El primer lector: Carlos Medinaceli (y su Obra completa)
Es probable que la mayoría de los lectores en Bolivia no empiece leyendo literatura boliviana (a no ser por traumáticas obligaciones escolares). Eso a veces cambia en el momento en que conocemos a Medinaceli
1. A la pregunta general e hipotética –además de ociosa– de qué haríamos si nos encontráramos en la calle con Franz Tamayo –o con Alcides Arguedas o con Carlos Medinaceli– las respuestas, también hipotéticas, tal vez retratarían, en unos cuantos gestos, nuestra relación de lectura con esos autores. Yo, por ejemplo, si me encontrara con Tamayo en la calle, creo que me cambiaría de acera: para verlo de lejos, nada más, temeroso del riesgo de provocar sus iras con o sin motivo (Tamayo fue un cultor impenitente de cierta hosquedad andina: era hipersensible y áspero al mismo tiempo). Si me topara con Arguedas haría exactamente lo mismo –es decir, cambiarme de acera–, pero por otras razones (y porque ya suficiente tenemos con esos parientes y conocidos que nos torturan con sus latosos lamentos bolivianos, con sus largas “explicaciones” de por qué “este es un país de mierda”). En cambio, en el caso de Medinaceli, y a pesar de los visibles indicios de su timidez aguda, me acercaría para invitarlo a tomar un café –o algo mejor que un café– y charlar.
2. La relación que no pocos tenemos con Medinaceli suele adquirir un aire de familiaridad: al leer sus ensayos y notas críticas, escuchamos en ellos una voz que nos habla directamente e imaginamos a un lector que quiere compartir con nosotros sus entusiasmos.
3. Es probable que la mayoría de los lectores en Bolivia no empiece leyendo literatura boliviana (a no ser por traumáticas obligaciones escolares). Eso a veces cambia en el momento en que conocemos a Medinaceli. De repente, en un efecto de sus propios textos, sentimos la curiosidad de leer a los autores que él discute y a los que regresa: a Tamayo y a Arguedas, a Jaimes Freyre y a Guerra, a René-Moreno y a Arzáns. Y nos encontramos con autores y textos y también con las ideas y relaciones que conectan a esos autores y textos. En suma, descubrimos la literatura boliviana, recién salida de los entusiasmos lúcidos de su primer lector, Carlos Medinaceli.
4. Si adivinábamos que no era una gran exageración decir –según se ha dicho– que Medinaceli es el crítico que inventó la literatura boliviana –pues fue el que, en la primera mitad del siglo XX, la leyó sistemáticamente, para articularla–, nuestra idea de su obra siempre fue un poco borrosa, sin duda parcial, con frecuencia confusa. Publicados originalmente, la mayoría, en periódicos y revistas desde 1915, muchos de esos ensayos críticos solo fueron recuperados décadas después de la muerte de Medinaceli (en 1949), en libros valiosos como rescates pero algo desmañados como ediciones. Eso ha cambiado hace poco, ahora mismo, con la publicación de la Obra completa de Carlos Medinaceli (Carrera de Literatura / Plural editores), una cuidadosa recopilación y edición anotada en la que Ximena Soruco Sologuren lleva años trabajando. Han aparecido dos tomos, de los cinco programados: los Ensayos reunidos (1915-1930) y los Ensayos reunidos (1931-1940). Leer a Medinaceli en ellos es descubrirlo otra vez.
5. Cómo es esa voz que nos habla en estos ensayos y que ahora escuchamos con mayor claridad gracias a esta edición? Es una voz que quiere dar cuenta de lo que hay y busca organizar eso que hay; que habla de los textos, ideas y autores con cierta urgencia, como si fuera imprescindible, para todos, conocerlos; que identifica y describe posibles marcos de referencia de los textos que comenta y relaciona. El de Medinaceli es un lenguaje crítico que reconocemos inmediatamente porque es el lenguaje que hasta cierto punto sigue hablando la crítica de literatura en Bolivia (perduración a la que Soruco, la editora, se refiere en su introducción al primer tomo).
6. Al igual que otros antes y después de él, Medinaceli fue un crítico que hizo lo que hizo mientras apenas sobrevivía, a salto de mata. Amateur a la fuerza, publicaba con la misma precariedad con la que vivía, de aquí para allá y sin plata. Es más: Medinaceli era de los que creían –antes lo había creído René-Moreno– que la continuidad cultural en Bolivia era imposible: en la guerra entre las dificultades de la vida y la posibilidad de una obra, ganaba al final aquí –decía– la dificultad. Y, sin embargo, según podemos comprobar en estos tomos de sus ensayos reunidos, performativamente Medinaceli niega esa certeza: a pesar de su vida difícil, y sin dejar de denunciar esa dificultad, hizo una gran obra.
7. ¿Qué cambia para el lector de Medinaceli con la publicación de esta Obra completa? Señalo el mayor beneficio a la vista: podemos por fin, gracias a ella, hacernos una idea precisa y limpia del pensamiento de nuestro mayor crítico literario de la primera mitad del siglo XX. Seguimos, en esas páginas, cómo se van formando en él ciertas preocupaciones, cómo responde a ciertos autores en diferentes épocas, qué pensaba, qué fue pensando, cómo se fueron transformando sus ideas sobre Arguedas, o sobre Tamayo, o sobre las relaciones entre el paisaje y la cultura boliviana. Esa suerte indirecta de biografía intelectual es el primer camino hacia un acercamiento sistemático a su obra. Acercamiento que luego puede pasar a identificar sus contribuciones críticas. Por ejemplo: ¿a qué se refería Medinaceli cuando hablaba del “pseudomorfismo” de la cultura boliviana, como después, en una categoría de parecida estirpe geológica, Zavaleta Mercado habló de su “abigarramiento”?