de responsabilidades por hablar de más sobre Morales. El presidente peruano reguló en campaña su relación con el MAS, aunque son evidentes las similitudes: conservador, rural, nacionalizador, etc. Hasta que no se concreten algunos de los proyectos estratégicos como la conexión de ductos, lo demás parece quedar en buenas intenciones y poco más.

Ni bien se concrete (si se concreta) el giro del continente hacia la izquierda, el propio Lula da Silva ha marcado la hoja de ruta: Transparencia, moderación ideológica y Sur, es decir, integración económica en máximos, incluso con moneda común; una hoja de ruta tan ambiciosa como la de principios de siglo pero que deberá sumar mucho más pragmatismo para llevarse a cabo.

Por otro lado, Lula, Boric y Petro hablan de jubilaciones justas, de sistemas públicos de salud y de acceso a la vivienda, siempre con perspectiva socialista e intervención en el mercado, mientras que en Bolivia, tras 16 años, los servicios públicos siguen en problemas.

Está claro que el continente puede girar a la izquierda, pero que seguirá habiendo dos vías: la de Maduro y la del resto con Castillo y Arce al medio. ¿Hacia qué lado tirará Arce? Sin duda una incógnita que debe resolverse rápido.

 

El factor Bolsonaro

A Jair Bolsonaro le viene bien cualquier polémica con cualquier “enemigo” externo. Cualquiera, pues en su interpretación de la realidad, él siempre será un presidente amenazado y víctima de una conspiración, lo que le ayuda a salir de cualquier situación de presión.

La semana pasada lo volvió a hacer. Ante una escalada de precios de los energéticos, similar por cierto a la que vive todo el planeta con mercados abiertos, Bolsonaro optó por no explicar nada sobre los efectos de la guerra y hacer su propia pedagogía: “Bolivia ha desviado hacia Argentina el 30 por ciento del gas que suministra a Brasil” y después lo matizó con una de esas preguntas retóricas que sirven para confirmar la conspiración. La conclusión es simple: El rojo de Luis Arce le quita gas al bueno de Bolsonaro para dárselo al rojo de Alberto Fernández que son amigos del otro candidato Lula da Silva que también es rojo, ergo, los precios de la electricidad suben por una conspiración de rojos que buscan perjudicarle a él, Jair Bolsonaro, que es los ciudadanos brasileros que tienen calefacción.

La cuestión es que de haberse seguido las apetencias del presidente brasilero, el gas boliviano, cuatro veces más barato que el GNL que llega a través de los barcos metaneros y que el que tal vez pronto se extraiga del Presal, no llegaría. El Gobierno de Evo Morales estuvo todo el 2019 tratando de llegar a un acuerdo para extender el contrato nacido en 1999 en condiciones similares, pero entonces la administración brasilera consideraba que el contrato debía extinguirse, que el mercado encontraría las formas de abastecerse porque el ultraliberal ya había decidido liquidar Petrobras.

Después llegó la caída de Morales y la elección de Áñez en una sala de reuniones de la UCB de La Paz donde estuvo presente el embajador brasilero. Bolsonaro fue el primer gran líder en reconocer ese gobierno y tres meses después se firmó una adenda en la que Brasil salía claramente beneficiada al rebajar volúmenes obligatorios, mantener los precios que se entendían ya bajos y, sobre todo, se dividían los gastos de transporte del gas asumiendo Bolivia la parte en territorio nacional, unos 80 millones de dólares anuales. El ministro de Hidrocarburos de entonces, Víctor Hugo Zamora, está desaparecido, aunque todo el mundo sospecha que está precisamente en Brasil.

El asunto es política electoral gruesa, pero salvo que Arce entre a la discusión, Bolsonaro tendrá que dar alguna explicación más sobre el incremento de los precios en las facturas de la luz o bien acabar de centrar su campaña sobre argumentos xenófobos que tengan otras derivadas en el país, como la inseguridad ciudadana y las drogas, otros elementos recurrentes en la política de Bolsonaro para culpar a los agentes externos. Veremos qué tal se maneja Arce en esa coyuntura.

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