Asambleístas haciendo de asambleístas

Muchos legisladores entienden su papel como un paso intermedio hacia el poder ejecutivo y confunden su misión legislativa con arrancar prebendas para su sector o su pueblo

A cuenta del revuelo de la Asamblea Plurinacional de Bolivia y en consonancia con el mismo revuelo instalado en el órgano legislativo del departamento, los ciudadanos empiezan a hacer cuentas sobre la utilidad o no del propio órgano, dado que los resultados parecen a todas luces insuficientes.

El pasado fin de semana el ministro de Justicia, Iván Lima, cargaba contra el legislativo recordando que su presupuesto es de 260 millones de bolivianos pero que solo ha aprobado 16 leyes. En promedio hace 16,25 millones de bolivianos por ley, pero también 1,5 millones de bolivianos al año por cada uno de los 130 diputados y 36 senadores que componen la Asamblea Legislativa Plurinacional.

Si se compara con Tarija, donde en todo el año no se han tratado otras leyes que las propiamente procedimentales o asuntos internos en los que todos están de acuerdo, como en subirse el sueldo, los 30 millones de bolivianos aproximadamente que se manejan en la Asamblea Departamental no tienen comparación, aunque en el gasto por persona se quede en el millón de bolivianos para cada uno, que ya es más que en cualquier otro departamento del país.

Es evidente que el poder legislativo en el país es por demás necesario, es la clave de hecho de las democracias serias y modernas, y por eso es el más amenazado de todos: desde hace demasiado tiempo se viene descalificando el pacto y la negociación como forma de hacer política, siendo que es lo esencial. No es un problema local, todas las democracias en el mundo y especialmente las de sistemas presidencialistas están sufriendo embates de este calibre, ninguneando a los poderes legislativos al tiempo que se ensalza a los presidentes, que cada vez adoptan más maneras de caudillo.

Es verdad que hay mucho de esto en los juicios actuales, pero no lo es menos que los poderes legislativos deben darse su papel y no confundirse. Los asambleístas son la voz del pueblo, los depositarios de toda la soberanía popular y en eso deben ser capaces de hacerse respetar.

En Bolivia, por lo general, las listas a los legislativos se completan con dirigentes de organizaciones que suman votos o con algún que otro iluminado que compra su curul a cambio de influencia futura. Así, los legisladores apenas son capaces de defender los intereses de su propio sector o de su empresa y no de representar ciertos sentimientos o pensamientos políticos.

Otros lo interpretan como un paso intermedio hacia su ambición del futuro de ser alcaldes, gobernadores o lo que sea, y normalmente entran en contubernios con el poder ejecutivo porque lo que les gusta es hacer entregas de “cosas” y que la gente les aplauda y les ponga collares de flores.

No está del todo claro qué pretende la nueva Directiva que se ha instalado en Asamblea de Tarija, pero con seguridad tiene un plan. Ojala que el mismo tenga en el centro el mejorar la atención de los ciudadanos con lo que hacen: dictar leyes, y no se enreden en otros gestos que no les competen y que solo hacen perder tiempo y dinero. Tarija tiene los suficientes problemas como para concentrarse en lo que cada uno tiene encomendado, y la Asamblea sigue siendo demasiado importante.


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