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Pulsos en la interna del MAS

Los temores de Evo

El expresidente está perdiendo ascendencia sobre los movimientos sociales a pasos acelerados y su poder empieza a basarse exclusivamente en la atención que Luis Arce le preste, aunque cada vez le sea menos necesario para alcanzar determinados consensos y acuerdos. En las filas internas prevén una re

La Mano del Moto
  • Miguel V. de Torres
  • 20/02/2022 00:00
Los temores de Evo
Evo y Arce
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Entre los analistas que siguen habitualmente la política interna del Movimiento Al Socialismo (MAS), mucho más compleja de lo que la oposición y sus medios percibe, se perciben dos corrientes de opinión para explicar el papel que está queriendo desempeñar Evo Morales: los que no tienen ninguna duda de que quiere volver a ser candidato y los que creen que teme acabar encarcelado. Ambas ópticas tienen puntos comunes y también divergencias, además de aliados y amenazas, en cualquier caso, Evo Morales sigue siendo hoy por hoy protagonista de la política boliviana tal vez más de lo que él mismo preveía.

La DEA ha vuelto a recobrar actividades en el continente y el reciente encarcelamiento del expresidente de Honduras ha puesto en alerta a todos aquellos que alguna vez han amenazado al imperio desde el poder. El propio Evo Morales y la guardia cocalera han salido a explicar el contexto y a advertir sobre la amenaza y las posibles trampas que se pueden tejer, una acción, la de Evo, que refuerza los recelos de sus críticos.

En cualquier caso, la mejor defensa, admiten, es que Evo Morales esté lo más activo en política que pueda y que su nombre se siga manejando como futuro posible Presidente, o al menos, candidato y ese parece ser el verdadero fin de todo,  pero ¿qué posibilidades reales tiene Morales de ser elegido en el MAS?

La elección del candidato

El Movimiento Al Socialismo (MAS), como estructura orgánica, nunca ha elegido candidato a Presidente al margen de Evo Morales. No lo hizo antes de ganar y no lo hizo después, pues desde 2005 Evo Morales siempre ha ido a la reelección de forma automática, incluso cuando la Constitución lo impedía y el resultado del referéndum también, para lo que los legisladores sacaron de la chistera unas Primarias vinculantes en la que no hubo un binomio alternativo al que conformaba Evo Morales y Álvaro García Linera.

Alguna vez hubo discrepancias sobre el acompañamiento de García Linera y hubo quien propuso cambiar la fórmula pero Morales cerró filas antes de que se disparase ese debate.

Tampoco hubo ninguna duda sobre cómo se eligió al candidato de 2020: en una mesa en Buenos Aires se sentaron Evo Morales, David Choquehuanca, Luis Arce y Diego Pari. Había un hueco para el entonces joven delfín de Evo, Andrónico Rodríguez, pero prefirió “delegar” su voto ante la posibilidad de que Arturo Murillo lo detuviera en la frontera abordando el avión. En un momento se pusieron de acuerdo: Arce presidente y Choquehuanca vicepresidente, pero mientras Arce se quedó para la proclamación en Argentina, Choquehuanca salió disparado a La Paz para poner calma entre las organizaciones sociales más indigenistas que habían apostado todo por el excanciller.

El vínculo con los movimientos

Choquehuanca logró poner paz para que se aceptara la decisión de Evo Morales, tomada en base a los informes y encuestas que habían levantado los expertos en aquel tiempo y que pedían un blancoide que representara lo mejor de la gestión pasada, que básicamente era el recuerdo económico, lo que la pandemia vino a reforzar. En cualquier caso, no era la primera vez que Evo chocaba con los indigenistas: en 2019 ninguno se levantó para defender a Morales en las calles antes de su caída y muy poco después.

En agosto de 2020 volvió a chocar. Las amenazas contra la personería del MAS lanzadas por el exministro de Gobierno Arturo Murillo cuando ya las encuestas dejaban claro que Arce sería presidente, unido a los retrasos de la fecha motivados por las medidas anti-covid fueron sembrando dudas entre los militantes hasta que, esta vez sí, campesinos y obreros se levantaron en todo el país y lo bloquearon férreamente.

En la negociación, siendo agosto, el Tribunal Supremo Electoral (TSE) ofreció el 18 de octubre frente al 6 de septiembre que se había pactado inicialmente. El Pacto de Unidad habló de continuar con las movilizaciones “hasta que caiga Áñez” y fue Morales quien tuvo que llamar a la cordura para viabilizar las elecciones en la fecha propuesta por el TSE. En esa ocasión tenía razón, pero la relación igualmente quedó astillada.

El partido que no anda

Una de las premisas de Evo Morales al volver a Bolivia y siendo muy consciente de que no iba a abandonar la política por mucho que de cara a la galería hablara de “apartarse” y “formar a los jóvenes”, era la de rearmar el partido.

Durante los 14 años de su gobierno, el partido básicamente había sido una muleta y una apisonadora electoral perfectamente engrasada, capaz de cerrar filas en el momento clave, pero que poco a poco se fue vaciando de contenido: todas las propuestas de Ley partían del ejecutivo, cuyos ministros no representaban precisamente a los movimientos salvo en algunas carteras menores, y la socialización llegaba muchas veces tarde con el simple objetivo de “defenderla hasta las últimas consecuencias” una vez que se levantaba el lío por los cuestionamientos.

El asunto se puso peor cuando el partido dejó de ser incluso el lugar donde se definían las listas de candidatos a cualquier institución, y todo era intermediado por el equipo de Morales, desnaturalizando las mismas.

El objetivo pasó a ser construir un partido férreo capaz de tirar línea al Gobierno y no al revés, ser vanguardia y, además, encargarse de la oposición en cada territorio. Un “lindo” objetivo, aunque con tintes regresivos hacia el partido tradicional, y que finalmente ha topado con un problema: el MAS está conformado por movimientos sociales que tienen autonomía y votos proporcionales, y que de política saben un rato.

Ni siquiera en Tarija se ha logrado renovar y reformar el partido de acuerdo a los planes de Morales, y eso que los dos bandos – el de Álvaro Ruíz y el de Pilar Lizárraga - se definen como evistas.

El problema principal con el que Morales está topando es con que la mayoría cree que la acción solo lleva a la intención de volverse a postular como candidato y por ello, los procesos están estancados hasta que se avance más en el calendario.

El poder de Evo

A medida que Morales va perdiendo el control sobre las organizaciones sociales, su tono se va volviendo cada vez más agresivo, ya no con los adversarios políticos, sino con los propios correligionarios, a los que últimamente señala como traidores o “ala derecha” a poco que se manifiesten en contra de determinados postulados arrastrados desde el anterior gobierno.

En esa lucha, las ascendencias se van dilapidando de forma acelerada por cuestiones esenciales: Morales ya no es el Presidente y, por ende, no es la principal llave para conseguir ni proyectos, ni cargos, ni reconocimiento, ni nada que una organización social pueda necesitar en la coyuntura actual.

En esas, el principal poder de Evo Morales se va reduciendo a estar cerca de Luis Arce y que este le siga escuchando en lo que ya parece una relación de aprovechamiento mutuo, pero con tintes de desenlace infeliz. Morales empieza a dejar de abrirle puertas en las comunidades a Arce y la propia comunidad internacional empieza a reconocer a Arce como entidad propia y no como un apéndice.

Es cuestión de tiempo, dicen, que Arce deje de la mano a Evo Morales, especialmente si mantiene su tono belicoso y sigue en el afán de confrontar al partido entre sí y aplastar con vehemencia cualquier divergencia, como sucedió recientemente con el “bloque Choquehuanca”. La discusión por tanto se centra en ¿qué hará Evo Morales para evitarlo? ¿Qué resortes de poder puede tocar? ¿Se puede precipitar una caída del Gobierno desde dentro? Cuando lo que está en juego, más allá de la libertad o el poder, es el propio legado, la trascendencia final, todo es posible.

 

¿Qué MAS hace falta para las elecciones de 2025?

La elección de 2019 se malogró por el manejo del sistema de conteo rápido y el cómputo oficial, que acabó eliminando toda la confianza sobre la transparencia de una elección donde el MAS competía, básicamente, contra sí mismo.

Las elecciones fueron declaradas nulas y se eliminaron todos los restos de resultados, a los que no se les quiere dar credibilidad alguna, pero fraudes aparte, el MAS de Evo Morales apenas alcanzó el 46 por ciento, mientras que al año siguiente, con un candidato legítimo constitucionalmente rozó el 55%. Diez puntos más que da cuenta de una Bolivia entera.

Hay quien prefiere analizar la victoria de Arce, es decir, su crecimiento, en lugar de analizar la derrota de Morales. Es decir, consideran que el suelo electoral es ese 46-49 del referéndum de 2016 y la elección de 2019 y los diez puntos fueron ganados por Arce gracias a su buena campaña y, sobre todo, a la mala gestión de Jeanine Áñez, que demostró en solo un año lo que supondría un gobierno de derechas o simplemente, diferente al del MAS.

En esas y puestos a mantener el recuerdo de Áñez vivo, como se está haciendo con su juicio alargado, algunos señalan que volver a postular a Evo Morales en 2025, habiendo subsanado ya su déficit constitucional, le permitiría volver a disfrutas de los votos perdidos.

Otros, evidentemente, señalan que la sangría de votos del MAS con Evo Morales encabezando, incluso sin una oposición coherente o mínimamente representativa, sería todavía más acuciada, ya que Morales está mostrando su peor cara en la interna.

Lo cierto es que las proyecciones del censo advierten de que en 2025 más de la mitad del censo siempre habrán visto a Evo Morales en la papeleta – salvo en 2020, claro – y que las mayoría ya no serán campesinas rurales, sino populares urbanos y clase media aspiracional, lo que supone un cambio fundamental en el perfil del ciudadano boliviano decisivo electoralmente.

El debate interno recién ha comenzado, pero el partido no parece estar captando la transformación de la sociedad a la velocidad que se le presupone.

 

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