Cálculos post 6 de agosto
El escenario de poder en Bolivia
Gobierno, partidos, opositores y pequeños líderes regionales calculan sus fuerzas y sus estrategias no tanto para hacer una buena gestión, sino para preparar el nuevo asalto al poder dentro de muchos años. O no tantos.



Después de las elecciones de octubre de 2020 y de marzo de 2021, el poder ha quedado algo más distribuido en Bolivia que en las legislaturas inmediatamente anteriores, donde el Movimiento Al Socialismo (MAS) gozaba de todo el poder ejecutivo y también los dos tercios del legislativo, con lo que eso supone a la hora de incidir en los otros dos poderes del Estado, el electoral y el judicial.
Con una pandemia colosal, una crisis económica en ciernes y un modelo económico agotado por la propia negativa del MAS a profundizarlo, todo parecía apuntar a que la legislatura podía deparar momentos interesantes para la política y para generar acuerdos nuevos, sin embargo, los analistas coinciden en que ninguno de los actores – salvo tal vez Evo Morales – tiene muy claro qué hacer con su reserva de poder.
En principio, parece una continuidad. La legislatura 2014 – 2019 fue para el MAS un tiempo dedicado a reproducir su poder en la siguiente legislatura, lo que generó varias anomalías, como el referéndum intempestivo y egoísta de 2016 que solo pedía permiso para que Morales fuera Presidente hasta 2025 (una década después) y no para eliminar la limitación de mandatos de todos los cargos públicos. La falta de proyecto independiente al poder, que hizo que incluso el MAS se saltara los resultados del referéndum y volviera a postular a Morales, llevó a los resultados de 2019, más allá de sus consecuencias posteriores.
Por otro lado, la oposición tampoco parece haber logrado desentrañar su papel en la trama ni qué hacer con el poder menos residual que le han entregado esta vez las ánforas. Durante los 14 años de Evo Morales no hubo una propuesta de país alternativa salvo muy al comienzo, donde apareció la autonomía como camino aglutinador de opositores, hasta que la nueva Constitución la absorbió en su articulado. El resultado de la caída de Evo Morales y el Gobierno de Jeanine Áñez fue un despropósito político para ellos mismos, como reconoció esta semana el aliado principal de Áñez, Samuel Doria Medina, en su enésimo intento por desmarcarse de los hechos.
¿Hay pelea más allá del golpe – fraude al que unos y otros se empeñan en retornar? ¿Por qué lo hacen? Analistas y estrategas contribuyen hoy a describir cual es el poder de cada uno de los protagonistas, pero también cual es su objetivo y lo que eso supone en la planificación política y comunicacional diaria.
Reparto de poderes
Pese a no ocupar ya la Presidencia, la piedra angular de la actual coyuntura política boliviana sigue siendo Evo Morales. Su poder reside, aparentemente, en la ascendencia que tiene sobre los movimientos sociales, particularmente sobre las Federaciones Cocaleras e interculturales del país, que le permiten sostener la Presidencia del MAS. Morales ha emprendido una resignificación del propio MAS para que deje de ser una máquina de combate electoral y pase a ser también vanguardia ideológica y de propuesta política. Su poder le ha permitido ocupar con sus más leales cargos clave en el Gabinete de Luis Arce. Básicamente controla los resortes del poder: Defensa, Procuraduría y Sigep y junto a Álvaro García Linera, Gobierno y Justicia
Todos los consultados coinciden en que Morales intentará retomar el poder por las ánforas en la próxima cita electoral salvo que los problemas de salud se lo impidan, algo que no parece probable. Sus aliados están en el Movimiento Al Socialismo y también en los gobiernos progresistas de la región. También entienden que la dicotomía golpe – fraude que le sirvió inicialmente para plantear la reivindicación de su legado y su accionar en esos días, donde no hubo “Patria o muerte”, se ha convertido en un mantra que le acabará perjudicando electoralmente.
En el otro bando, otra figura actualmente angular es Carlos Mesa, quien se comprometió a ejercer como jefe de oposición y por el momento lo va logrando, pese a que en su bancada ya empiezan a desbandarse algunos diputados, siempre más pragmáticos.
El poder de Carlos Mesa es mediático: tiene gran influencia en las redes y en los medios tradicionales, que ven facilitado el trabajo, pero tiene poco de real, pues es la mayoría formal en la Asamblea, pero no tiene la capacidad de bloquear las grandes decisiones que requieren los dos tercios sin la participación de la bancada de Creemos.
Carlos Mesa siempre ha estado preocupado por su lugar en la historia, sobre todo después de su papel en la caída de Gonzalo Sánchez de Lozada y crecimiento de Evo Morales. No parece que esta vez sea muy diferente. Mesa quiere quedarse con el resultado de 2019 y no con el de 2020, donde recibió la habitual tunda de los candidatos rivales al MAS en los últimos años. Posicionar el fraude versus golpe supone para él una base para intentar un nuevo asalto al poder en 2026 esta vez sin tantas distorsiones como en el pasado. Los estudiosos, sin embargo, dudan de que realmente Mesa esté haciendo la tarea de unir necesaria en estos escenarios.
Luis Fernando Camacho es la tercera pata del carro de aquellos hechos y es, de los tres, el que atesora más poder diverso. Pese a su traumático paso del civismo a la política, su figura no se ha deteriorado y aquellos que lo siguieron en octubre y noviembre de 2019 le siguen guardando respetos aún en la discrepancia. Camacho es además el Gobernador de Santa Cruz, con todas las herramientas de poder que ofrece, y además el caudillo de la bancada minoritaria de la Asamblea y la que suma los dos tercios, una cualidad que puede sumar al MAS para determinados objetivos, como enjuiciar a Áñez o modificar la Constitución, aunque por motivos diferentes que el MAS.
Camacho disfruta en la confrontación con el Gobierno Nacional y eso no va a cambiar. Su objetivo, probablemente, pasa por el secesionismo cruceño, aunque no lo pueda manifestar públicamente todavía. Su intención es mantenerse en la política y desde luego, en la situación actual es el gran favorecido. Como muestra de poder: la Fiscalía aún no lo ha convocado a declarar en el caso “Golpe de Estado” pese a haber sido el elemento principal de todos los sucesos.
Por su parte, Luis Arce es el hombre con más poder en Bolivia en este momento, pues es el Presidente del Estado, aunque no parece tener voluntad de ejercerlo sino que más bien se comporta como un invitado de lujo a la primera línea del poder. Por el momento ha quedado evidenciado que no aspira a imponer su propio modelo de país sino que atiende a los consensos pre fijados. Su discurso también ha cambiado: en campaña era bastante moderado con el asunto “Golpe de Estado” y actualmente lo ha convertido en eje de todos sus discursos, para desfrute de la oposición mesista y mediática. El poder de Arce se lo da su investidura y no parece querer aprovecharla para construir un poder social que le garantice una reelección. El MAS definirá.
“Secundarios”
Muchos más están jugando la partida del poder en Bolivia en estos momentos, cada uno con sus circunstancias, sus recursos, sus metas y sus objetivos. Queda demasiado hasta 2026, pero nadie descuida sus intenciones ni deja de tomar posiciones.
La expresidenta Jeanine Áñez, por ejemplo, asume ahora un protagónico rol de víctima fruto de un riguroso encarcelamiento motivado en el supuesto golpe de Estado – del que en realidad se considera beneficiaria – y no de sus actos de Gobierno – corrupción, Senkata, Sacaba, etc., - lo cual le está permitiendo cierta redención en algunos foros. También porque decidió no huir y quedarse en Bolivia a asumir las consecuencias. El desangelado fin de su Gobierno y la torpe candidatura a la Gobernación del Beni están siendo redimidos por estas circunstancias, también incluso la detención de Arturo Murillo, y puede no faltarle un padrino al final de la pelea.
Al Vicepresidente David Choquehuanca parece sucederle al revés que a Luis Arce, sí tiene proyecto de poder y sí tiene plan para incidir en el Movimiento Al Socialismo (MAS), pero le faltan los recursos reales. Su poder es tan mediático como el de Carlos Mesa, sus discursos regalan los oídos de aquellos que no quieren más confrontación, pero sin embargo contrastan con la realidad diaria, lo que lo convierte en una especie de verso suelto. Choquehuanca es quien defendió la candidatura de Luis Arce entre los movimientos sociales aymaras y alteños clamando por la unidad. Estrategas de uno y otro lado conceden que en algún momento buscará tomar el control del MAS para lo que hace un trabajo silencioso a la interna y ruidoso a la externa.
El poder de Samuel Doria Medina sigue intacto: sus recursos económicos parecen inagotables. En 2019 decidió dar un paso al costado al no ser considerado en la dupla presidencial por sus socios de Demócratas y en 2020 se subió al carro de Jeanine Áñez troceando aún más la oposición y garantizando la enésima derrota. Cargó duro contra Mesa y contra Camacho antes de finalmente dar el paso al costado. Con su habitual cadencia ha reconocido los errores estos días, un acto de constricción que en realidad supone una especie de “borrón y cuenta nueva” para seguir en carrera hacia una Presidencia tantas veces negada.
“Populares”
Las mayores amenazas, sin embargo, provienen del mismo sustrato popular del Movimiento Al Socialismo (MAS), figuras negadas que han emprendido caminos en solitario y que han tenido el beneplácito del pueblo a través de las ánforas.
Uno de ellos es Damián Condori, parte sustancial del movimiento campesino chuquisaqueño que acabó enfrentado con la dirigencia a causa del fondo indígena, que aguantó la cárcel y que finalmente alcanzó la Gobernación de Chuquisaca con un discurso similar al MAS; pero con nuevos elementos de reconciliación sobre la mesa. Su poder reside en la legitimidad de clase para enfrentar al MAS y advertir sus desvaríos, su riesgo es caer antes de la cuenta en una mala gestión en Chuquisaca o rodearse de demasiados encantadores de serpientes. No le será fácil ganar visibilidad en el eje, pero se presenta como alternativa.
La otra es Eva Copa, flamante alcaldesa de El Alto, una ciudad que debe administrar con sabiduría para mantenerse vigente, ya que sus dinámicas están cargadas de trampas y acuerdos sectoriales construidos con equilibrio. Tiene muchos elementos de poder a su favor: es mujer y ha sido indecorosamente apartada del MAS contra su voluntad y sin explicación alguna, pues sigue representando esencialmente sus principios. Además, representa mejor que nadie la transición de 2020, los acuerdos y concesiones políticos que se tuvieron que hacer para pacificar el país y que, al final, le dieron una abultada victoria al MAS. De momento solo aspira a hacer una buena gestión en El Alto, pero su nombre suena con fuerza entre los sectores marginados del propio MAS que no quieren volver a Evo Morales.
¿Cómo se resolverá el entuerto del poder en Bolivia? Sin duda que no será urgente, pero los peones se van a seguir moviendo en un escenario que parecía renovado con legitimidad, pero que se ha estancado en una discusión del pasado que acaba pasando factura.