Análisis de las opciones electorales
¿Ultraderecha a la boliviana?
Con la derecha boliviana agotada como alternativa, los estrategas de oposición buscan acomodar una fórmula que logre conectar con las bases populares del MAS para arrebatarle el poder: cuestionar la institucionalidad del Estado y caracterizar a la élite que nos roba” es clave.



La pandemia no es el origen de todo, pero ciertamente unas tendencias ideológicas han aprovechado mejor que otras todo lo que ha sucedido en estos dos años que aun no terminan. El ingreso a los confinamientos se hizo en medio de campañas melifluas que animaban a “resistir” con el típico buenismo occidental diseñado para estas ocasiones con las redes sociales cargadas; la salida se hizo a cara de perro, hastiados, agotados, empobrecidos y más egoístas como evidencia lo sucedido con la distribución de vacunas.
En la vertiente política de esta coyuntura, son los movimientos más extremos los que han salido más favorecidos, puesto que la crisis ha condensado todos los elementos en los que se apoyan tradicionalmente sus relatos.
Aunque automáticamente se tiende a pensar que la ultraderecha es un movimiento de blancos normalmente acomodados y de convicciones liberales, la realidad no es tan lineal y de hecho hay dudas sobre el sufijo “derecha”, ya que los movimientos ultras sí quieren controlar el Estado para ponerlo al servicio de sus objetivos políticos y no tienen especial interés en aplicar modelos económicos liberales, sin embargo, por las convicciones normalmente conservadoras y la concepción de un mundo estratificado donde no todos tienen los mismos derechos es que se les ubica en ese arco del pensamiento ideológico.
Claro que la fundación Atlas lleva décadas regando pequeñas fundaciones en todo el mundo que se dedican a sembrar ideas liberales, envueltas en discursos más cercanos al ciudadano, al que se acercan con soflamas de libertad. En Bolivia por ejemplo forman parte de esas la Fundación Nueva Democracia de Óscar Ortiz o el Ceres de Fernando Laserna. Sin embargo, esta estrategia no tiene resultados electorales porque no tiene en cuenta la realidad social de Bolivia ni engancha con las mayorías populares. Los analistas más cercanos a la derecha tradicional boliviana señalan que 2019 ha sido la última campaña en ese sentido, “lo que vendrá debe dar saltos hacia delante”.
Ultraderecha andina
Los grandes exponentes de la ultraderecha están en Europa y normalmente sí responden a la caracterización racial. Hay ultraderecha más germánica y hay ultraderecha más eslava, que se identifican más o menos con la simbología nazi. El gran exponente mundial fue Donald Trump, que tomó los postulados para movilizar, aunque afortunadamente, las reglas de la democracia liberal y el corsé del partido Republicano lograron suavizar algunas de las iniciativas del expresidente de Estados Unidos. También su derrota.
Ahora, para dar el salto a otras regiones pobres ha adaptado el componente racial a otras pulsiones, normalmente relacionadas al racismo interno. Dos grandes exponentes de esta corriente son Rodrigo Duterte en Filipinas y Jair Bolsonaro en Brasil, que han conseguido canalizar esas pasiones en países con una gran mayoría de pobres, como en Bolivia.
Hay principalmente dos claves que los partidos de ultraderecha de nuevo cuño explotan: el agotamiento institucional del Estado y la existencia de clases medias y bajas descontentas.
Agotar institucionalmente el Estado supone hastiar a la población y hacer dudar de absolutamente todo: fraudes electorales, corrupción, justicia podrida y al servicio del poder, etc., cuando la mecánica ya se ha instalado, todo es objeto de sospecha, desde la elección del Defensor del Pueblo hasta la planificación del Censo de Población y Vivienda. Los grupos que operan por abrir espacios a los grupos más extremistas se prestan a estos cuestionamientos a cómo dé lugar, pues todo suma.
Evidentemente lo que más suma es que realmente la institucionalidad del Estado se haya desmoronado, algo que consiguen normalmente los regímenes anclados al poder durante años. En la Bolivia de Evo apenas algunos creían en la independencia de poderes, se interpretaba un Tribunal Supremo Electoral al servicio del Gobierno, pero también a las fuerzas del orden, al poder legislativo, y demás. Los expertos señalan que el hecho de que el MAS intente controlar hasta ese punto la elección del Defensor del Pueblo o evite reunirse con Gobernadores que no son afines a su partido contribuye a minar la credibilidad del Estado como institución y solo suma al extremismo.
La segunda parte tiene que ver con movilizar el descontento social, una tarea que no es sencilla sin medios de comunicación aún con la existencia actual de las redes sociales. En esto, cualquier escándalo suma, especialmente los de la corrupción más “folklórica” porque es la que genera más enojo en la población. Por ejemplo, hay mayor reacción a la filtración de unas imágenes de Evo Morales festejando con whisky etiqueta azul de 12 años a la evidencia de corrupción en la gestión de los bonos soberanos o los contratos petroleros.
La clave en esto pasa por apoderarse de los sectores sociales que tradicionalmente se sentían representados bajo las siglas de su partido al considerar que hay “otros” que se benefician más. En Europa y Estados Unidos se usa a los migrantes para movilizar a las clases bajas trabajadoras acusándolos de quedarse con el trabajo y recibir ayudas, etc., en los países pobres, sin embargo, se acaba caracterizando a un grupo más afín al poder que resulta más privilegiados.
En el caso de Bolivia se ensayan enfrentamientos de campesinos con gremiales, por ejemplo, como en los movimientos que acabaron derogando el plan de lucha contra las ganancias ilícitas; pero todos son susceptibles de ser articulados en el sentimiento de pérdida de privilegios, mineros asalariados versus cooperativistas, cocaleros del Chapare versus los de Yungas, petroleros contra mineros, fabriles contra campesinos, comunarios de aquí o de allá, etc.
La categoría superior es la caracterización de la casta o élite, que normalmente se aplica al poder económico. En Bolivia se caracteriza a la “élite masista” para describir al grupo de dirigentes y ministros, a menudo burócratas, que lucra con la proximidad al Estado. Aislar a ese grupo del resto es la principal clave de éxito en la estrategia.
¿Reacciones en el MAS?
El MAS no solo no preocupa el surgimiento de un nuevo movimiento que trate de apropiarse de sus bases populares desde el enojo, sino que, según algunos analistas, se alienta. La derrota de 2019 se atribuye más a una desmovilización propia por el propio agotamiento que al trabajo realizado desde la oposición, porque de hecho, la alternativa de Carlos Mesa no era ideológica. Los menos disciplinados reconocen que primó la soberbia en los planteamientos previos a las elecciones.
En el círculo noble del masismo consideran que en la elección de 2020 se dio una “reconquista” del poder que legitima todos sus planteamientos y que se dio no solo por la mala gestión de Jeanine Áñez o por el efecto de la pandemia sino por el riesgo en el que se puso la sigla ante la amenaza del ministro de Gobierno. En esas, consideran que hubo una reidentificación de las bases con el partido y sus dirigentes, tanto a nivel rural como urbano y que por ende, el partido goza de buena salud pase lo que pase en esta época no electoral.
Otros advierten que la crisis permanente entre las dos facciones del partido y la creciente crisis económica mundial, que tarde o temprano impactará en Bolivia, puede causar estragos en las bases populares si les afecta en sus ingresos y su día a día, pues incumpliría el pacto de gobierno de Arce, que prometió recuperar la bonanza económica. Por eso, cada movimiento de la oposición mediática y social es seguida con lupa, aunque eso ponga también en riesgo la credibilidad institucional del Estado. Con todo, queda demasiado hasta la próxima cita electoral.
¿Pero hay líder para la ultraderecha boliviana?
En los meses de octubre y noviembre de 2019 emergió la figura de Luis Fernando Camacho, primero como aspirante a caudillo, luego como líder de las protestas contra Evo Morales y que efectivamente le llevaron a abandonar el país. Sus primeros discursos e incluso su estética, siempre enfundado en los polos del Comité Cívico, con sus cruces y su gorra, apelando a la fe a las Fuerzas Armadas y policiales, lo colocaron precisamente en la órbita de la extrema derecha, sin embargo, sus siguientes pasos lo dejaron sin opciones de convertirse en un líder nacional, básicamente porque se replegó en Santa Cruz y, aunque se presentó a las elecciones de 2020 como candidato presidencial, el hecho de no tener opciones reveló su intención de conformar una bancada cruceña para después, como Gobernador, dar el impulso a una reforma del Estado. De momento ya ha sembrado la duda con la propuesta del federalismo y ha logrado impulsar el censo para que se realice en este 2022.
En el gobierno fue Arturo Murillo quien trató de capitalizar su despliegue mediático para consolidar una opción más extremista, pero la corrupción lo llevó a huir a Estados Unidos poco antes de las elecciones, donde finalmente fue apresado.
En redes funciona la dupla del comunicador Agustín Zambrana y el excandidato del MNR, Virginio Lema, que vienen colocando la estrategia de desgaste punto por punto, aunque su tirón se ha ido aplacando ante la inconcreción de muchos de sus planteamientos.
Hay otras figuras que se quedaron arrinconadas por el perfil religioso, como Víctor Hugo Cárdenas, y otros representantes del paleoliberalismo que siendo radicales en la propuesta económica, difícilmente podrán ganar la voluntad de las clases populares del país.
La opción de recuperar a Jeanine Áñez si logra eludir la cárcel también está sobre la mesa.
Quedan tres años para que se lance la siguiente campaña electoral y los manuales de los estrategas dicen que todavía hay tiempo para que se lance un candidato por estas opciones que ya se debería estar haciendo conocer. Atentos entonces a las apariciones en las próximas semanas.