Coyuntura de relevo
El MAS y la librepensancia
El Movimiento Al Socialismo todavía no es un partido político al uso, sino una suma de movimientos con sensibilidades distintas que durante años se subordinaron al poder del Gobierno por motivos obvios, pero ¿Quién es el poder actualmente?



El MAS no es un partido, o todavía no lo es. Desde que se sentaron las bases del Instrumento Político para la Soberanía Popular (o de los Pueblos, que cada quien lo acomoda a su gusto el IPSP), su crecimiento fue acelerado. Era evidente que no iba a tardar en llegar al poder porque era el partido de las grandes mayorías que habitan el país. En 2002 “empató” con los “grandes” y en 2005 se impuso con la mayoría más grande jamás vista en el país, un 54% que crecería en 2009 y 2014.
En ese crecimiento acelerado, no han faltado las luchas específicas, desde las marchas indígenas hasta la caída de Goni pasando por la Guerra del Agua o el Impuestazo. El IPSP se forjó entre despachos de organizaciones y asesorías de ONG y el MAS, cuya sigla obtuvo casi como regalo-desafío, se forjó en las movilizaciones y, después, en el poder.
Por esos motivos, el MAS nunca fue un ente deliberativo, sino una maquinaria de guerra, un aparato perfectamente engrasado para llevar adelante paros y bloqueos primero y campañas electorales después, sabiendo perfectamente qué puertas había que tocar y qué momentos había que elegir.
Esa simbiosis se fue perdiendo con el tiempo; el gobierno empezó a abusar de la representación popular para evitar el debate público y argumentado de sus proyectos y las propias organizaciones se empezaron a sentir utilizadas, anhelando al menos los tiempos del IPSP, reconfigurado en ese Pacto de Unidad que de a poco fue perdiendo entidad hasta su resurrección en agosto de 2020.
Orfandad o infantilismo
El actual clima de disenso permanente ha sorprendido a los periodistas y analistas que siguen desde más cerca la actualidad del Movimiento Al Socialismo (MAS), y no tanto porque nunca haya habido discrepancias, que siempre las hubo, sino por la virulencia con la que se están expresando.
Aparentemente, el conflicto tiene un origen en la “ambición” de algunos movimientos por sentirse “representados”, o esa es la narrativa paraoficial de aquellos que, en realidad, tratan de criminalizar a los movimientos populares sugiriendo que esas ambiciones son, en realidad, puertas de corrupción.
Las presiones empezaron yendo hacia el presidente Luis Arce en noviembre, cuando cumplía el año de Gobierno, y le exigieron un cambio de gabinete que postergó hasta enero, con motivo del Día del Estado Plurinacional. Para entonces las presiones continuaban hacia Arce, pero a la vez socavaban la figura del vicepresidente David Choquehuanca. Un cruce epistolar entre primeros espadas del sector indigenista de la Vicepresidencia y del Evismo pusieron en figurillas al presidente, que tuvo que reafirmar su autoridad para no caer hacia ninguno de los bandos, e hizo lo que suele: volver a patear hacia delante la decisión.
La cuestión es que en aquel intercambio de ganchos al mentón se verbalizó públicamente la primera autocrítica sobre los acontecimientos de 2019, dejando claro que al menos una parte nunca estuvo de acuerdo en pisotear los resultados del referéndum de 2016, y que dicho o no dicho, eso condicionó el respaldo durante las protestas. Quienes señalan que el MAS es un partido huérfano y que anhela el caudillismo del pasado, olvida estos pasajes.
Versos sueltos o crisis de representación
La cuestión es que el pulso ha vuelto a arreciar en esta semana, de nuevo con acusaciones gruesas y señalamientos claros, en este caso contra el expresidente Evo Morales, que es el presidente del partido que no acaba de ser partido.
Las acusaciones del diputado suplente por Santa Cruz, Rolando Cuéllar, amenazado de expulsión luego de pedir la celebración de un Congreso Orgánico para medir la fuerza real de Morales, o la de la dirigente de las mujeres interculturales, Angélica Ponce, señalando a Morales como un acosador político que impide que los jóvenes progresen en el partido han motivado respuestas de lo más airadas del bloque evista, algo que los analistas ven como una señal de debilidad del líder.
No es la primera vez que hay versos sueltos en el MAS, ni tampoco la primera vez que se rebela algún sector. Pasó con Rebeca Delgado, por ejemplo, con quien se acuñó el término de los “librepensantes” y que fue expulsada o más recientemente con Eva Copa, que fue apartado, o pasó también con el bloque de la izquierda nacional de Andrés Soliz Rada, que prefirió dar un paso al costado, pero la crisis actual, advierten desde dentro, es diferente.
Cuéllar y Ponce no son dos versos sueltos, sino más bien son parte de un entramado más armado de lo que parecía. Al final, dicen, son síntomas de algo que viene pasando en lo profundo del partido/gobierno y que se reviste en muchas ocasiones de lo filosófico, pero tiene que ver más bien con lo pragmático del día a día.
Las declaraciones de Cuéllar y Ponce acompañan a otros dos hechos sustanciales: la renuncia de Rafael Bautista y la arremetida del ministro de Gobierno Eduardo del Castillo del Carpio contra la dirigencia chapareña. Dos casos que difícilmente pueden tratarse también como casuales.
Rafael Bautista es el filósofo de cabecera de Choquehuanca, que participó del intercambio de golpes de enero, y que había sido nombrado “director de geopolítica del vivir bien” para tratar de cambiar algunas cosas, pero se fue hastiado por la burocracia, a la que denominó como un poder aparte que realmente domina el Estado desde la mentalidad colonial e impide cualquier cambio. Aunque todo el mundo leyó que los de Arce, que son los de Evo, no le dejaron desarrollar ni una de sus ideas.
Por otro lado, Del Castillo del Carpio ha pasado de ser un hombre de confianza de García Linera a ser una especie de ariete destructor, con poder autónomo, como también en su día lo fue su antecesor Carlos Romero en el mismo Ministerio de Gobierno. Su comportamiento ha ido enfureciendo de a poco a los sectores más cercanos a Morales, que desde el principio se cuestionaron sus lealtades a pesar de ser un “activista” de la causa general de sedición y golpe contra el gobierno Áñez. Ya con la detención del coronel Maximiliano Dávila fue cuestionado por “tratar de dañar a Morales”, y su última alocución, en la que culpa a los dirigentes del Chapare de trabajar para el narcotráfico – así sin pelos en la lengua – ha sido entendida como una declaración de guerra, sin embargo, Arce no lo cesa, lo cual tiene todavía más enojado al bloque evista.
¿Evo es intocable?
La pregunta de fondo es si Evo Morales en intocable y, sobre todo, si será el próximo candidato del MAS. En su bloque no tienen dudas y se enfrentan con asiduidad a quienes lo intentan jubilar recomendándole dedicarse a la formación de nuevos líderes y asuntos similares.
Las encuestas son sórdidas: Evo Morales no volvería a superar el 50 por ciento en una elección y tendría que jugárselo a una segunda vuelta, algo que no pasó en 2019. El detalle es aún más escabroso: hasta la fecha no ha logrado poner en orden prácticamente ninguna departamental del MAS, paso previo a reafirmar su poder en el movimiento para probablemente garantizarse su nueva candidatura, o al menos, la conservación de su legado.
El otro bloque, mientras tanto, insiste en que eso no debe pasar y que se debe salvaguardar el instrumento político por encima de los caudillismos. Es el eterno debate, sobre todo en este lado del mundo. Ahora, el presidente es Luis Arce y suyo es el poder real, y hasta el momento, apenas se ha movido.
La irrelevancia de la oposición
Casi al mismo tiempo que se magnifican las discrepancias en el MAS y sus duelos internos, se pasa de puntillas por las decisiones rocambolescas de la oposición, que en sus contados feudos viven sufriendo similares carencias institucionales y luchas de poder.
En Santa Cruz se ha vivido esta semana un episodio ciertamente violento, cuando el Gobernador Luis Fernando Camacho había preferido dejar en manos del secretario de gestión institucional, Miguel Ángel Navarro, las atribuciones ejecutivas en su ausencia, pese a la existencia de un Vicegobernador electo, cuya función es esencialmente esa.
Mario Aguilera, el vicegobernador cruceño, no se cortó un pelo y se paseó por diferentes medios criticando fuertemente y dejando de manifiesto una crisis abierta en Creemos que, por otro lado, no es nueva, sino todo lo contrario, pues desde la misma conformación de las cámaras en 2020 ya se identificaron diputados díscolos cegados por el poder.
Lo de los vicegobernadores ausentes no es exclusivo de Santa Cruz, pues en Tarija tampoco hay una relación ejecutiva clara entre Óscar Montes y Maya Soruco.
Por otro lado, en la ciudad de La Paz el alcalde Iván Arias también tiene problemas con su bancada, cuyos concejales finalmente no quisieron aprobar la Ley de impuestos propuesta desde la alcaldía generando caos y debilidad institucional, pero es que nadie quiere ponerse después detrás de la foto, sobre todo cuando hay aspiraciones políticas.
Problemas también abundan en Comunidad Ciudadana, donde los parlamentarios ven atónitos cómo Carlos Mesa va perdiendo fuelle como cabeza de oposición, reduciendo y espaciando sus apariciones públicas y reduciendo a tuits sus opiniones en demasiadas ocasiones.
Esto ya ha provocado el éxodo de varios parlamentarios que esperaban un mayor activismo. Muchos ya han empezado a buscar acomodos incluso en las filas del MAS, como el diputado tarijeño Edwin Rosas, que se coló en la mesa directiva de Diputados sin acuerdo de la bancada.
Los expertos, sin embargo, señalan que el interés que despiertan este tipo de movimientos es más reducido y de impacto local por la cuestión obvia: de momento, solo el MAS tiene la capacidad de ocupar la Presidencia del Estado, y eso tiene diferentes consecuencias.