Cambio de guardia en la política
La nueva generación y los debates del MAS
La batalla por el relato de lo que sucedió en octubre de 2019 y siguientes no solo busca la justificación externa sino también la consolidación interna. Un bloque exige asumir la derrota y abrir espacios



Desde que el MAS tomó el poder en 2006 apartando a una clase política descastada y escasamente representativa, los analistas tenían claro que iba a empezar un periodo de construcción de hegemonía política nunca antes visto en el país. Desde principio de siglo se había construido una hegemonía social, con un discurso de clase poderoso, poniendo lo popular – indígena en el centro de la acción, y con una agenda, la de octubre de 2003, que fijaba objetivos políticos concretos, necesarios para unificar voluntades y unir sectores.
Desde ese mismo momento se supo también que el MAS no tendría rival electoral en mucho tiempo y que el sucesor de Evo Morales, con probabilidad, saldría de dentro del MAS producto de un relevo consensuado, o de una escisión.
Unos lo entendieron mejor y otros peor. El MAS no dudó en endurar la actividad al principio, marcado por una serie de convocatorias electorales – constituyente, revocatorio, etc., - que le legitimaron para “aplastar” literalmente a la oposición residual que fue atrincherándose en las regiones y que logró articular el discurso autonómico como medio de supervivencia.
Mientras el MAS crecía, el ala más pragmática del Gobierno, liderada por Álvaro García Linera, iba purgando aliados que más temprano que tarde iban a desnudar las contradicciones del propio proceso de cambio, bien desde dentro, bien desde fuera. Del Chato Prada a los hermanos Peredo pasando por Andrés Soliz Rada y el resto de representantes de la genuina izquierda nacional fueron cayendo en las disputas de fondo por la conducción del proceso frente a los que apostaban por el pragmatismo y la “transversalidad” como método de construcción de hegemonía.
A partir de 2010, y especialmente a final de esa legislatura donde se dieron los más altos precios de los hidrocarburos en el mundo, abriendo una etapa de bonanza sin parangón, el Gobierno de Evo Morales fue relegando algunas de las banderas esenciales – nacionalismo económico, pachamamismo, izquierda social y cultural, etc., - mientras se limitaba a cultivar cierto indigenismo condescendiente mientras incluía a sectores empresariales y cuadros de pasados poco socialistas precisamente. “Derrotar y sumar” decía García Linera. Las listas de 2014 a la Asamblea Plurinacional generaron verdaderos cismas en varios departamentos al ver apartados a muchos sectores populares en favor de fichajes “estrella”.
La legislatura 2014 – 2019 arrancó con un descalabro en el referéndum de febrero de 2016 preludio del varapalo en las ánforas de octubre de 2019 y que fue la causa principal de la caída del régimen de Evo Morales, pues nada hubiera pasado si el MAS hubiera logrado una de esas victorias sólidas del pasado y no hubiera coqueteado con el TREP y las fallas del sistema.
El debate oculto
Varios intelectuales dentro del Movimiento Al Socialismo (MAS) reconocen que el debate actual entre “fraude y Golpe de Estado” busca posicionar un relato que libere a Evo Morales y su gabinete de sus errores en la última gestión, pero que tuvo consecuencias concretas para la resolución de aquel conflicto: La propia Central Obrera Boliviana pidió la renuncia de Evo Morales el mismo 10 de noviembre de 2019 y en ningún momento hubo una movilización general y genuina de los movimientos sociales que cambiara la dinámica de las calles, siempre claves en los procesos históricos bolivianos, y que por primera vez fueron desde la periferia hacia La Paz.
En un Gobierno tan poderoso como el del MAS, con mayorías absolutas que le permitían controlar legítimamente todos los poderes del Estado en un momento de franca bonanza, se hace complicado imaginar una infiltración masiva en los resortes del poder que materializara el denominado “golpe de Estado”, pero sí hay algunos ejemplos prácticos que muestran los vacíos. Por ejemplo: la Policía se amotinó constituyendo así el inicio del fin de Morales y su Gobierno, y nadie, ni Carlos Romero, lo tenía previsto.
La otra pata coja es la de la reacción de los movimientos sociales. Hubo protestas después, incluidas las dos matanzas de Sacaba y Senkata, pero no antes, salvo algo puntual en Cochabamba. Las organizaciones no salieron: ni campesinos, ni Central Obrera (que llegó a pedir la renuncia de Morales) ni tampoco la poderosa urbe alteña. Cuentan que en la UPEA se negaron a movilizarse porque todavía dolía la muerte del estudiante Jonatan Quispe por las protestas de 2018, y sobre todo, que el presunto autor del disparo, un policía, siguiera libre.
La brecha
De la UPEA emergió, por ejemplo, la mismísima Eva Copa, de nuevo esta semana en todas las portadas que buscan el enfrentamiento entre la vieja guardia del MAS y la nueva y que cada vez afinan mejor el tiro. ¿Hay una generación frustrada en la periferia del MAS esperando su momento?
Eva Copa, en términos prácticos, está fuera del MAS estructura, pero no del MAS cultural. Sus votantes son los mismos. Eva Copa acabó asumiendo la Presidencia del Senado en pleno conflicto, y condujo al país hacia la pacificación y al MAS hacia otra victoria sin parangón, esta vez con Luis Arce, aunque su papel ha sido permanentemente minimizado y, últimamente, criminalizado.
La estrategia del MAS cambió entre los días de la renuncia y los del video de marras, donde Morales señala que había que mantener a Áñez en el poder porque evidentemente era la forma más rápida de tener elecciones en el país. Copa y los suyos lo vieron antes, pero ni Morales, ni García Linera, ni Juan Ramón Quintana asumirían nunca un error de cálculo. No tardó en enrarecerse la relación entre Copa y Morales, y no faltan hoy los que siguen malmetiendo, acusando a Copa de “colaboracionista” con el régimen de Áñez e incluso los que piden su imputación.
Copa es ya alcaldesa de El Alto y uno de los jóvenes valores de la periferia del MAS que los analistas preconizaban que acabarían sustituyendo a la vieja guardia. Son jóvenes menos formados que las élites que han copado los Ministerios en la gestión de Morales pero más que las bases, y que han desarrollado una cultura sindical en los tiempos donde sí se podía pedir, al contrario que los que solo organizaban la defensa. Sin duda de esas tensiones saldrán nuevos liderazgos, la cuestión siempre es si el MAS sobrevivirá al cambio generacional, o no.