Los sueños del Guadalquivir
Hazte de (mala) fama y échate en cama
La academia tarijeña no tiene buena fama en el exterior, con buen motivo. La manera de cambiar eso es mirar para adelante y aprender de los errores del pasado
Estoy profundamente impresionado. Al reflexionar sobre los trabajos académicos de Tarija me di cuenta de que en Tarija hacer buena ciencia es contradecirse con los trabajos de los viejos historiadores. ¿Perdón? El concepto suena algo absurdo y metodológicamente fallido. Pero es verdad y planeo demostrarlo.
Cuando le hacía propaganda al último libro que publicamos (“La fundación de San Bernardo de la frontera: una historia no contada de Tarija”, Fernando Soto, 2022) hubo una serie de preguntas que me hicieron repetidamente: ¿no estará diciendo lo mismo que los otros?, ¿por qué debería leer ESTE libro?, ¿siguen invisibilizando la presencia indígena?, ¿a los Chichas? En resumidas cuentas, todas estas preguntas partían de un mismo preconcepto: la ciencia que han escrito los tarijeños hasta ahora es mentirosa. Y al tratar de justificarlo, me di cuenta de que precisamente el mérito de este libro es que NO DICE lo que todos dicen. Rompe con el discurso tarijeño. Y eso lo hace bueno.
Al darme cuenta de eso mi cabeza se inundó de imágenes y me di cuenta de por qué la ciencia tarijeña es tan despreciada más allá de nuestras fronteras. Prácticamente no hay ninguna gran luminaria en los centros del saber continental que trabaje sobre Tarija y que respete el trabajo intelectual tarijeño. Tal vez estoy exagerando, pero no tanto.
Si no queremos que los demás se sigan riendo de nosotros, tenemos que reinventarnos y demostrarle al mundo que el conocimiento que se produce en Tarija es confiable y fidedigno. No podemos contentarnos con menos
El profesor Víctor Varas Reyes fue y sigue siendo un referente en la investigación cultural a nivel internacional. Pero es mi entender que en Tarija fue ignorado y ninguneado. Tiene el mérito de haber recopilado los primeros registros sistemáticos de diferentes elementos culturales tarijeños. Tuvo la audacia de escribir el título de su primer libro (“Wiñaypacha”, 1947) en idioma aimara, lengua prohibida. Propuso y luego demostró que la cultura chapaca está profundamente influenciada por el mundo indígena andino, a contrapelo del discurso científico tarijeño (“El castellano popular en Tarija”, 1960). No me sorprende que no haya llegado lejos en Tarija. Pero don Víctor era folklorista; tal vez debería limitar mis críticas a los historiadores y al área histórica.
A un principio pensaba que no puedes criticar así nomás, generalizando; de que tienes que demostrar caso por caso. Hasta que me di cuenta de que eso es lo que había estado haciendo toda mi vida, caso por caso. Cuando miré atrás me encontré con que todo mi trabajo académico se basó en desmentir los mitos académicos e intelectuales tarijeños. Y al fin del día había demostrado ampliamente que todo lo que nos habían contado sobre la fiesta de San Roque eran mentiras (“La historia perdida de San Roque”, 2021 y “El Lazareto de Tarija y los chunchos leprosos”, 2022).
Todavía recuerdo cómo el 2014 los grandes historiadores tarijeños trataron de convencerme de que me olvide de lo que estaba descubriendo (en esa temporada estaba rastreando la existencia de los bailes chuncho como fenómeno ritual de matriz andina) y que me dedique a repetir lo que todos decían: que los chunchos eran solo de origen tarijeño (“Buscando el Cielo”, 2014). En otras palabras: que mienta, sin importar lo que señalase mi investigación (“Otros chunchos”, 2017). Mi quijada casi se cae al piso: no podía creer lo que me estaban pidiendo. Nunca logré deshacerme de mi sorpresa inicial, todavía me impresiona.
Es decir: yo ya me conozco la situación. Por eso el 2020 me atreví a escribir mi “Critica a la intelectualidad tarijeña”. Pero por eso me volvió a sorprender darme cuenta de todo, de nuevo y con nuevas perspectivas. ¿Acaso no hay fondo al que podamos llegar con la ciencia tarijeña? Porque no parece haber lugar donde pongamos el dedo y no salga pus. Creo valido decir que es metodológicamente recomendable desconfiar de todo lo que se ha escrito y se sigue escribiendo en Tarija.
Para que vean que no lo digo con mala fe: ni siquiera obras maestras como "Don Luis de Fuentes y Vargas y la fundación de Tarija" de Federico Ávila Ávila (1975), "Las tejas de mi techo" de Bernardo Trigo (1936) y "Tarija, bosquejo histórico" de Tomás O'Connor d'Arlach (1932) están libres de mentiras interesadas y verdades inventadas.
El asunto, creo yo, no es negar todo. Sino tener la capacidad crítica de mirarnos al espejo y reconocer que no todo son rosas en el valle de Tarija. Ya, los historiadores viejos se inventaron cosas; pero también rescataron información valiosa, la única de la que disponemos en Tarija para escribir la historia de Tarija.
Además de llamar la atención sobre sus errores, para no repetirlos, ¿qué vamos a hacer? Aprender de nuestros errores y no repetirlos, precisamente. Lamento decir que todavía no hemos superado esa forma de hacer ciencia en Tarija. Pero si no queremos que los demás se sigan riendo de nosotros, tenemos que reinventarnos y demostrarle al mundo que el conocimiento que se produce en Tarija es confiable y fidedigno. No podemos contentarnos con menos.
No podemos cambiar lo ya hecho. Para bien o para mal, lo hecho hecho está. Lo que si podemos cambiar es lo que hagamos a partir de ahora.