Del libro: RECUERDOS DE MI TIERRA de Tomás O’Connor. 1917
Santa Ana



Entre colinas donde crecen flores
y arbustos de belleza soberana,
como mansión de dichas y de amores,
se extiende el verde valle de Santa Ana.
El rustico balar de las corderas
se escucha en las quebradas y caminos
y se ven en las ásperas laderas,
las casuchas de honrados campesinos.
Manadas de ganado están paciendo
a orillas de la aguada en el potrero;
yo en mi manso caballo descendiendo
voy por el limpio, encantador sendero
que conduce a la casa de la hacienda.
Del templo miro ya la blanca torre,
y cerca de él, del cura la vivienda
y una ancha acequia que tranquila corre
y en la cual nadan patos de colores.
Desciendo por la cuesta Colorada
y aspiro ya el aroma de las flores
del jardín de mi madre idolatrada.
Espléndidos viñedos, verde alfombra,
por donde cruzan en revueltos giros
bandadas de aves, y brindando sombra
el largo callejón de los suspiros.
Al extremo la casa solariega,
tan llena de recuerdos de otros días;
allí su verde pabellón despliega
un bosque de naranjos; armonías
de pájaros cantores embellecen
las mañanas de alegre Primavera,
cuando la rosa y el clavel florecen
y esmaltan y perfuman la pradera.
Abajo, el río corre rumoroso,
triscan las cabras en las verdes lomas,
se siente en el espacio luminoso
un fugitivo vuelo de palomas.
Cuan tranquila y feliz se siente el alma.
Un espléndido sol las mieses dora;
todo es sosiego y paz, ventura y calma;
quien que te vio, Santa Ana. no te adora?